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A ver, a ver… ¿por dónde empiezo? Ah, sí. Todo esto que voy a contar es sobre un tal "Señor Índice" y un brote que hubo en el Marriott.
Imagínense esto: una empresa de biotecnología, Biogen, organiza su reunión anual de liderazgo en un hotelazo en Boston, el Marriott Long Wharf. Estamos hablando de casi doscientos invitados que vienen de todas partes del mundo, ¿eh? Saludándose, abrazándose, como si nada pasara… Era una época en que el famoso virus, el SARS-CoV-2, era como una cosa lejana, ¿me entienden? Había surgido en China y tal, pero nadie se imaginaba lo que iba a pasar después.
Claro, ahora, con la perspectiva del tiempo, todos los que organizaron esa reunión se dan cuenta de que no debió haber ocurrido nunca. Pero, bueno, en ese momento, la gente era más optimista, ¿no? Hasta que, de repente, después de la conferencia, empiezan a caer enfermos… uno, otro, otro… ¡Una barbaridad! Como cincuenta personas con síntomas de gripe.
Imagínense el lío. Biogen manda un email a todos los que estuvieron en la reunión, diciéndoles que vayan al médico si se sienten mal. Luego, contactan al departamento de salud pública. Y, para colmo, dos empleados en Europa dan positivo. ¡Se armó! Intentan contenerlo, pero ya era demasiado tarde. Algunos de los que estuvieron en el Marriott fueron a otra conferencia en otro Marriott, y ahí también empezaron los contagios. Otro ejecutivo voló a Florida y se puso enfermo allí también. ¿Había infectado a más gente?
Y luego estaba Carolina del Norte, donde Biogen tiene muchísimos empleados. Los que volvieron de Boston también empezaron a caer. Un desastre, vamos. Poco a poco, se dan cuenta de que lo que pasó en esos dos días en Boston fue una catástrofe de salud pública, porque toda esa gente, al ser una empresa internacional, viajó a todas partes después de la reunión.
Total, que la cosa se pone fea, fea, fea. Y todo esto me hace pensar en cómo equilibramos las necesidades del individuo contra las del grupo. Es una pregunta muy difícil, ¿eh? Porque, al final, se trata de cómo se propagan las epidemias.
Miren, el primer caso conocido de COVID en la región de Boston fue un estudiante chino que volvió de Wuhan justo antes de que empezaran las restricciones de viaje. El estudiante llega a Boston, pasa por inmigración, va a su apartamento… ¿infectó a alguien? Pues no. ¡A nadie! Increíble, ¿no? La cosa fue tan poco alarmante que la directora de salud pública dijo que no había que preocuparse.
Pero luego, unos científicos del Broad Institute, que lograron crear un laboratorio para hacer pruebas de COVID, empezaron a analizar las firmas genéticas del virus en cada paciente. Y descubrieron que, en los primeros meses, el virus entró en la región de Boston muchísimas veces, más de cien veces. Pero casi ninguno de esos casos se propagó.
Uno de los peores brotes ocurrió en una residencia de ancianos. ¡Casi todos los residentes se contagiaron! Un tercio del personal también. Fue terrible. Pero, ¿saben qué? Ese brote casi no salió de la residencia. Un lugar con gente entrando y saliendo, pero el virus apenas se extendió fuera.
Entonces, ¿qué pasó con la reunión de Biogen? Pues, según Jacob Lemieux, un especialista en enfermedades infecciosas del Broad Institute, los casos que surgieron de esa reunión tenían una firma genética muy particular, una mutación llamada C2416T. Esa mutación no se había visto antes en Estados Unidos, solo en dos ancianos en Francia. Así que, rastreando esa mutación, los científicos pudieron darse cuenta del impacto que tuvo ese evento.
La cosa llegó a la prensa, y al principio estimaron que unas veinte mil personas se habían infectado por la conferencia. ¡Pero se quedaron cortos! A medida que los científicos de todo el mundo compartían información sobre las cepas del virus, se dieron cuenta de que la cepa de Biogen se había propagado por todas partes: veintinueve estados de Estados Unidos, Australia, Suecia, Eslovaquia…
La estimación final fue que la reunión de Biogen causó más de trescientas mil infecciones. ¡Más de trescientas mil! Y, al parecer, todo empezó con una sola persona. "Asumimos", dijo Lemieux, "que fue introducido por una persona". ¿Qué tenía de especial esa persona?
Todo esto nos lleva a pensar en algo que llamo "la Ley de los Pocos". Muchos de los problemas sociales que tenemos son asimétricos, es decir, que una pequeña minoría es la que causa la mayor parte del problema.
Por ejemplo, hace muchos años, conocí a un químico llamado Donald Stedman, que había inventado un aparato para medir las emisiones de los coches. Resulta que una pequeña cantidad de coches, los más viejos o los que estaban en mal estado, eran los que causaban la mayor parte de la contaminación. Stedman decía que no tenía sentido que todos los conductores tuvieran que pasar una inspección de emisiones, cuando en realidad eran unos pocos los que contaminaban de verdad.
Pues bien, el mundo de los virus también funciona así. En una epidemia, no todos los contagiados tienen la misma capacidad de contagiar. Algunos son "supercontagiadores", que transmiten el virus a muchas más personas que los demás.
Los científicos que estudian los aerosoles, esas partículas diminutas que flotan en el aire, se dieron cuenta de que el COVID se transmitía por aerosoles, no solo por gotitas grandes que caen al suelo. Cuando hablamos, respiramos, estornudamos, exhalamos millones de partículas de saliva. Y esas partículas pueden flotar en el aire durante mucho tiempo, incluso después de que la persona que las exhaló se haya ido.
William Ristenpart, un ingeniero químico, dice que la gente se ha centrado mucho en los estornudos y la tos, porque son eventos dramáticos. Pero la verdad es que hablamos todo el día, y eso es mucho más importante para la transmisión del virus.
Así que, si el COVID se transmite por aerosoles, ¿por qué no hubo miles de casos como el de la reunión de Biogen? La respuesta es que no todas las personas emiten la misma cantidad de aerosoles. Algunas personas son "superemisores", es decir, que producen muchísimos más aerosoles que los demás.
Ristenpart dice que los supercontagiadores podrían tener una saliva con propiedades especiales, más elástica y viscosa. David Edwards, otro científico, cree que la hidratación también influye. Si uno está deshidratado, las vías respiratorias superiores no funcionan bien, y entonces se exhalan más partículas de virus.
Edwards descubrió que la edad y el índice de masa corporal (IMC) eran los principales factores que predecían la producción de aerosoles. Cuanto mayor es la edad y el IMC, más deshidratado tiende a estar uno.
Así que, volviendo al caso del Marriott Long Wharf, podemos imaginar que el "Señor Índice", la persona que inició el brote, era un supercontagiador. Trabajaba en Europa, se contagió justo antes de viajar a Boston, no bebió suficiente agua durante el vuelo, y llegó a la reunión deshidratado. Y como era un supercontagiador, al hablar en la reunión, liberó millones de partículas de virus que infectaron a muchísimas personas.
¿Y ahora qué? Pues que la ciencia está avanzando y pronto vamos a poder identificar a los supercontagiadores. Y entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Les vamos a prohibir viajar? ¿Les vamos a pedir que se hagan pruebas de saliva antes de entrar en un restaurante? Es una pregunta muy difícil, pero tenemos que empezar a pensar en ella, porque la próxima vez que haya una pandemia, vamos a tener que tomar decisiones muy difíciles para salvar vidas.
Una posibilidad lógica es que la cepa que se propagó a partir de la reunión de Biogen fuera inusualmente infecciosa. Pero este no fue el caso. Cepas posteriores, como Omicron, fueron mucho más transmisibles.