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A ver, a ver... ¿por dónde empiezo? Bueno, pues hace muchos años, pero muchísimos, muchísimos años, un montón de fenómenos naturales solo se podían explicar con cosas sobrenaturales o, directamente, no tenían explicación. Ya sabes, esos rollos de que algunas anguilas podían aturdir a sus presas con chispazos, o que un rayo iluminaba el cielo, o que dos metales metidos en un líquido hacían que los músculos de una rana muerta se movieran... ¡Qué cosas!
Pero después del Renacimiento y la Ilustración, los científicos empezaron a buscar explicaciones, digamos, más científicas, más lógicas. Y ahí, poco a poco, en el siglo XIX, empezaron a darse cuenta de que todas esas observaciones eran, en realidad, manifestaciones de lo que ahora conocemos como electricidad. ¡Imagínate!
Claro que... ¿quién "descubrió" la electricidad? Esa es la gran pregunta. ¿Fue Benjamin Franklin con su cometa en la tormenta? ¿O fue Alessandro Volta, que creó una carga eléctrica químicamente? ¿O Hans Oersted, que demostró la conexión entre la corriente eléctrica y el magnetismo? ¿O Michael Faraday con sus campos de fuerza magnética? ¿O James Clerk Maxwell, que unió todas esas ideas en una teoría? Pues, ¡todos! La verdad es que el conocimiento colectivo es eso, una creación de muchos y una propiedad de todos.
Y ese avance en el conocimiento de la electricidad llevó al desarrollo de lo que podríamos llamar inteligencia colectiva: la aplicación de ese conocimiento a problemas prácticos. Por ejemplo, el experimento de Franklin llevó a que se instalaran pararrayos en edificios altos. Fue un comienzo modesto, pero importante.
Luego, un matemático alemán, Carl Gauss, tuvo la idea de usar impulsos eléctricos para la comunicación. ¡No se imaginaba la que iba a liar! Y con la ayuda de Joseph Henry, Samuel Morse, que era pintor, convenció al Congreso para que financiara la construcción de un telégrafo. Y así, Morse se hizo rico, ¡muy rico!
Alexander Graham Bell aprovechó esa libertad. Estudió las vibraciones del habla para ayudar a comunicarse con Mabel Hubbard, que era sorda, y con la que se casó después. Bell se dio cuenta de que esas vibraciones se podían transmitir y reproducir eléctricamente... ¡y así nació el teléfono!
Otros tuvieron ideas parecidas. Western Union, que se veía amenazada por el teléfono de Bell, contrató a Thomas Edison para que lo mejorara. Edison patentó el fonógrafo y se convirtió en un defensor de las aplicaciones comerciales de la electricidad, como la iluminación eléctrica. Y, claro, tenía muchos rivales, como Nikola Tesla, un croata que trabajaba para Westinghouse. Tesla promovió la corriente alterna (AC) frente a la corriente continua (DC) de Edison. ¡Menuda guerra!
Elon Musk, por cierto, le puso el nombre de Tesla a su empresa de coches, en homenaje a ese triunfo en la "guerra de las corrientes" que ayudó a definir el mundo moderno. ¿Dirán lo mismo de Musk dentro de 150 años? ¡Quién sabe!
Y bueno, tres siglos después de que Franklin lanzara su cometa, no podemos imaginar un mundo sin la electricidad. Un mundo en el que la única forma de comunicarse fuera con un mensajero. Un mundo en el que la única fuente de energía en casa fuera el esfuerzo individual. ¡Impensable!
Ahora, hablando de otras cosas... La posibilidad de volar siempre ha fascinado al ser humano. Desde Ícaro, que se cayó al acercarse demasiado al sol, hasta nuestros días. Al principio, como los pájaros volaban con alas que batían, parecía lógico pensar que esa era la clave.
Pero no fue hasta el siglo XVII que empezamos a entender los mecanismos del vuelo. Y aun así, aunque sabemos cómo construir aviones que vuelan, no entendemos completamente por qué lo hacen. ¡Qué curioso!
Robert Hooke, un inglés muy inteligente, fue el que se dio cuenta de que los objetos no tienen por qué caerse si tienen suficiente impulso hacia adelante. Pero no había forma de conseguir ese impulso para un carro o una carruaje... hasta que se inventó la máquina de vapor.
James Watt mejoró la máquina de vapor de Thomas Newcomen, y así nació uno de los inventos más importantes de la Revolución Industrial. Pero el desarrollo de la máquina de Watt no solo requirió capital, sino también la visión para los negocios de Matthew Boulton. Y el éxito de la empresa de Boulton y Watt se debió en gran parte al genio de William Murdoch, que hizo un montón de mejoras a los diseños de Watt.
Y bueno, el uso de máquinas de vapor eficientes fue un catalizador importantísimo de la Revolución Industrial. Fue el resultado del conocimiento colectivo que se acumuló en la revolución científica, combinado con la experiencia técnica de Murdoch, las habilidades empresariales de Boulton y el genio inventivo de Watt. ¡Una combinación explosiva!
Muchas personas intentaron usar las máquinas de Newcomen y Watt para impulsar un barco, pero sin mucho éxito comercial. Pero en 1804, Richard Trevithick tuvo una idea diferente: una máquina montada sobre ruedas. Y George Stephenson convenció a los promotores del ferrocarril de Stockton y Darlington para que usaran una máquina de vapor sobre ruedas para tirar de los vagones de carbón.
El siguiente paso fue obvio: un ferrocarril para pasajeros entre Liverpool y Manchester. Y a partir de ahí, el resto es historia. Los ferrocarriles unieron las costas del Atlántico y el Pacífico en Estados Unidos. Y en el siglo XIX, los barcos de vapor cruzaban el Atlántico. Pero la relación entre potencia y peso de las primeras máquinas era demasiado baja para que la aviación fuera una posibilidad real.
Luego, el desarrollo de las turbinas de vapor revolucionó el transporte marítimo. Y el descubrimiento del petróleo abrió otro camino, que llevó al desarrollo del motor de combustión interna, que es el que usamos en los coches. Y así, Wilbur y Orville Wright construyeron el primer avión de ala fija que despegó por sus propios medios.
El vuelo tripulado fue posible gracias a la acumulación de conocimiento colectivo (de los científicos) y su traducción en inteligencia colectiva (de los ingenieros). Y en el siglo siguiente, los empresarios combinarían esas capacidades técnicas con las capacidades organizativas necesarias para desarrollar productos comerciales.
El Airbus A320, por ejemplo, es uno de los productos más complejos de nuestra era. No hay ningún manual que describa todo el proceso de montaje, planificación de vuelo y gestión de la aeronave. El consorcio Airbus es una red internacional compleja: el fuselaje delantero se construye en Francia, los estabilizadores horizontales en España y las alas en Gales. ¡Una locura!
Y hablando de aprendizaje... El término "curva de aprendizaje" se usa para describir el fenómeno que Adam Smith observó en la fábrica de alfileres: que las personas mejoran en las tareas rutinarias a medida que las repiten. Y la "curva de experiencia" describe el mismo fenómeno en un esfuerzo colectivo. El diseño de aviones ha evolucionado paso a paso desde los hermanos Wright, y requiere mucha confianza, cooperación y el intercambio de conocimientos.
Y para terminar, me gustaría hablar de "la sabiduría de las multitudes". Esa idea de que la opinión de mucha gente es más precisa que la opinión de un experto. Aristóteles ya hablaba de esto, y el periodista James Surowiecki lo popularizó en su libro "La sabiduría de las multitudes".
Surowiecki cuenta una historia de Francis Galton: en una feria, se invitó a los asistentes a adivinar el peso de un buey. Galton se dio cuenta de que la media de todas las estimaciones era muy cercana al peso real del buey. ¡Increíble! Pero bueno, Aristóteles no pensaba en concursos de adivinanzas cuando hablaba de la sabiduría de las multitudes. Se refería al conjunto, no al promedio. Reconocía la importancia de la experiencia, pero también la importancia de la opinión de mucha gente. En fin, ¡un tema interesante para reflexionar!