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Ay, Dios mío, ¿por dónde empiezo? A ver, vamos a hablar un poquito de esas crisis de la mediana edad, ¿no? Que tanto escuchamos y... bueno, ¿será que son tan malas como las pintan?
Mira, la verdad es que a veces las crisis, esas sacudidas en nuestra vida, nos pueden dar un empujón... un empujón hacia algo mejor. Por ejemplo, Frank Lloyd Wright, el famoso arquitecto, tuvo un par de momentos así, de quiebre, y los transformó en oportunidades para reinventarse, ¿me entiendes?
Y es que no siempre se trata de gente que nunca ha logrado nada. No, no, también hay que fijarse en aquellos que ya han hecho cosas interesantes, ¡y que pueden volver a hacerlo! Porque, a ver, seamos honestos, ¿cuánta gente conocemos que tiene éxito, sí, pero no es feliz? ¿Cuántos gerentes de mediana edad, consultores aburridos, que están hasta el gorro de su trabajo? No se trata de que todos dejen su vida y se pongan a pintar, como en esa novela, *El arrepentimiento de Somerset Maugham*, ¿no? A veces, basta con un cambio de actitud, encontrarle el sentido a lo que ya haces. Pero... pero para otros, un cambio radical, ¡un nuevo camino!, puede ser justo lo que necesitan.
El descontento, chico, el descontento es algo que le pasa a muchísima gente en la mediana edad. Dicen que hay como una curva de la felicidad, ¿sabes? Que empezamos súper felices, llenos de energía y expectativas, y luego, a los cuarenta y pico, ¡zas!, nos hundimos. Pero, ojo, luego volvemos a subir y la felicidad incluso aumenta con la edad. Pero, claro, no todo el mundo sigue esa curva al pie de la letra. Es una media, ¿eh? Pero sí que es un patrón que se repite.
Y aquí viene mi argumento, que quizás te sorprenda: ¡más gente debería tener una crisis de la mediana edad! Sí, sí, como lo oyes. Esa bajada en la felicidad puede ser la chispa que necesitas para cambiar. En lugar de obsesionarte con tus problemas, ¡sal de ti mismo! Preocúpate por algo más, por algo que te apasione. Y ojo, no tienes que tirar todo por la borda, pero a veces, aventurarte en algo nuevo es lo mejor que puedes hacer.
Un consejero matrimonial, por ahí, dijo que la mediana edad es como "una segunda pubertad". ¡Qué fuerte! En la adolescencia, el cuerpo cambia, buscas tu vocación, cambian tus deseos... Pues en la mediana edad pasa algo parecido. La memoria empieza a fallar, ves que tus ambiciones juveniles tienen límites... ¡Es como si tuviéramos otra oportunidad! La diferencia es que a los adolescentes se les anima a explorar, a descubrirse. Pero cuando a alguien de mediana edad le entran esas ganas, se siente como... "raro", ¿no? ¡Hay que normalizar esta etapa! Verla como un momento de cambio y oportunidad.
Y a veces, los hijos no lo entienden. En una novela, *All Passion Spent*, los hijos se enfadan porque su madre, ya viuda, decide vivir sola y hacer lo que le da la gana. Pero ella no se achanta y se reinventa. ¡Pues eso! Hay que actuar ante la crisis, en vez de aceptarla sin más. Puede ser algo transformador.
¿Y qué pasa con la gente que ya tiene una carrera exitosa? Pues también pueden tener un segundo pico. Steve Jobs, sin ir más lejos, después de ser despedido de Apple y tener varios fracasos, volvió a la empresa y la convirtió en lo que es hoy. Aprendió de sus errores, colaboró con otros... Y así revolucionó el mundo.
Y mira, Terry Gross, le hizo una entrevista y le preguntó si pensaba que le habían desahuciado tras salir de Apple. Y él le dijo que estaba seguro de que sí, que fue un momento muy duro, pero que intentó aprender de ello. Que no tenía miedo de fallar, que sin fallar no se llega a ningún lado. Y es que, chico, ¡de los errores se aprende!
Pero a veces no hace falta llegar a esos extremos. A lo mejor es solo cambiar de aires. Un vendedor llamado Mark Cranney, por ejemplo, dejó su trabajo estable en Boston y se fue a una *startup* en California que era todo lo contrario a lo que él conocía. Pero necesitaba un cambio, y aunque no le gustaba nada de esa cultura, vio una oportunidad y se lanzó. ¡Y le fue genial! Aportó orden y estructura, y la empresa terminó vendiéndose a Hewlett-Packard.
Así que ya ves, la vida da muchas vueltas. Y a veces, los cambios más inesperados son los que nos llevan a lo mejor. La clave es la perseverancia, la confianza en uno mismo y, sobre todo, ¡no tener miedo de reinventarse!
Vera Wang, por ejemplo, era patinadora sobre hielo y lo dejó para estudiar historia del arte y luego trabajó en Vogue. Parecía una preparación inútil, pero al final, todo le sirvió. Con 40 años, se casó y se dio cuenta de que los vestidos de novia eran todos iguales. Así que diseñó el suyo propio y empezó su carrera como diseñadora. ¡A los 40! Su padre le dio el dinero, pero su creatividad fue lo que la llevó al éxito.
Claro, que a veces no se trata tanto de crisis como de inspiración. ¿Julia Child tuvo una crisis o simplemente una revelación? Lo importante es que la vida es larga, cada vez más, y que vamos a tener que cambiar de carrera varias veces. Ya no vale el modelo de estudiar, trabajar y jubilarse. Ahora hay que estar dispuestos a explorar, a transformarse, a adaptarse a los nuevos tiempos.
Y ya para terminar, no te creas todo lo que dicen sobre la curva de la felicidad. Algunos dicen que solo se aplica a gente con pocos ingresos, otros no encuentran ninguna prueba de ella. ¡Cada uno tiene su propia experiencia! Pero lo importante es no rendirse, no quedarse estancado. Como dijo Ava DuVernay, la directora de cine: "¿Puedes cambiar de opinión sobre quién eres y lo que quieres hacer más adelante en la vida?".
El mundo está lleno de gente que ha cambiado de carrera a mitad de camino y les ha ido genial. Una analista financiera que se convirtió en desarrolladora web con 51 años. Una historiadora del arte que ahora hace documentales de ciencia. ¡Una fotógrafa que empezó con 62! El fundador de Zoom, que dejó su trabajo para crear su propia empresa con 41.
Así que ya sabes, si estás en la mediana edad y te sientes un poco perdido, ¡no te desanimes! A lo mejor es el momento de reinventarte. Escucha a Lucy Kellaway, que dejó su trabajo como escritora para ser profesora de matemáticas a los 50 y pico. Lo importante, decía, es "desaprender" las viejas costumbres. ¡Y atreverse a empezar de nuevo!