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A ver, a ver... ¿por dónde empiezo? Bueno, esto trata sobre un señor llamado Amós, sí, Amós Tversky, y cómo, pues, llegó a la fama, ¿no? Y, uh... como que su relación con su colaborador, Daniel Kahneman, se fue deteriorando un poco.
Resulta que a Amós le dieron un premio, el "MacArthur Genius Grant", una lana impresionante, como para investigación y todo. Pero aquí el detalle es que, bueno, en la nota de prensa, ¡casi ni mencionaban a Daniel! ¡Imagínate el coraje!
A Amós, en realidad, no le gustaban mucho los premios. Decía que creaban divisiones, que al final hacían más daño que bien. Él pensaba que por cada persona que ganaba, había un montón de gente igual de capaz, o incluso más, que se sentía dejada de lado. Y este premio, pues, fue la gota que derramó el vaso, ¿no? Una amiga suya, Maya Bar-Hillel, contó que Amós estaba hasta molesto. Decía, "¿Cómo se les ocurre darme el premio solo a mí? ¡Van a arruinar mi colaboración con Daniel!". Y bueno, después de ese premio, llegaron otros, pero ese fue como el peor.
Y eso no fue todo. Empezaron a salir libros y artículos elogiando a Amós, pero como que ignoraban la contribución de Daniel. Y si lo mencionaban, siempre ponían a Daniel en segundo lugar: "Amós Tversky y Daniel Kahneman". Amós, claro, no estaba de acuerdo. Una vez le escribió a un colega, diciéndole que todo el trabajo sobre la heurística de la representatividad lo habían hecho él y Daniel juntos, y que, por favor, pusiera los dos nombres, o que quitara el suyo. ¡Así de tajante era! Incluso, en un estudio sobre la Fuerza Aérea israelí, le atribuyeron a Amós un efecto que, en realidad, había descubierto Daniel. Amós dijo que si le iban a poner nombre a algo, ¡que le pusieran "efecto Kahneman"!
Al parecer, en Estados Unidos veían a Amós como el genio y a Daniel como el... ¿cómo decirlo? ¿El precavido? Pero Amós decía que era al revés. ¡Qué cosas!
En Stanford, donde trabajaba Amós, le decían "Amós la Celebridad". Todo el mundo lo conocía, todo el mundo quería estar cerca de él. Pero él, como que no le importaba mucho la atención. Rechazaba invitaciones para la tele y todo eso. No era por humildad, eh, él sabía lo que valía. Simplemente, no le daba tanta importancia a lo que dijeran de él. Él tenía sus estándares, y el mundo se tenía que adaptar a ellos.
Y vaya que se adaptó. Políticos le pedían consejo, la NBA le consultaba sobre estadísticas, ¡hasta la CIA lo mandaba a buscar en avión privado para que les explicara cómo prevenir amenazas! ¡Imagínate! Y luego, la OTAN lo invitaba a Francia para que les enseñara a tomar decisiones en situaciones inciertas. Era como si Amós pudiera resolver cualquier problema, incluso en áreas que no conocía para nada. Una vez, en una conferencia sobre metáforas, ¡concluyó que las metáforas eran, en realidad, sustitutos del pensamiento! ¡Qué bárbaro!
Todo este reconocimiento individual a Amós, por trabajos que habían hecho juntos, pues, le dolía a Daniel. Los economistas invitaban a Amós a sus congresos, y luego los lingüistas, los filósofos, los informáticos... ¡A pesar de que a Amós ni le interesaba la computadora! Daniel le confesó a un psiquiatra de Harvard que, aunque él no quisiera ir a esas reuniones, le molestaba que solo invitaran a Amós. "Si él no fuera tan popular, quizás yo estaría mejor", dijo Daniel.
Antes, en Israel, la gente iba con Daniel a pedirle consejo. En Estados Unidos, todos iban con Amós, ¡incluso si él no sabía nada del tema! Un tipo que trabajaba en Delta Airlines, entrenando a pilotos, le pidió ayuda a Amós porque estaban teniendo muchos accidentes. No había muertos, pero los pilotos se perdían, aterrizaban en aeropuertos equivocados. Amós les explicó que los pilotos tomaban malas decisiones porque era algo natural en el ser humano. Les dijo que no intentaran cambiar la forma de pensar de los pilotos, sino que cambiaran el entorno en el que tomaban las decisiones. Les recomendó que entrenaran a los demás miembros de la cabina para que supervisaran las decisiones del piloto. ¡Y funcionó! Después de eso, no volvieron a tener ese tipo de errores.
En fin, las ideas de Daniel y Amós estaban teniendo un impacto enorme, pero también empezaron a aparecer críticos. Amós le dijo a un amigo que habían sacudido el árbol y que ahora otros querían sacudirlos a ellos. Y estos críticos, pues, no eran muy amables.
A Daniel, en una conferencia, un filósofo lo interrumpió cuando estaba explicando su trabajo con Amós y le dijo: "No me interesa la psicología de los tontos". ¡Qué fuerte! Pero Daniel y Amós no pensaban que estaban estudiando la psicología de los tontos. De hecho, sus primeros experimentos los hicieron con expertos en estadística. Les daban problemas difíciles a los profesores, problemas que confundían a los estudiantes. Y algunos profesores no aceptaban sus conclusiones. Una psicóloga de Princeton dijo que era como si les mostraras una ilusión óptica y te dijeran que el problema era de tus ojos, o como si les pusieras un acertijo y te dijeran que no era la gran cosa.
El trabajo de Daniel y Amós amenazaba las ideas de algunos psicólogos. Un antiguo profesor de Amós, Ward Edwards, criticó su trabajo, diciéndoles que no podían sacar conclusiones importantes preguntándole cosas tontas a estudiantes universitarios. Amós le respondió con respeto, pero le dijo que sus críticas no eran convincentes.
Pero no todos le tenían miedo a Amós. Un filósofo de Oxford, Jonathan Cohen, publicó una serie de artículos atacando su trabajo. Él decía que no tenía sentido tratar de entender cómo pensaba la gente haciéndoles preguntas. Según él, la gente era racional por definición. Daniel, a regañadientes, le respondió que si un error atraía suficientes comentarios, ¡dejaba de ser un error!
Después de mudarse a Norteamérica, Amós y Daniel publicaron muchos artículos juntos, basados en su trabajo en Israel. Pero en los años 80, la forma en que escribían los artículos cambió. Amós escribió un artículo sobre aversión a las pérdidas y puso los dos nombres, aunque Daniel solo había escrito un par de párrafos. Daniel, por su parte, escribió un artículo sobre "heurística de simulación" y lo publicó junto con otros artículos que habían escrito antes, con los dos nombres en la portada. Amós escribió un artículo para economistas sobre la evolución de la teoría de las perspectivas, y aunque la mayor parte del trabajo lo había hecho con un estudiante, el artículo salió con los nombres de Daniel y Amós.
Era como si estuvieran tratando de mantener la apariencia de que seguían colaborando, a pesar de que se estaban alejando cada vez más. Y Amós se volvía cada vez más conflictivo, lo cual incomodaba a Daniel. Daniel prefería evitar los conflictos, mientras que Amós parecía necesitarlos.
A principios de los años 80, Amós estaba sintiendo esa presión más que nunca. Los críticos publicaban artículos atacando su trabajo, y en congresos y reuniones, economistas y teóricos de la decisión los criticaban, diciendo que exageraban las debilidades humanas y que sus resultados solo se aplicaban a estudiantes universitarios. Amós no entendía por qué la gente se negaba a aceptar sus argumentos, incluso cuando no podían refutarlos. Daniel dijo que Amós quería aplastar a la oposición, quería callarlos.
Así que, alrededor de 1980, Amós le propuso a Daniel escribir un artículo para zanjar la discusión. Sus oponentes nunca iban a admitir su error, pero al menos podían cambiar de tema. Amós lo llamó el "plan B".
Amós quería demostrar que las reglas empíricas en el pensamiento podían llevar a errores. Y entonces, retomaron algo que habían notado en Israel, pero que no habían explorado a fondo. Como siempre, diseñaron escenarios para estudiar cómo pensaba la gente. Uno de los escenarios más famosos fue el de Linda.
Linda era una mujer soltera, de 31 años, inteligente y extrovertida. Estudió filosofía y le preocupaban mucho la discriminación y la justicia social. Había participado en manifestaciones contra las armas nucleares.
El problema era: ¿a qué se parecía más Linda?
1. Maestra de primaria.
2. Empleada de librería que practica yoga.
3. Activista feminista.
4. Trabajadora social en psiquiatría.
5. Miembro de la Liga de Mujeres Votantes.
6. Cajera de banco.
7. Vendedora de seguros.
8. Cajera de banco y activista feminista.
Daniel les dio este problema a estudiantes universitarios. En una prueba, les dio a un grupo la opción "Linda es cajera de banco" y a otro grupo la opción "Linda es cajera de banco y activista feminista". El grupo que tenía la opción "Linda es cajera de banco y activista feminista" pensó que era más probable que la opción "Linda es cajera de banco".
¡Este era el resultado que necesitaban Daniel y Amós! ¡La gente se equivocaba al hacer juicios de probabilidad! Era más probable que Linda fuera cajera de banco, porque "Linda es cajera de banco y activista feminista" era solo un caso particular.
Cuando la lógica se escondía detrás de una historia, la gente no la veía. Amós también creó un escenario en el que le preguntaba a la gente qué era más probable que ocurriera en el próximo año: que murieran 1,000 estadounidenses por una inundación, o que un terremoto en California causara una gran inundación que matara a 1,000 estadounidenses. ¡La gente elegía lo segundo!
La clave de estos errores era la "heurística de la representatividad", la similitud entre lo que la gente estaba juzgando y su estereotipo de esa cosa. En el caso de Linda, la gente pensaba en si la descripción de Linda encajaba con su imagen de una feminista.
Amós no se conformaba con eso. Quería darles a los participantes las ocho opciones y pedirles que las ordenaran por probabilidad. Quería ver si la gente que pensaba que era más probable que "Linda fuera cajera de banco y activista feminista" también pensaba que era más probable que "Linda fuera cajera de banco". ¡Amós quería encontrar todos los errores posibles!
Daniel tenía sentimientos encontrados sobre este nuevo plan, sobre Amós. Desde que habían dejado Israel, habían estado caminando por caminos separados. Amós estaba obsesionado con la lógica, mientras que Daniel se aferraba a la psicología. A Daniel no le interesaban tanto las irracionalidades humanas como a Amós. "Siempre tuvimos una discusión silenciosa sobre si debíamos estudiar psicología o teoría de la decisión", dijo Daniel. Él quería volver a la psicología. Además, Daniel no creía que la gente siguiera cometiendo el mismo error si veía las dos opciones al mismo tiempo.
Con sentimientos mezclados, Daniel les dio el "problema de Linda" a 12 estudiantes universitarios. "Los 12 se equivocaron", dijo. "Recuerdo mi reacción. Llamé a Amós desde la oficina de la secretaria". Después, hicieron pruebas con cientos de personas, usando diferentes escenarios. Incluso, les preguntaron directamente qué era más probable:
Linda es cajera de banco.
Linda es cajera de banco y activista feminista.
¡El 85% seguía pensando que lo segundo era más probable! Daniel no lo podía creer. "A cada paso, pensábamos que este era el límite", dijo. Pero algo persistente, casi aterrador, dominaba la forma de pensar de la gente. Daniel les explicó a un auditorio lleno de estudiantes universitarios los errores que habían cometido. "¿Se dan cuenta de que están violando una regla básica de la lógica?", preguntó. Una estudiante gritó desde el fondo: "¡Y qué!".
Hicieron todo lo posible para asegurarse de que los participantes no estuvieran interpretando mal las preguntas. Les hicieron las mismas preguntas a estudiantes de estadística y lógica. Les hicieron las mismas preguntas a médicos, usando escenarios más complejos y médicos, donde cometer un error de lógica podía ser fatal. Al igual que los estudiantes universitarios, la mayoría de los médicos se equivocaron. "Estaban atónitos al cometer un error de razonamiento tan básico", escribieron Daniel y Amós. "Dado lo simple que es el principio de la falacia de la conjunción, la gente que cometió el error supuso que lo habían hecho por descuido".
Para Amós, este artículo sobre la "falacia de la conjunción" podría ser el final de la discusión sobre el pensamiento humano: ¿la gente razonaba racionalmente basándose en la probabilidad, o se basaba en la intuición, como decían Daniel y Amós? En el artículo, explicaron cómo y por qué la gente violaba "la regla cualitativa más simple y fundamental de la probabilidad". Explicaron que la gente elegía la opción con más detalles, incluso si era menos probable, porque era "más representativa". También señalaron algunas áreas del mundo real donde este error de pensamiento podía tener graves consecuencias. Por ejemplo, una predicción con muchos detalles, que fuera internamente coherente, sería más creíble, incluso si fuera imposible. Un abogado podría tener más éxito en un juicio si añadía detalles "representativos" a la descripción de un evento o una persona, incluso si la evidencia no lo respaldaba.
Una vez más, demostraron el poder de las reglas empíricas en el pensamiento, esas fuerzas misteriosas que llamaron "heurísticas". Además del "problema de Linda", crearon otro problema, basado en su trabajo en Israel a principios de los años 70.
"Elige cuatro páginas (aproximadamente 2,000 palabras) de una novela. ¿Cuántas palabras crees que terminarán en 'ing'?"
Luego, le hacían la misma pregunta a la misma gente, pero sobre palabras de siete letras donde la penúltima letra fuera una "n". Evidentemente, había más palabras que terminaban en "n" que en "ing", porque las palabras que terminaban en "ing" eran un subconjunto. Sin embargo, la gente estimaba que había muchas más palabras terminadas en "ing". Amós y Daniel explicaron que esto se debía a que las palabras terminadas en "ing" eran más fáciles de recordar, más fáciles de recuperar. La gente se equivocaba por culpa de la "disponibilidad".
Este artículo fue otro bombazo.
El "problema de Linda" y la "falacia de la conjunción" se volvieron parte del vocabulario común. Sin embargo, Daniel sentía un poco de inquietud. El nuevo trabajo era una colaboración, pero él dijo que era "una colaboración dolorosa". Ya no sentía el placer de intercambiar ideas con Amós. Dos páginas enteras habían sido escritas por Amós en solitario, definiendo con palabras cuidadosamente elaboradas la heurística de la "representatividad". Pero Daniel quería que fuera menos precisa. El artículo no parecía una exploración de lo desconocido, sino más bien un arma creada por Amós para derrotar a sus enemigos. "Era demasiado Amós", dijo. "Era un manifiesto. Decía: 'No me vas a ganar'".
En ese momento, su relación ya empezaba a ser preocupante. A Daniel le había costado mucho reconocer su propio valor. Él veía que los artículos que escribía Amós en solitario no eran tan buenos como los que escribían juntos. Los artículos que escribían juntos recibían más atención y elogios. Sin embargo, para el público, su relación era como un diagrama de Venn, con Daniel siempre contenido dentro del círculo más grande de Amós. A medida que el círculo de Amós se hacía más grande, sus límites se alejaban de los límites de Daniel. Daniel sentía que se estaba deslizando fuera del área que Amós amaba, hacia áreas nuevas y más grandes que Amós despreciaba. "Amós había cambiado", dijo Daniel. "Antes, siempre buscaba algo bueno en mis ideas, algo que tuviera sentido. Para mí, el placer de la colaboración era ese. Él me entendía mejor que yo mismo. Pero ahora ya no hacía eso".
La gente que había visto a Amós y Daniel hablando entre ellos se sorprendía. No se sorprendían de que su amistad se estuviera desvaneciendo, sino de que hubieran podido construir una amistad así. "Daniel no es una persona fácil de abordar, pero Amós lo hizo", dijo Persi Diaconis. "La profundidad de su relación era difícil de describir. Los dos eran brillantes, pero estaban dispuestos a comunicarse entre ellos. Fue un milagro". Sin embargo, después de dejar Israel, ese milagro parecía insostenible.
En 1986, Daniel se fue a trabajar a la Universidad de California en Berkeley. Amós le escribió a un amigo que esperaba que la llegada de Daniel ayudara a mejorar su relación, que les diera un nuevo comienzo. Un año antes, cuando Daniel había vuelto a buscar trabajo, se había dado cuenta de que era como una acción en alza. Diecinueve instituciones le habían ofrecido trabajo, incluyendo Harvard. Si antes Daniel se había sentido mal por las cosas que habían pasado después de que se fue de Israel, lo que pasó después fue inexplicable: se deprimió. "Dijo que ya no quería trabajar", recordó Maya Bar-Hillel. Daniel lo había encontrado en Berkeley. "Se estaba quedando sin ideas. Estaba empeorando".
En ese estado mental, Daniel sintió que su relación con Amós podría estar llegando a su fin. "Éramos como un matrimonio. Un matrimonio importante", le dijo Daniel a un amigo en 1983. "Hemos estado juntos durante 15 años. Sería desastroso si no pudiéramos continuar. La gente siempre pregunta por qué dos personas se juntan, pero ahora tenemos que preguntarnos por qué no podemos seguir juntos". A pesar de eso, Daniel pasó los siguientes tres años debatiéndose entre querer mantener la relación y querer terminarla. Ir a Berkeley no ayudó a mejorar su relación. De hecho, estar más cerca de Amós lo hacía sentir aún peor. Después de una conferencia en marzo de 1987, Daniel le escribió a Amós: "Hemos llegado a un punto en el que me siento ansioso al pensar en contarte cualquier cosa. Cualquier pequeño incidente me hace sentir mal durante días, y ya no puedo seguir así. No estoy diciendo que debamos dejar de vernos, solo sugiero que seamos racionales acerca de este cambio".
Amós respondió con una larga carta. Escribió: "Sé que mi forma de hacer las cosas no es perfecta, que hay margen de mejora, pero tú también has cambiado. Ya no eres tan abierto a mis ideas, ni a las de los demás. Parece que estás adoptando una actitud de 'amarlo o dejarlo' y olvidando la necesidad de hacerlo 'correcto y razonable'. Una de las cosas que más admiraba de ti era tu implacable espíritu crítico. Derribaste una gran idea sobre la teoría del arrepentimiento (que en su mayoría tú mismo habías creado) basándote en un contraejemplo que nadie más (excepto tú) encontraba convincente. Te negaste a escribir sobre la teoría del anclaje porque pensabas que no era lo suficientemente buena. Pero últimamente no he visto ese impulso". Luego, Amós le escribió una carta a su amiga Varda Lieberman, en Israel. Escribió: "Daniel y yo tenemos grandes diferencias sobre cómo vemos nuestra relación. Algunas cosas que para mí son solo comentarios entre amigos, para él son heridas. Cosas que él considera una forma correcta de comunicarse, para mí no son lo suficientemente amables. Además, le cuesta aceptar que la gente nos vea de forma diferente".
Daniel necesitaba que Amós hiciera algo, que cambiara la forma en que la gente los veía, que dejara claro que eran colaboradores iguales. Porque sospechaba que Amós también creía en esa percepción. "Él estaba ansioso por verme estar a su sombra", dijo Daniel. Tal vez Amós se había sentido secretamente complacido cuando la Fundación MacArthur le dio el premio a él solo, pero cuando Daniel lo llamó para felicitarlo, Amós no se mostró nada modesto. Dijo: "Si no hubiera ganado este premio, habría ganado otro". Tal vez Amós había escrito innumerables cartas de recomendación para Daniel y le había dicho a la gente en privado que Daniel era uno de los psicólogos más grandes del mundo. Pero cuando Daniel le contó que Harvard también lo había invitado a unirse a ellos, Amós dijo: "Me quieren a mí". Era como si no pudiera evitar lastimar a Daniel, y Daniel no podía evitar sentirse lastimado. En Stanford, la oficina de Barbara Tversky estaba al lado de la de Amós. "Podía oírlos hablar por teléfono", dijo. "Era peor que un divorcio".
Sorprendentemente, Daniel no solo quería terminar su relación. A finales de los años 80, era como si estuviera atrapado en una red misteriosa e invisible, luchando por liberarse. Sin embargo, la influencia de Amós Tversky no era algo que pudiera simplemente dejar atrás.
Así que, no solo necesitaba sacar a Amós de su mente, sino que también necesitaba sacarlo de su vista. En 1992, dejó Berkeley y se fue a Princeton. "Amós proyectaba una sombra en mi vida", dijo. "Necesitaba salir de esa sombra, porque dominaba mis pensamientos". Amós no entendía por qué Daniel necesitaba poner 3,000 millas entre ellos. Pensaba que el comportamiento de Daniel era irracional. "Para darte un pequeño ejemplo", escribió Amós a Varda Lieberman a principios de 1994, "hay un libro nuevo sobre el juicio y la toma de decisiones, y en la introducción, el autor nos menciona a Daniel y a mí y dice que somos 'inseparables'. Es una exageración, por supuesto, pero Daniel le escribió al autor y le dijo que estaba exagerando y que 'no hemos colaborado en 10 años'. Pero en los últimos 10 años, hemos publicado cinco artículos juntos y hemos trabajado en varios proyectos (que se han quedado a medias, principalmente por mi culpa). Es una cosa pequeña, pero demuestra su estado mental".
Durante mucho tiempo, aunque había tenido dudas, Daniel había dado por terminada la relación. Pero Amós no. "Parece que estás decidido a hacerme aceptar una petición que no puedo aceptar", le respondió Daniel a Amós a principios de 1993, después de recibir una carta de él. Siguieron siendo amigos y a veces se reunían. Ocultaron muy bien ese sutil cambio, tanto que la mayoría de la gente pensaba que seguían colaborando como siempre. Amós estaba más dispuesto a disfrutar de esa falsa intimidad. Quería escribir un libro que habían planeado escribir hacía 15 años, pero Daniel le dijo amablemente que no era posible. Amós le escribió a Lieberman a principios de 1994: "Daniel tiene una nueva idea para el libro. Sugiere recopilar los artículos que cada uno de nosotros ha publicado en los últimos años, sin necesidad de que haya consistencia en el contenido o la estructura. Es una idea ridícula. Haría parecer que dos personas que una vez trabajaron juntas de forma armoniosa ahora no pueden ni siquiera hacer que los capítulos encajen. Si ese es el caso, no tengo la motivación para escribirlo, mucho menos para empezar".
Si Amós no podía darle a Daniel lo que necesitaba, era porque nunca se había dado cuenta de que era necesario. La necesidad era demasiado difícil de explicar. En Israel, los dos habían estado en igualdad de condiciones, cada uno con un pepino en la mano. Ahora, Amós tenía un plátano. Pero no era el plátano lo que había hecho que Daniel lanzara el pepino al experimentador. No le importaba el trabajo en Harvard, ni el premio de la Fundación MacArthur. Lo único que habían hecho era provocar un cambio en la actitud de Amós hacia él. Daniel quería que Amós lo tratara con justicia, que tratara sus ideas con respeto, como lo había hecho cuando estaban solos. Si Amós se había dejado engañar por su propio éxito y pensaba que las ideas de Daniel ya no eran relevantes en el mundo, pues que se quedara con esa idea. Después de todo, incluso el matrimonio no era más que un contrato para destruir el afecto mutuo. ¿Qué era la amistad? "Lo que quería era algo que él me diera, no el mundo", dijo Daniel.
En octubre de 1993, Daniel y Amós coincidieron en una conferencia en Turín, Italia. Una noche, mientras caminaban juntos, Amós le contó algo. Un psicólogo alemán llamado Gerd Gigerenzer estaba atacando su trabajo, una vez más poniéndolos en el ojo del huracán. Desde el principio, una de las críticas más persistentes al trabajo de Daniel y Amós había sido que exageraban los errores del pensamiento humano. Daniel y Amós habían enfatizado una y otra vez, tanto verbalmente como por escrito, que las reglas empíricas que la gente utilizaba en situaciones de incertidumbre solían funcionar, que solo a veces cometían errores. Y esos errores eran interesantes porque revelaban el funcionamiento interno del pensamiento humano. ¿Por qué no podían estudiarlos? Después de todo, nadie se quejaba cuando los expertos utilizaban las ilusiones ópticas para estudiar el funcionamiento interno del ojo.
Gigerenzer y otros críticos habían atacado su teoría desde el mismo ángulo. Pero para Daniel y Amós, Gigerenzer había violado las reglas básicas de la discusión intelectual. Había tergiversado su trabajo de forma extravagante y había ignorado la mayor parte de la evidencia que lo respaldaba. Había hecho lo que suelen hacer los críticos: describir el objeto de la crítica de forma aleatoria y extravagante, y luego demolerlo sin piedad. Mientras caminaban, Amós le dijo a Daniel que Gigerenzer era famoso en Europa por atreverse a "oponerse a los estadounidenses". Era extraño, porque esta vez se oponía a dos israelíes. "Amós sugirió que debíamos responder", recordó Daniel. "Dije, 'No quiero hacerlo. Me quitará mucho tiempo, me enfadará, no quiero hacer eso y no valdrá la pena'. Amós dijo, 'Nunca te he pedido nada como amigo. Esta vez quiero pedirte que lo hagas como amigo'". Daniel pensó, es verdad, nunca me ha pedido nada. No puedo negarme.
Pero no tardó en arrepentirse. Amós no solo quería responder a Gigerenzer, sino que quería destruirlo. Daniel, por su parte, estaba tratando de encontrar algo bueno en los escritos de Gigerenzer. Pero esta vez, le resultó más difícil que nunca. Siempre había tratado de mantenerse alejado de Alemania, incluso para visitas cortas. No fue hasta la década de 1970 que volvió a pisar suelo alemán. Caminaba por las calles, inmerso en una fantasía extraña y familiar, sintiendo que las casas estaban vacías. Gigerenzer era alemán, pero Daniel no quería enfadarse, así que trató de no enfadarse con el crítico alemán. Incluso, en un momento dado, sintió algo de simpatía por Gigerenzer: el problema de Linda. Gigerenzer señaló que, al cambiar ligeramente la pregunta, podía hacer que la gente diera la respuesta correcta. En lugar de pedirles a los participantes que ordenaran por probabilidad las dos opciones sobre Linda, les preguntaba: de 100 personas llamadas Linda, ¿cuántas encajan con la descripción? Cuando les dabas una pista, se daban cuenta de que era más probable que "Linda fuera cajera de banco" que "Linda fuera cajera de banco y activista feminista". Sin embargo, Daniel y Amós ya habían descubierto ese problema. Aunque no lo habían enfatizado, lo habían mencionado en el borrador original.
En cualquier caso, siempre habían pensado que esa versión menos común del problema de Linda no ayudaba a demostrar su punto de vista: que la gente tomaba decisiones basándose en la representatividad. El experimento original, al igual que sus primeros estudios en el campo del juicio, lo había demostrado de forma inequívoca. Sin embargo, Gigerenzer no lo mencionó. Eligió la evidencia más débil y la atacó como si fuera la única evidencia que tenían. Interpretó la evidencia de forma extraña y tergiversó su intención de forma sorprendente. Así, Gigerenzer dio conferencias y escribió artículos con un título sensacionalista: "Cómo eliminar las ilusiones cognitivas". "Eliminar las ilusiones cognitivas significaba eliminarnos a nosotros", dijo Daniel. "Nunca había visto una locura así".
Gigerenzer seguía las ideas de la psicología evolutiva, la idea de que la gente, después de adaptarse al entorno, tendría una forma de pensar que encajara perfectamente con el entorno. Por lo tanto, era imposible que se vieran afectados por sesgos sistemáticos. A Amós le parecía ridículo. La mente era una herramienta para hacer frente al mundo exterior, no una herramienta diseñada a la perfección. Le dijo a un grupo de ejecutivos de Wall Street: "El cerebro está preconfigurado para darnos tantas respuestas seguras como sea posible. Obviamente, el cerebro está diseñado para proporcionarnos la mejor explicación posible para un juicio, no para enumerar todas las posibilidades". Cuando la gente se enfrentaba a la incertidumbre, el pensamiento era como una navaja suiza. Podía hacer bien la mayor parte de su trabajo, pero no podía hacerlo todo, y no podía estar "completamente evolucionado". "Después de escuchar a los psicólogos evolutivos hablar de sus teorías, dejas de creer en la evolución", dijo Amós.
Daniel quería saber más sobre Gigerenzer, incluso quería contactarlo. "Yo era más tolerante con los críticos que Amós", dijo Daniel. "Siempre me ponía en su lugar". Le escribió a Amós que pensaba que la persona podría estar confundida por problemas emocionales, que tal vez podían sentarse a hablar y ver si podían hacerle entrar en razón. Amós se negó rotundamente: "Incluso si ese fuera el caso, no deberías ir a verlo, y no creo que esté confundido. En mi opinión, no es tan sentimental como crees. Es como un abogado que intenta ganarse al juez en la sala del tribunal. No le importa la verdad. No me va a ganar, pero me ha mostrado su verdadera cara".
Daniel ayudó a Amós "como amigo", pero no tardó en volver a sentirse mal. Editaron el artículo refutando a Gigerenzer una y otra vez, repitiendo una y otra vez su discusión. Amós pensaba que el lenguaje de Daniel era demasiado suave, Daniel pensaba que el lenguaje de Amós era demasiado duro. Daniel siempre estaba a favor de la armonía, Amós prefería usar la fuerza. Casi nunca podían ponerse de acuerdo. "La idea de editar de nuevo el artículo de Gigerenzer me desagrada mucho y me gustaría tener algún dispositivo de la suerte (o una cámara de tres jueces) que eligiera entre tus palabras y las mías", escribió Daniel en una carta a Amós. "No quiero discutir contigo, pero me cuesta aceptar tu punto de vista". Cuatro días después, ante la insistencia de Amós, Daniel escribió otra carta: "Mientras otros están ocupados con los 40,000 millones de galaxias que se han descubierto recientemente, nosotros estamos discutiendo sobre un par de palabras en una nota al pie. No es normal que ni siquiera el gran aumento del número de galaxias sea suficiente para impedirnos discutir sobre 'repetir' o 'reafirmar'". Luego escribió: "En esta etapa, es mejor que nos comuniquemos por correo electrónico. Después de cada conversación contigo, necesito mucho tiempo para deshacerme de los sentimientos desagradables y estoy harto de ello". Amós respondió: "No sé por qué eres tan sensible. En general, eres una de las personas más abiertas y francas que conozco. Tal vez te sientas mal porque he reescrito un pasaje que te gustaba, o tal vez estés interpretando inconscientemente una crítica inofensiva como algo negativo".
Una noche, mientras Daniel y Amós estaban juntos en un departamento en Nueva York, Daniel tuvo un sueño. "En el sueño, el médico me decía que solo me quedaban seis meses de vida", recordó. "Le respondí: 'Qué bien, así nadie me pedirá que haga más cosas inútiles'. A la mañana siguiente, le conté el sueño a Amós". Después de escucharlo, Amós miró a Daniel y dijo: "Yo no soy como los demás. Incluso si solo te quedaran seis meses de vida, querría que hicieras esto conmigo". Poco después, Daniel vio la lista de los nuevos miembros de la Academia Nacional de Ciencias. Amós había estado en la lista durante casi 10 años, pero Daniel aún no estaba allí. Una vez más, la diferencia entre ellos se hizo evidente ante el mundo. "¿Por qué no me nominaste?", dijo Daniel. "En realidad, sé por qué". Si sus posiciones se hubieran invertido, Amós nunca habría querido obtener nada por su relación con Daniel. En el fondo, Amós pensaba que esa idea de Daniel era un signo de debilidad. "Le dije: 'No eres un amigo'", dijo Daniel.
Y así, Daniel se fue, se retiró. Que le den a Gerd Gigerenzer, que le den a la colaboración. Le dijo a Amós que ya no eran amigos. "Fue como si me hubiera divorciado de él", dijo Daniel.
Tres días después, Amós llamó. Quería contarle a Daniel algo que acababa de descubrir. El tumor que tenía en el ojo era un melanoma maligno y, después de hacerle un examen completo, los médicos habían descubierto que el cáncer se había extendido a muchas partes de su cuerpo. Le dijeron que le quedaban como máximo seis meses de vida. Daniel fue la segunda persona a la que se lo contó. Al escuchar todo eso, fue como si el hielo del corazón de Daniel se derritiera. "Amós dijo, 'No importa lo que pienses, siempre seremos amigos'".
Uf... ¡Qué historia! Pues ahí lo tienen, una probadita de la vida de estos dos genios.