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A ver, a ver... Empecemos hablando un poco de la industria farmacéutica, ¿no? Es que tiene una historia, digamos... ¡movidita! Hay un caso muy famoso, el de este tal Martin Shkreli, ¿le suena? El tipo era CEO de una farmacéutica y justificó que había subido el precio de un medicamento importantísimo para combatir una infección parasitaria... ¡de 13 dólares y medio a 750! Su argumento era algo así como "si vendemos un Aston Martin a precio de bici y queremos cobrar como un Toyota, no veo el delito". ¡Imagínate!
Y es que, bueno, la historia de esta industria está llena de altibajos. Por ejemplo, antes, a finales del siglo XIX, vendían cosas como la "Carbolic Smoke Ball" que prometía curar de todo, pero claro, sin ninguna base científica. Y ni hablar de los "elixires milagrosos" que a menudo tenían cocaína y alcohol. Puede que te sintieras mejor, ¡pero no te curaban nada! De ahí viene la expresión "vendedor de aceite de serpiente", ¿sabes? Para referirse a alguien que te vende algo inútil.
Luego, poco a poco, fue surgiendo la medicina científica. Antes había farmacopeas, listas de medicamentos "reconocidos", pero la verdad es que los médicos no sabían mucho más que los pacientes. Se basaban en remedios caseros, esos aceites de serpiente que te digo...
La regulación de los medicamentos empezó a principios del siglo XX. Y luego... surgió la aspirina. ¡Un invento! Y después, un desastre tremendo. En Estados Unidos, una empresa fabricó un elixir de sulfanilamida disolviendo el producto sólido en un anticongelante tóxico. ¡Murieron un montón de personas! Fue tan grave que el químico jefe de la empresa se suicidó. Después de eso, se aprobaron leyes mucho más estrictas para regular los medicamentos nuevos.
En los años 50, salió al mercado la talidomida, un sedante que se recetaba mucho para las náuseas matutinas de las embarazadas. Resultó que causaba malformaciones en los bebés. ¡Una tragedia! En Estados Unidos, una mujer, Frances Kelsey, se negó a aprobarlo porque no le convencía la información sobre su seguridad. ¡Menos mal que lo hizo!
Pero bueno, también hay historias buenas, ¿eh? Por ejemplo, el descubrimiento de la penicilina. Alexander Fleming descubrió sus propiedades antibacterianas, pero al principio nadie le hizo mucho caso. ¡Imagínate! Menos mal que, antes de la Segunda Guerra Mundial, unos investigadores empezaron a buscar la forma de sintetizarla.
La guerra, como siempre, aceleró las cosas. Al final, se produjo penicilina a gran escala y eso salvó muchísimas vidas. Después vinieron otros antibióticos y, de repente, un montón de enfermedades infecciosas que antes eran mortales se podían curar. Ahí fue cuando se vio el potencial de la farmacología.
Una de las primeras empresas en darse cuenta de esto fue Merck. El fundador, George Merck, tenía una visión muy clara: "La medicina es para la gente, no para los beneficios. Los beneficios vienen después". Y vaya que si vinieron, eh.
De hecho, en los años 80, los químicos de Merck descubrieron que un medicamento veterinario que habían desarrollado podía tratar la ceguera de los ríos, una enfermedad terrible que afecta a millones de personas en África. Como nadie quería financiar el desarrollo del medicamento para humanos, la empresa decidió regalarlo a todo el que lo necesitara. ¡Un gesto increíble!
Durante muchos años, Merck fue una de las empresas más admiradas del mundo. Pero, como suele pasar, las cosas cambiaron. Empezaron a presionar a las empresas farmacéuticas para que dieran más beneficios a los accionistas. Y claro, eso hizo que se invirtiera más en marketing que en investigación.
Merck tropezó... Sacaron un analgésico nuevo, el Vioxx, que al final resultó estar relacionado con problemas cardíacos. Lo retiraron del mercado y su reputación se vio dañada.
Luego vino el caso de Valeant, una empresa que compraba otras farmacéuticas, dejaba de investigar, subía los precios de los medicamentos y se centraba en el marketing. ¡Un desastre! Y qué decir de Martin Shkreli, el que subió el precio del Daraprim. O de Mylan, la empresa que fabricaba las EpiPen y que subió su precio seis veces. ¡Una vergüenza!
Pero lo peor de todo fue la promoción agresiva de medicamentos adictivos. Purdue Pharma, la empresa de la familia Sackler, se hizo famosa por promocionar los opioides en pequeñas ciudades de Estados Unidos. ¡Una tragedia!
Al final, la industria farmacéutica, que antes parecía un ejemplo de cómo una empresa privada podía beneficiar a la sociedad, se ganó el odio de mucha gente.
Pero bueno, también hay que decir que, con la pandemia del Covid-19, las empresas farmacéuticas se pusieron las pilas y desarrollaron vacunas en tiempo récord. Eso ayudó a recuperar un poco la imagen de la industria.
Y es que, al final, la industria farmacéutica tiene cosas buenas y cosas malas. Sus medicamentos han salvado millones de vidas y han mejorado la calidad de vida de muchísima gente. Pero también ha habido casos de corrupción, de precios abusivos, de falta de ética...
Así que, bueno, la historia de la industria farmacéutica nos enseña que hay que tener cuidado, que no todo vale, y que hay que regular las cosas para que las empresas no se aprovechen de la gente. Es que, al final, estamos hablando de la salud de las personas. ¡Y eso es lo más importante!