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Calculating...

A ver, a ver… por dónde empiezo… Imagínense esta escena. Una comisión del congreso, algo así, ¿no? Una audiencia virtual, todo el mundo desde su casa, con la estantería llena de libros atrás o los muebles de la cocina… típico, ¿no? Están hablando de una epidemia, bueno, de una crisis… Han citado a testificar a tres personas. Y, bueno, yo me quiero enfocar en lo que dijeron, ¿no? Las palabras que usaron y, sobre todo, lo que querían decir en realidad.

La presidenta, digamos, de la comisión le pregunta a la primera testigo, una señora mayor, como de setenta y pico, pelo blanco cortito, vestida de negro… Se le ve como nerviosa, ¿saben? Como que no está acostumbrada a que la cuestionen, ¿no? Que viene de un mundo donde… pues eso, ¿no? Le pregunta directamente si va a pedir perdón al pueblo americano por todo lo que ha pasado.

Y la señora dice que, bueno, que estaría encantada de pedir perdón por el dolor y las tragedias… Que creía que ya lo había hecho en su declaración inicial. Pero la presidenta le dice que no, que no es suficiente. Que no se ha disculpado por su papel en la crisis.

Entonces, la testigo se pone a decir que se ha preguntado muchas veces si podía haber hecho algo diferente, con lo que sabía en ese momento, claro. Y que ha llegado a la conclusión de que no. Que hizo lo que creía que era correcto, según la información que tenía de sus colegas y de la directiva.

Después le toca el turno al segundo testigo, que resulta que es primo de la señora… Un chico joven, bien vestido, con traje y corbata, todo muy… perfecto, ¿no? Y él dice que está de acuerdo con lo que ha dicho su prima.

Claro, nadie espera que estos testimonios admitan que causaron la epidemia, ¿verdad? Seguramente los abogados ya les han dicho lo que tienen que decir para protegerse. Pero la manera en que niegan la responsabilidad… hace pensar que quizás, solo quizás, ni siquiera se dan cuenta de lo que hicieron, o que lo que hicieron se les fue de las manos.

Un rato después, otro miembro de la comisión le pregunta al tercer testigo si algún ejecutivo de la compañía ha estado alguna vez en la cárcel por lo que hizo la empresa. Y la respuesta es que no. O sea, que nadie se hace responsable.

El político que hizo la pregunta dice que es fácil indignarse por las acciones de la empresa, pero que también hay que pensar en el gobierno, que permite este tipo de irresponsabilidad e impunidad. Entonces, se dirige al segundo testigo, al joven, que es el heredero de la empresa, ¿no? Le pregunta si, como parte del acuerdo con el Departamento de Justicia, tuvo que admitir haber hecho algo mal o ser responsable de la crisis. Y él dice que no. Que no lo entrevistaron, y que no asume ninguna responsabilidad.

Pero luego añade algo muy interesante. Dice que, aunque cree que la empresa actuó legal y éticamente, siente una profunda responsabilidad moral porque su producto, a pesar de sus mejores intenciones, “ha sido asociado” con el abuso y la adicción. “Ha sido asociado”… Esa frase… ¡la voz pasiva! Ahí está la clave. Otro político le interrumpe y le dice que está usando la voz pasiva, como si él y su familia no supieran lo que estaba pasando.

Y es que… si escuchas la audiencia entera, esa frase, “ha sido asociado”, se te queda grabada en la cabeza. Es la clave de todo.

Porque es que es eso, ¿no? Hace años escribí sobre cómo pequeñas cosas pueden tener un gran impacto, sobre las reglas de las epidemias sociales. Y decía que esas reglas se podían usar para hacer el bien, para reducir el crimen, enseñar a leer… Pero si el mundo se puede cambiar con un pequeño empujón, ¿quiénes son los que saben dónde y cuándo empujar? ¿Qué intenciones tienen? ¿Qué técnicas usan?

Es como una investigación forense de las epidemias sociales, ¿no? Averiguar las razones, los culpables y las consecuencias. Hay que analizar cómo la gente, a veces sin querer, a veces a propósito, cambia el curso de los acontecimientos y crea un fenómeno contagioso. Y en cada caso, hay preguntas que responder y problemas que solucionar. Porque las mismas herramientas que usamos para construir un mundo mejor se pueden usar en nuestra contra.

Todo esto viene a cuento porque quiero contar la historia de estos tres testigos. De la primera, de la segunda, del tercero…

Antes de eso, digamos que… En la audiencia, el político le dice al segundo testigo que han recibido cartas de gente que ha perdido a sus seres queridos por la crisis. Le lee la carta de una madre que perdió a su hijo y que no puede superar el dolor. Y le pide su opinión sobre estas historias.

El testigo empieza a hablar, pero no se le oye. Estaba mudo.

Se disculpa por no haber quitado el silencio del micrófono. Y dice que siente mucha empatía, tristeza y remordimiento porque su producto, que se hizo para ayudar a la gente, “ha sido asociado” con historias como la que acaban de leer. Que lo siente muchísimo, y que toda su familia también.

Otra vez, la frase, “ha sido asociado”.

Y es que es el momento de tener una conversación seria sobre las epidemias. Tenemos que reconocer nuestro papel en crearlas. Ser honestos sobre cómo intentamos manipularlas, a veces de forma sutil y oculta. Necesitamos una guía para entender las fiebres y los contagios que nos rodean.

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