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A ver, a ver, ¿cómo simplificamos esa lista de cosas por hacer que nos vuelve locos? Porque, seamos honestos, podemos probar mil sistemas súper sofisticados, aplicaciones y lo que sea, pero al final, hay una cosa que funciona, ¿sí o sí? Y es tan simple, tan básica, que a veces se nos olvida.
Hablo de… una simple tarjeta. Una tarjeta de esas de toda la vida. Sí, sí, como lo oyes. Parece mentira, ¿verdad? Pero gente súper exitosa, desde analistas hasta, no sé, ¡gente multimillonaria!, la usa.
Por ejemplo, un tipo muy listo, un inversor de tecnología, un tal Andreessen, escribió una vez sobre cómo organizaba su día. Y decía algo así como que, cada noche, antes de irse a dormir, preparaba una tarjeta, una tarjeta pequeña, con tres, cuatro, máximo cinco cosas que iba a hacer al día siguiente. Y ojo, no se trata de poner cualquier cosa, ¿eh? Se trata de poner las tareas importantes, las que de verdad te acercan a tus objetivos a largo plazo. Ya sabes, esas cosas que te hacen sentir que estás avanzando de verdad. Hay que evitar poner ahí todo lo urgente e insignificante que nos distrae.
Entonces, por la mañana, empiezas por la primera tarea de la lista y vas bajando, tachando las cosas a medida que las terminas. La idea es, básicamente, tacharlo todo antes de que termine el día. Y si eso es todo lo que has hecho, ¡ya es un triunfo! Porque eran las tres o cinco cosas más importantes que te acercaban a tus metas.
A ver, es que tendemos a pensar que podemos hacer muchísimo en un día. Nos flipamos un poco, ¿no? Así que es mejor ser un poco conservador con el número de tareas que pones en la tarjeta. Como regla general, tres cosas, a menos que haya una razón muy muy específica para poner más.
Y es que, al final, los sistemas de productividad más elaborados requieren mucho tiempo, mucha dedicación… y mucho pensar. Y si estás pasando más tiempo pensando en tu sistema de productividad que en ser productivo, pues, estás dando vueltas en círculo. La tarjeta, en cambio, te ayuda a concentrarte en lo que de verdad importa y te da ese empujón para empezar.
Al final, lo importante es recordar esto: lo simple es bello. Y, oye, que funciona, ¿eh?