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A ver, a ver, por dónde empiezo... pues sí, estaba pensando sobre esto de la riqueza mental, ¿no? Y me acordé de una cosa que dijo Steve Jobs, el de Apple, en un discurso que dio en la Universidad de Stanford. Ay, fue hace un montón, pero me acuerdo como si fuera ayer. Dijo algo así como, a ver si me sale bien... "Tu tiempo es limitado, así que no lo gastes viviendo la vida de otra persona. No te dejes atrapar por el dogma, que es vivir con los resultados del pensamiento de otras personas. No dejes que el ruido de las opiniones de los demás ahogue tu propia voz interior. Y lo más importante, ten el valor de seguir tu corazón y tu intuición. De alguna manera, ellos ya saben lo que realmente quieres llegar a ser. Todo lo demás es secundario... Mantente hambriento. Mantente alocado." ¡Qué fuerte, ¿eh?!
Y bueno, pensando en eso, se me ocurrió que hay como tres pilares importantes para construir esa riqueza mental. Tres cosas que, si las cultivamos, nos pueden ayudar a vivir una vida más plena y significativa.
El primero es el propósito. O sea, tener claro cuál es tu visión, qué es lo que realmente te importa y te motiva. No sé, como tener un faro que te guía y te ayuda a tomar decisiones, tanto a corto como a largo plazo. Y, sobre todo, no vivir la vida que otros quieren que vivas, sino la tuya propia.
El segundo pilar es el crecimiento. Esa hambre de aprender cosas nuevas, de mejorar, de cambiar. Darnos cuenta de que nuestra inteligencia, nuestras habilidades, nuestro carácter... todo eso se puede desarrollar. Y claro, pues eso, la curiosidad, las ganas de explorar nuevas cosas.
Y el tercero, muy importante también, es el espacio. ¿A qué me refiero con esto? Pues a crear momentos de silencio, de soledad, para pensar, para recargar energías, para conectar contigo mismo. La capacidad de escuchar tu voz interior, ¿sabes?
Y es que, bueno, si medimos nuestra riqueza mental en base a estos tres pilares –propósito, crecimiento y espacio– tenemos como un plan para actuar y construirla, ¿no?
A ver, hablando del propósito, me acuerdo de un artículo muy interesante que salió en National Geographic hace años, sobre los secretos de la longevidad. Hablaba de las "zonas azules", que son lugares en el mundo donde la gente vive muchísimos años y, además, ¡con buena salud! Y una de las cosas que tenían en común todas estas personas era que... ¡tenían un propósito en la vida!
Sí, sí, un propósito. Algo que les daba sentido a sus días, una identidad, una conexión con el mundo que les rodeaba. Por ejemplo, mi propósito es crear un impacto positivo en el mundo a través de lo que escribo, de los negocios en los que invierto y de mis relaciones. Es algo que me ayuda a enfocar mis acciones, ¿sabes?
Tu propósito es como tu espada para ser diferente, para dejar tu huella en el mundo. Es conectar con algo más grande que tú, algo que te defina y te guíe. No tiene por qué ser algo impresionante ni grandioso para los demás. Es personal, es tuyo. Y lo bueno es que, como dicen los estudios, tener un propósito se asocia con una vida más larga, feliz y plena. ¿Quién no quiere eso, verdad?
Y, ojo, que tu propósito no tiene que estar relacionado con tu trabajo. De hecho, mucha gente que conozco tiene su propósito fuera del ámbito laboral. No sé, puede ser cuidar de los tuyos, ayudar a los demás, hacer voluntariado... ¡Hay mil opciones! Lo importante es que te motive y te haga sentir bien.
Así que, recuerda, no importa lo que hagas, tu propósito tiene que ser tuyo. ¡Que te salga del alma!
Y ahora, hablando del crecimiento... Es que, a ver, la búsqueda de la mejora continua... es un acto de valentía. ¿Por qué aprender algo nuevo cuando ya sabes lo suficiente? ¿Por qué esforzarte cuando puedes conformarte? ¿Por qué hacer todo eso? Pues... ¡Porque eres capaz de mucho más de lo que crees! Y perseguir ese potencial, aunque sea difícil, vale la pena. Te mantiene activo y te demuestra que puedes cambiar, crecer y adaptarte.
Y, bueno, la historia está llena de ejemplos de personas que han logrado cosas increíbles gracias a su sed de conocimiento. Benjamin Franklin, por ejemplo, era un genio en muchas cosas. Y dicen que dedicaba una hora cada mañana a aprender. Y no es el único, eh. Elon Musk, Bill Gates, Oprah Winfrey... ¡Todos dedican tiempo a aprender y crecer!
Y lo mejor de todo es que el crecimiento depende más de tu actitud que de tu inteligencia. O sea, que no es solo para los genios. ¡Todos podemos crecer!
Hay una psicóloga, Carol Dweck, que hizo un estudio muy interesante sobre esto. Les dio unos puzzles a unos niños y a algunos los felicitó por su inteligencia, y a otros por su esfuerzo. ¿Y qué pasó? Pues que los niños que fueron felicitados por su esfuerzo estaban más dispuestos a aceptar retos y a seguir aprendiendo. Los otros, los que habían sido felicitados por su inteligencia, preferían evitar los retos para no arriesgarse a fracasar. ¡Qué fuerte!
Según esta psicóloga, hay dos tipos de mentalidad: la mentalidad fija, que es la que cree que tus capacidades son limitadas e inamovibles, y la mentalidad de crecimiento, que es la que cree que puedes desarrollar tus habilidades y tu inteligencia. La mentalidad de crecimiento te permite afrontar los retos con optimismo y resiliencia, y te ayuda a no tener miedo de fracasar. Porque sabes que el fracaso es una oportunidad para aprender.
La riqueza mental se basa en esta creencia: en que puedes crecer, aprender y cambiar. ¡Pero la creencia es solo el principio! Hay que actuar, hay que hacer cosas cada día que te permitan crecer.
Como dijo Gandhi: "Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre." ¡Qué razón tenía!
Y por último, pero no menos importante, el espacio. ¿Alguna vez te has sentido como si no tuvieras ni un minuto para ti? Te levantas, coges el móvil, te bombardean con mensajes y notificaciones, vas al trabajo, de reunión en reunión, vuelves a casa, comes rápido mientras revisas el correo... Y al final del día estás agotado y no has tenido tiempo de pensar en nada.
El espacio es ese momento en el que te desconectas del mundo exterior y te conectas contigo mismo. Es el silencio, la soledad. Puedes crearlo literalmente, yéndote a un lugar tranquilo donde puedas estar solo, o metafóricamente, yendo a ese lugar en tu mente. Lo importante es que lo hagas, y que lo hagas regularmente.
El espacio no es vagancia. ¡Al contrario! Es combustible para la mente. Te permite pensar, resetearte, reflexionar sobre las grandes preguntas de la vida, manejar el estrés y recargar energías. Te permite escuchar tu voz interior y conectar con tu intuición.
John D. Rockefeller, uno de los empresarios más exitosos de la historia, tenía una costumbre curiosa: todos los días se iba a pasear por sus jardines, sin trabajo, sin libros, sin nada. Simplemente caminaba y respiraba. ¡Un hombre tan ocupado como él necesitaba ese espacio para desconectar!
Así que ya sabes, no hace falta que te hagas monje ni que te vayas a vivir a la montaña. Simplemente encuentra tu "jardín de Rockefeller", ese lugar o ese momento en el que puedas desconectar y respirar. Puede ser una caminata de quince minutos sin tecnología, una oración, escribir en un diario, meditar, hacer ejercicio... ¡Lo que te funcione a ti!
Lo importante es que te des ese espacio para conectar contigo mismo y recargar energías. No importa quién seas, dónde estés o qué estés haciendo. ¡El poder está en el espacio! No se necesitan votos de monje.
Y bueno, teniendo claros estos tres pilares –propósito, crecimiento y espacio– ya podemos empezar a construir nuestra riqueza mental. Que al final es lo que importa, ¿no? Vivir una vida con sentido, en la que crecemos, aprendemos y nos damos el tiempo para conectar con nosotros mismos. ¡Anímate!