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A ver, a ver, vamos a hablar un poquito del valor, ¿no? Es que, fíjate, hay una frase por ahí que dice que si le enseñas a un loro a decir "oferta y demanda", pues tienes un economista de primera. ¡Qué fuerte! Pero bueno, más allá de la broma, el tema del valor es súper complejo.
Es que, ¿qué es realmente el valor? Los primeros economistas, Adam Smith, Ricardo, incluso Marx, se agarraban a la idea de que el valor era algo tangible, ¿sabes? Como el resultado del trabajo, el esfuerzo que se ponía en hacer algo. Era como, mira, todo lo que curra la gente para hacer esto, pues eso es lo que vale.
Pero claro, ahí está el problema. Por mucho que alguien se mate a hacer algo, si ese algo no sirve para nada, pues... ¿dónde está el valor ahí? O sea, un ejemplo tonto, pero clarísimo, es lo de Sísifo, ¿no? Que estaba todo el día subiendo una piedra que nunca llegaba a la cima. Mucho esfuerzo, sí, pero ¿valor? Cero.
Entonces, otra gente empezó a pensar que el valor era algo más subjetivo, que estaba en la mente del consumidor, en la utilidad que le daba a las cosas. Y ahí surge la famosa paradoja del agua y los diamantes. ¿Por qué los diamantes, que son solo para adornar, son tan caros y el agua, que es vital para vivir, es mucho más barata?
Al final, se llegó a una conclusión intermedia. El valor es subjetivo, sí, porque tiene que ver con el placer o la utilidad que le sacas a algo. Pero el coste de producción también influye. Los diamantes son caros porque son difíciles de encontrar y sacarlos cuesta mucho. Y el agua es barata porque es abundante y fácil de conseguir. O sea, que es una mezcla de las dos cosas.
Otra cosa importante es que el valor del último litro de agua que usas, cuando te estás dando una ducha larga sin necesidad, es mucho menor que el valor del primer litro, ese que te mantiene vivo. Si los diamantes fueran como el agua, pues estarían por todos lados y no valdrían nada. Esta idea del valor marginal, del último poquito que consumes, es algo que te queda grabado a fuego si has estudiado economía, vamos, seguro.
Pero ojo, que hasta ahora no he mencionado los precios ni los mercados. Y es que las cosas son valiosas porque son deseadas y escasas, da igual la sociedad que sea. Lo que pasa es que en las sociedades democráticas, intentamos que las cosas valiosas sean accesibles para todos, dentro de lo posible. Por eso puedes ir a ver la Mona Lisa o el Gran Cañón. Pero claro, un diamante solo lo puede llevar una persona a la vez, así que...
Y luego está el tema del precio. El precio es una forma de expresar el valor de las cosas en el mercado. Si quieres algo, tienes que pagar por ello, y si no tienes dinero, pues... te quedas sin. Pero el precio también le dice al productor cuánto vale su trabajo. Si puede vender algo a un precio que le dé beneficios, pues lo hará.
Eso sí, los precios no siempre reflejan el valor real de las cosas. En la industria farmacéutica, por ejemplo, muchas veces ni el médico ni el paciente pagan el precio de la medicina, sino el seguro o el sistema de salud. Y luego está el tema de las medicinas que te curan para siempre, que a veces no son tan rentables como las que tienes que tomar toda la vida. ¡Menudo dilema!
El precio es importante, sí, pero no lo es todo. Hay cosas que son muy valiosas y no tienen precio, como la amistad, la familia o la salud. Y hay cosas que tienen precio y no valen nada, como las estafas o los productos que dañan el medio ambiente.
Al final, los mercados y los precios son herramientas útiles, pero no hay que obsesionarse con ellos. Tenemos que tomar decisiones políticas sobre los valores que queremos como sociedad. La producción no es solo sobre cosas materiales, y hay más en la vida que consumir. Pero el consumo es una parte importante de nuestras vidas, y la producción ocupa la mitad de nuestro tiempo. Así que hay que pensar bien en todo esto.