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A ver, a ver, ¿cómo desbloqueamos eso que llaman el "flujo social"? Pues mira, yo siempre termino mi newsletter con una preguntita, ¿sabes? Algo simple, como preguntarle a la gente cómo están, animándoles a reflexionar un poco sobre sí mismos. Pues bien, cuando empezó todo esto del confinamiento, allá por el 2020, me llegaron, ¡madre mía!, cientos de respuestas, muchísimas más de lo normal. La gente se sentía desconectada, el trabajo se les hacía muy solitario, bloqueados creativamente... vamos, con una ansiedad tremenda por el futuro. Y es que, claro, el confinamiento fue como una demostración exagerada de lo que pasa cuando te aíslan de la energía de los demás. La salud mental se resiente, la concentración se va al garete y la inspiración se esfuma, ¿sabes?

A ver, que la curiosidad individual puede hacer maravillas, eso está claro, pero la curiosidad colectiva, ¡ay, amigo!, esa es el motor de las grandes innovaciones de la humanidad. Las conversaciones nos alimentan la imaginación y la colaboración nos permite soñar a lo grande. De hecho, estamos hechos para funcionar mejor cuando aprovechamos el conocimiento compartido y el apoyo de una comunidad.

Seguro que has oído hablar de los estados de "flujo", esos momentos en los que estás súper concentrado y metido en lo que haces, ya sea trabajando o disfrutando. Pero casi siempre se habla de esto en plan actividades solitarias, como tocar el violín o escribir poesía.

Pues resulta que los investigadores han descubierto que los estados de flujo son más fáciles de alcanzar en grupo que a solas. Los músicos de cámara, por ejemplo, dicen que se meten más en "la zona" cuando tocan en grupos pequeños que cuando practican solos. Y en deportes como el remo o el fútbol, los atletas pueden experimentar estados de flujo personal más fácilmente cuando juegan en equipo, aunque no todos los miembros del equipo estén en ese estado. La cosa es que la interdependencia, el estar conectado con los demás, ayuda a concentrarse. Y aunque el flujo en solitario mola, está comprobado que la recompensa intrínseca de estar concentrado con otros hace que ese estado óptimo sea aún más placentero.

Cuando experimentas el flujo social, la energía del grupo te revitaliza el pensamiento y la concentración se agudiza. El flujo del grupo te arrastra a lo más profundo de tu proceso creativo o de lo que estés haciendo. Y aparte de la mayor concentración, las reuniones de este tipo producen una sensación de satisfacción profunda. El flujo social no solo mejora el resultado final, sino también la experiencia de llegar a él.

Por eso muchos artistas, filósofos y científicos influyentes han participado activamente en "escenas" vibrantes, comunidades creativas donde personas con ideas afines intercambian ideas y se inspiran mutuamente.

Los pintores impresionistas de París en el siglo XIX se juntaban en cafés para debatir sobre técnicas artísticas. Esa escena le dio a Monet y Renoir acceso a nuevas ideas sobre el color y la luz, que luego incorporaron a su estilo revolucionario. En Viena, los salones le daban a Freud ideas que le ayudaron a dar forma a sus teorías del psicoanálisis. Las legendarias tertulias de la Mesa Redonda del Algonquin en Nueva York reunían a escritores, críticos y actores, generando intercambios ingeniosos que no solo perfeccionaron sus habilidades individuales, sino que también influyeron profundamente en la literatura y el teatro estadounidenses. El Grupo de Bloomsbury formó una escena intelectual y artística en Londres a principios del siglo XX, donde Virginia Woolf intercambiaba ideas con gente como John Maynard Keynes y E. M. Forster.

A lo largo de la historia, estos centros de reunión han sido un caldo de cultivo para el crecimiento creativo e intelectual. Una persona que está reviviendo los salones del siglo XIX con Interintellect, una comunidad pensada para conversaciones reflexivas, decía que es mucho más fácil mantener un pensamiento durante horas en un salón que pensando solo. Los salones crean una experiencia de humanidad compartida. Se puede pensar en compañía, en conversación. Y gracias al poder del flujo social, los miembros de Interintellect han escrito libros juntos, han montado empresas, han dejado sus trabajos o incluso se han mudado de país porque se han sentido inspirados por esta red global.

El flujo social, o al menos las huellas que deja, hasta se traduce en valor en el mundo del arte. Lo que los coleccionistas llaman la "procedencia" de una obra, es decir, el contexto en el que se creó la pieza, la historia que la rodea, la gente que se interesó por ella y la tuvo: básicamente, a quiénes tocó la vida de la obra, es algo que importa muchísimo a la hora de valorarla.

Así que, resumiendo, si te rodeas de gente que te anima a experimentar y crecer, vas a descubrir nuevas comunidades y territorios creativos que no podrías haber descubierto por tu cuenta. Tus ideas se entrelazan en una narrativa en la que la gente quiere participar.

Y es que, a lo largo de la historia, muchas escuelas de pensamiento han llegado a esta misma conclusión: ninguno de nosotros puede prosperar solo. Pero nuestra cultura sigue romantizando al héroe solitario. Por ejemplo, la historia de la famosa fórmula de Einstein, E = mc², como un descubrimiento aislado, no tiene en cuenta las contribuciones fundamentales de científicos como el matemático y físico teórico francés Henri Poincaré, que ya había hablado de la relatividad del espacio y formulado una ecuación muy parecida a la de Einstein: la menos conocida m = E/c². Además de Poincaré, el físico holandés Hendrik Lorentz también aportó ideas teóricas cruciales que allanaron el camino para el descubrimiento de Einstein.

Cada uno de estos individuos aportó piezas a un rompecabezas que nadie podría haber resuelto solo. El flujo social ayuda a entender por qué lo que sabes es inseparable de a quién conoces. En lugar de sentir que construir relaciones es el "trabajo sucio" de tus experimentos, esa promoción personal que te distrae de avanzar, te darás cuenta de que las relaciones que vale la pena priorizar no te van a distraer en absoluto. Van a mejorar tu trabajo, lo van a apoyar, lo van a inspirar.

El flujo social tiene tres efectos importantes:
En primer lugar, una comunidad te dará acceso a un conjunto colectivo de conocimientos, habilidades y recursos físicos que superan con creces los tuyos. Esos recursos te permiten no solo lograr cosas que no podrías hacer solo, sino hacerlo de forma más eficiente. Así, la experiencia y los talentos de tu red complementarán tus propias capacidades para ampliar tu potencial. Los psicólogos llaman a esto "memoria transactiva", un sistema en el que los individuos desarrollan una comprensión de quién sabe qué, lo que les permite aprovechar el conocimiento del grupo y avanzar de forma más eficaz.

En segundo lugar, si participas con curiosidad genuina, una comunidad puede influir en tu camino de formas inesperadas. Te unes con un beneficio específico en mente, pero las relaciones que florecen desbloquean oportunidades que antes parecían imposibles. Un escritor puede conocer a un desarrollador, y juntos montar una startup rentable. Un estudiante puede conectar con un veterano de la industria que se convierte en su mentor. Puede que descubras nuevos intereses o ideas de negocio. La gente que conoces puede convertirse en colaboradores, clientes, empleadores o asesores.
Tales interacciones son especialmente probables en lo que los investigadores llaman "comunidades de práctica", grupos de personas que se preocupan genuinamente por los mismos temas y se reúnen con frecuencia para aprender unos de otros. Por ejemplo, la gente suele unirse a una comunidad para compartir consejos sobre productividad consciente. Pero a lo largo de los años, he oído hablar de miembros de la comunidad que han creado negocios juntos, han cocreado talleres y cursos online, han encontrado trabajo freelance o han contratado a miembros de la comunidad.

Y en tercer lugar, las comunidades pueden darte una ayuda crucial cuando estás pasando por situaciones nuevas o difíciles. Ofrecen apoyo emocional, consejos y un sentimiento de pertenencia, todo lo cual te ayuda a mantenerte fuerte ante los desafíos de tu vida personal o profesional. Por eso los estudios sugieren que formar parte de una comunidad mejora tu salud mental y tu felicidad.

Cuando pierdes un trabajo, los miembros pueden ponerte en contacto con nuevas oportunidades. Si tienes un problema legal, alguien puede recomendarte un asesor. Cuando un familiar fallece, una comunidad puede recaudar dinero para cubrir los gastos. Más allá de la ayuda práctica, una comunidad también puede darte apoyo moral.

Así que, bueno, no pienses que todas tus necesidades tienen que ser cubiertas por un solo grupo. Nuestras necesidades de comunidad son multifacéticas. Un grupo de apoyo puede ofrecerte apoyo de tus compañeros, un equipo deportivo puede darte emoción y un desafío compartido, y una organización sin ánimo de lucro local puede permitirte aportar tus habilidades a una causa que te importa. Un foro online puede ayudarte a estar al tanto de las tendencias del sector, mientras que el grupo de antiguos alumnos de tu universidad te ofrece oportunidades para hacer contactos y desarrollarte profesionalmente.

Más allá de los beneficios prácticos de aprovechar la energía intelectual y creativa de tus compañeros, los lazos que formes te darán un sentimiento de pertenencia, haciendo que el viaje sea más agradable. Y al apoyar y animar a los que te rodean, enriquecerás tu propia vida.

Atreverse a ir a eventos donde no conoces a nadie, encabezar un esfuerzo de grupo o ofrecerte como mentor son pasos importantes que salen de la zona de confort de la mayoría de la gente. Puede que te preocupe no tener tiempo o energía para comprometerte, o que se espere que hagas más de lo que puedes dar. Pero las comunidades no tienen por qué ser abrumadoras. Tú decides tu nivel de participación. Puedes empezar poco a poco y aumentar gradualmente tu compromiso con la curiosidad colectiva.

Si lanzarte a una nueva comunidad te parece complicado, empieza por prestar más atención a tus relaciones actuales. Elige invertir en menos relaciones a través de conversaciones más profundas, comparte tu yo auténtico, haz preguntas reflexivas y escucha atentamente para entender las perspectivas de los demás. Piensa dónde puedes encontrar gente que comparta tus intereses. Podrías unirte a un club de lectura, asistir a eventos locales o ponerte en contacto con viejas conexiones con las que has perdido el contacto.

Cuando te sientas listo para involucrarte más, puedes empezar a aplicar activamente tus habilidades para contribuir a la comunidad. Busca formas de ayudar a otros en su camino, ya sea dando consejos a alguien que está empezando, colaborando con compañeros en proyectos, ofreciéndote como voluntario para hablar en un evento o escribiendo una entrada de blog como invitado. Lo importante es averiguar cómo tu propia curiosidad puede servir a los demás.

Y al final, puede que te sientas llamado a ampliar tu impacto dando forma a la visión y la estructura de la comunidad, o incluso construyendo tu propia comunidad. Hay muchas formas de convertirte en arquitecto de una comunidad. Un club de lectura empezó cuando dos amigos se comprometieron a leer un libro juntos cada mes y luego decidieron invitar a más gente a unirse. Y una comunidad online surgió de una newsletter cuando su creador pasó de una relación de transmisión unidireccional a actuar como facilitador, proporcionando una plataforma para que la gente conecte y aprenda unos de otros.

Cualquiera puede convertir su curiosidad en una comunidad próspera. No tienes que ser un genio ni especialmente carismático. Solo tienes que reunir a un círculo de mentes curiosas a las que les guste explorar ideas similares juntos.
Lo que me gusta llamar un círculo de curiosidad es una comunidad centrada en la conexión genuina y el aprendizaje entre iguales. Puede ser en torno a un interés común o una experiencia compartida, y la elegibilidad para unirse no debe basarse en la experiencia, sino en la curiosidad.

Construir un círculo de curiosidad se parece más a encender una hoguera que a encender una cerilla. Tu comunidad no sobrevivirá (y tú tampoco) si tiene que depender solo de tu combustible durante mucho tiempo.

Aquí tienes algunas lecciones aprendidas:
Empieza poco a poco. Pregúntate: ¿Cuál sería la versión más pequeña y fácil de un círculo de curiosidad que podrías crear con tus recursos actuales? Cuando alguien quería conectar con otra gente en torno a su práctica de la meditación, decidió empezar un pequeño círculo de meditación en su salón con solo unos pocos cojines y velas. Empezar a lo grande puede impedir encontrar a tu gente.

Sé sincero. La gente crea relaciones más profundas cuando comparte información vulnerable, como sus motivos, deseos y preocupaciones. Al ser abierto sobre la naturaleza experimental de tu comunidad, animas a otros a ser abiertos también. Tanto si empiezas una comunidad por primera vez como si es la décima, di a la gente que estás aprendiendo sobre la marcha y que es posible que cometas errores. De esta forma, tu círculo de curiosidad se convierte en un espacio de coexploración, donde todos dan forma a la experiencia.

No le des demasiadas vueltas. La gente que está orientada a la acción tiende a prosperar en entornos nuevos o desconocidos, ya que rápidamente toma la iniciativa en lugar de quedarse atascada en la indecisión. Este tipo de enfoque proactivo es especialmente beneficioso a la hora de crear un círculo de curiosidad.

Hazlo acogedor. Fomentar la seguridad psicológica, donde los miembros sientan que pueden hablar sin riesgo de ser castigados o juzgados, es clave para que tu círculo de curiosidad sea seguro e inclusivo. Y esto podría ser tan sencillo como enumerar posibles temas de conversación y, si es en persona, los tipos de aperitivos e instalaciones que estarán disponibles. Esto crea una sensación de pertenencia ambiental, donde los individuos sienten que encajan y son bienvenidos. Cuando la gente se siente como en casa, es más probable que participe plenamente, comparta abiertamente e interactúe profundamente.

No sujetes las riendas demasiado fuerte. Aunque tener una visión es importante, demasiada estructura puede sofocar la espontaneidad y la creatividad. Dar a los miembros la libertad de tomar la iniciativa puede llevar a manifestaciones inesperadas de curiosidad colectiva, y adoptar un liderazgo distribuido, donde las responsabilidades se comparten entre los miembros del grupo, promueve la colaboración y la toma de decisiones compartida.

El camino hacia la curiosidad colectiva no tiene por qué ser abrumador. Empieza con pequeños pasos que te hagan sentir cómodo. Fomenta intencionadamente tus relaciones actuales. Aporta tus habilidades y experiencias a las comunidades a las que ya perteneces. Avanza a tu propio ritmo, escucha tus necesidades y haz poco a poco los compromisos que se adapten a esta etapa de tu vida.

En poco tiempo, mirarás a tu alrededor y verás una tribu que fomenta el flujo social y te apoya: mentes curiosas que amplían tus horizontes, amplifican tu impacto y te dan seguridad mientras navegas por los baches y bandazos de una vida experimental. ¡Ánimo!

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