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A ver, a ver, ¿por dónde empiezo? Bueno, hoy quería hablarles de algo que me ha estado dando vueltas en la cabeza últimamente. Es como... la idea de que quizás no somos tan independientes como creemos. Y quizás, solo quizás, esa idea de que controlamos nuestro destino es una gran, grandísima mentira.
Me explico. Todos hemos tenido esos momentos, ¿no? Esos giros inesperados en la vida. A lo mejor conociste a tu pareja por casualidad, o tomaste una clase que cambió tu carrera por completo. O, incluso, te salvaste de un accidente por un pelo, o te rechazaron una oferta por un departamento y al final encontraste algo mucho mejor. Son momentos que te hacen pensar: "Wow, si no hubiera sido por eso..."
Pero, claro, pensamos que esos momentos son la excepción. Creemos que, en general, construimos nuestras vidas con decisiones importantes, decisiones que creemos que controlamos nosotros solos. Buscamos consejo para elegir un camino, pero no para evitar cosas que no podemos controlar, ¿verdad? Nadie se compra un libro de autoayuda sobre cómo evitar que nos extinga un asteroide.
Y es que nos encanta pensar que nosotros, solos, somos la solución a nuestros problemas. Vemos la vida desde una perspectiva individualista. Nuestras decisiones definen nuestro camino. Somos, básicamente, los reyes de nuestro propio universo.
Pero, a veces, vemos esas coincidencias raras, esos cruces de caminos que no entendemos. Lo llamamos suerte, destino... y lo clasificamos como algo anormal. Pensamos que la vida normalmente es predecible, que podemos dirigirla. Y cuando algo nos saca de esa idea, nos encogemos de hombros y seguimos adelante, listos para tomar la próxima "gran decisión". Es una forma de pensar tan común que ni siquiera la cuestionamos.
Pero... ¿y si todo eso es una farsa? ¿Y si esa "delusión del individualismo" es lo que nos define? A veces, surge una historia que te hace ver lo absurdo que es pensar que estamos separados de todo y de todos.
Recuerdo una que leí hace poco. Un turista, creo que se llamaba Ivan, se estaba ahogando en el mar en Grecia. Lo daban por muerto. Y de repente, ¡lo encuentran vivo! ¿Cómo? Pues, resulta que antes de hundirse vio un balón de fútbol flotando a lo lejos. Se agarró a él con sus últimas fuerzas y así sobrevivió hasta que lo rescataron.
Lo más increíble es que ese balón, ¡ese mismo balón!, lo habían perdido unos niños diez días antes. Jugando en la playa, se les había escapado. El balón flotó como 130 kilómetros hasta encontrarse con Ivan. ¡Imagínate! Si esos niños no hubieran perdido el balón, Ivan habría muerto.
Y es que la verdad es que la vida se escribe en los márgenes, en los detalles pequeños. Las decisiones aparentemente insignificantes de gente que ni siquiera conocemos pueden afectar nuestro destino. El error es pensar que Ivan es un caso aislado. No lo es. Simplemente, él tuvo la suerte de ver esa conexión que está ahí todo el tiempo, pero que nosotros ignoramos porque estamos cegados por esa idea de que somos seres independientes.
Es como si la vida fuera un tapiz mágico, donde cada hilo está conectado con todos los demás. Si tiras de un hilo, siempre encontrarás resistencia porque está unido a todo el resto. Como dijo Martin Luther King Jr., estamos atrapados en una red de mutua dependencia, unidos en un solo destino.
Hace tiempo, un científico francés llamado Laplace intentó entender todo esto. Se preguntaba por qué somos tan malos prediciendo el futuro, por qué nos sorprenden las cosas. Él creía que si entendíamos las leyes que rigen el universo, podríamos predecir todo con exactitud.
Imaginen tener una criatura, a la que llamaron "el demonio de Laplace", que lo supiera absolutamente todo sobre cada átomo del universo. Ese demonio podría ver el pasado, el presente y el futuro como si fuera un rompecabezas resuelto. Nada sería un misterio para él.
Pero otros científicos no estaban de acuerdo. Decían que los misterios del universo son imposibles de conocer, sin importar la tecnología o los demonios que imaginemos. No es que no sepamos, es que no podemos saber.
Entonces, ¿en qué universo vivimos? ¿Uno predecible o uno incierto?
Un meteorólogo llamado Edward Lorenz nos acercó a la respuesta. Él creó un modelo simplificado del clima en una computadora. Un día, decidió volver a correr una simulación, pero para ahorrar tiempo, introdujo los datos de la mitad de la simulación anterior. Pensó que si ponía la misma temperatura y velocidad del viento, el clima sería el mismo.
Pero no. El clima resultante fue completamente diferente. Después de mucho analizar, Lorenz se dio cuenta de que la computadora redondeaba los datos a tres decimales. Esas pequeñas diferencias, esos errores de redondeo, ¡estaban produciendo cambios enormes!
Y así, Lorenz descubrió el "efecto mariposa": la idea de que una mariposa batiendo sus alas en Brasil puede causar un tornado en Texas. Incluso en un universo regido por leyes, cambios minúsculos pueden tener consecuencias gigantescas. Por eso, incluso con las supercomputadoras de hoy, nuestras predicciones del clima son poco fiables.
Entonces, ¿qué significa todo esto? Pues que si una pequeña variación en la velocidad del viento puede provocar una tormenta meses después, ¿qué pasa con nuestra decisión de posponer la alarma del despertador en la mañana? ¿Nuestras vidas están gobernadas por decisiones insignificantes y golpes de suerte? Y lo más inquietante: si las decisiones de otra persona pueden afectar nuestras vidas, ¿qué podemos hacer?
Si miras la realidad de cerca, te darás cuenta de que estamos conectados entre nosotros a través del tiempo y del espacio. En un mundo interconectado, todo lo que hacemos importa porque nuestras acciones pueden crear tormentas, o calmarlas, en la vida de los demás. Controlamos mucho menos de lo que creemos, porque eventos importantes pueden ocurrir por interacciones inesperadas que son casi imposibles de predecir.
Es más cómodo pretender lo contrario: que somos individuos independientes, a cargo de un mundo ordenado. Pero es una mentira.
Lo que es verdad para los individuos, también lo es para las sociedades. ¿Qué causa los "cisnes negros", esos eventos inesperados que nos golpean cuando menos lo esperamos? El mundo está cada vez más interconectado, así que los pequeños cambios, accidentes y golpes de suerte pueden tener consecuencias más grandes que nunca. Un volcán en Islandia puede dejar a millones de personas varadas. Un barco atascado en el Canal de Suez puede causar problemas en las cadenas de suministro de muchos países. Un virus que infecta a una persona en China puede paralizar el mundo entero.
Nuestro mundo no solo está interconectado, sino que también está en constante cambio, aunque no lo notemos. Mientras escuchas esto, estás cambiando. Estás envejeciendo, pero también las redes neuronales de tu cerebro están cambiando. Incluso cuando no estamos haciendo nada importante, están ocurriendo eventos que afectarán nuestro futuro. Como dijo el filósofo Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río, porque ni el río ni la persona son los mismos.
Y es que el concepto mismo de "individuo" está cambiando. Algunos biólogos ya no se refieren a los humanos como individuos, sino como "holobiontes", que incluyen a la persona y a todos los microorganismos que viven en ella o alrededor de ella. Tenemos más células bacterianas dentro de nosotros que estrellas en nuestra galaxia. Los virus afectan nuestros ritmos biológicos, los parásitos alteran nuestros pensamientos, y nuestro microbioma puede causar trastornos del estado de ánimo. Científicamente, nunca hemos sido individuales, aunque no lo hayamos sabido hasta hace poco.
Entonces... ¿qué hacemos con todo esto? ¿Cómo vivimos en un mundo caótico e interconectado? Pues, quizás, la clave está en aceptar que no controlamos nada, pero influenciamos todo. Reconocer que vivimos en una "red de mutua dependencia" nos puede llevar a una vida más plena y consciente. En lugar de pensar que somos los únicos responsables de nuestro destino, podemos entender que nuestras acciones, por pequeñas que sean, tienen un impacto en el mundo.
Y bueno, quizás todo esto suena un poco abstracto, pero creo que es importante reflexionar sobre ello. Al final, se trata de entender cómo encajamos en el mundo, de reconocer que somos parte de algo más grande que nosotros mismos.