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A ver, a ver... ¿Por dónde empiezo? Mmm, estaba pensando... ¿Alguna vez se han parado a pensar en qué es lo que realmente nos hace humanos? O sea, más allá de la biología, ¿qué es lo que define nuestra civilización? Es una pregunta que me ha estado dando vueltas últimamente.
Y es que me acordé de una anécdota, bueno, un estudio, que involucra a la antropóloga Margaret Mead. Le preguntaron cuál creía que era la primera señal de una sociedad humana civilizada. Y el estudiante que le hizo la pregunta, pues se esperaba algo sobre herramientas, pinturas rupestres, algo así, ¿no? Pero Mead respondió algo totalmente distinto: dijo que era un fémur roto... ¡pero curado!
¿Un fémur curado? Sí, sí. El fémur, el hueso del muslo, es el hueso más largo del cuerpo humano y era crucial para la supervivencia de nuestros antepasados, ¿no? Porque lo usaban para moverse, para cazar. Un fémur roto tarda muchísimo en curarse, a veces hasta diez semanas. Mead razonó que, en las sociedades pre-civilizadas, un fémur roto era una sentencia de muerte. La supervivencia del clan era lo primero y, bueno, la víctima desafortunada se quedaba atrás. Pero un fémur curado indicaba que alguien se había preocupado por esa persona, que la habían cuidado. Y eso, para ella, era la primera señal de civilización, ¿sabes? La voluntad de cuidarnos unos a otros en momentos de necesidad.
Si es cierto o no lo de la anécdota, bueno, es debatible, ¿no? Pero la lección es clara: el deseo y la necesidad humana de conexión, de amor, de cooperación y apoyo, es lo que permitió a nuestra especie sobrevivir y prosperar.
Y a lo largo de la historia, hay montones de ejemplos de cómo la conexión social está entrelazada con el progreso, la cultura y la felicidad. Nuestros ancestros, hace muchísimos años, ya tenían divisiones de trabajo, espacios comunes para reunirse, e incluso enterraban a sus muertos. Los cazadores-recolectores, por ejemplo, dependían de la comunicación y el esfuerzo colectivo para cazar animales grandes. Imagínense coordinar el movimiento y la fuerza para derribar un mamut lanudo de diez mil libras... ¡Qué locura!
Las ciudades antiguas, también, solían tener lugares de reunión elaborados donde la gente se juntaba para actividades políticas, sociales y culturales. Desde el ágora en la antigua Grecia hasta el foro en la antigua Roma, pasando por los espacios públicos abiertos en Mohenjo Daro o las plazas ceremoniales de los antiguos incas... ¡Siempre ha habido un espacio para la conexión! Incluso el lenguaje hablado y escrito se desarrolló como un medio para difundir información y conocimiento a otros humanos a través del espacio y el tiempo.
Claro, la conexión social empezó como una simple forma de supervivencia, compartiendo recursos y apoyo, pero poco a poco se convirtió en un recurso estratégico, con el lenguaje facilitando el surgimiento de redes humanas más amplias y coordinación. Y bueno, para bien y para mal, ¿eh? Porque también se han librado muchísimas guerras y se han perdido millones de vidas por pertenecer a una red social u otra (regional, nacional, religiosa...). Somos una especie compleja, ¿verdad? La misma conexión social que permite la supervivencia y el amor, también permite la guerra, el asesinato, la tristeza y la pérdida.
Y hablando de conexiones, el antropólogo Robin Dunbar es famoso por su investigación sobre el número de relaciones sociales estables que una persona puede mantener. Lo que se conoce como el "número de Dunbar", que es alrededor de 150. También descubrió que el mejor predictor del tamaño del cerebro entre las especies es el tamaño del grupo social típico. El cerebro humano es especialmente grande en relación con el tamaño del cuerpo, lo que Dunbar atribuye al hecho de que somos una especie muy social.
En resumen: eres social porque eres humano, y eres humano porque eres social. ¿Qué tal?
Y bueno, todo esto me lleva a un estudio super interesante... Empezó en Boston en 1938. Dos equipos de investigación, que no tenían nada que ver entre sí, empezaron a seguir la vida de dos grupos de jóvenes muy diferentes. Uno era de Harvard, hombres privilegiados, y el otro eran chicos de barrios marginales. Durante más de treinta años, los dos estudios funcionaron en paralelo, como un espejo, ¿no? Uno estudiando la vida de los más privilegiados y el otro la de los menos. Y en 1972, un psiquiatra de Harvard, George Vaillant, integró los dos estudios. Y eso, bueno, abrió un montón de posibilidades.
Lo curioso es que este estudio, el "Harvard Study of Adult Development", sigue en marcha hoy en día, ¡más de ochenta y cinco años después! Recogen datos de los participantes cada dos años a través de encuestas sobre satisfacción con la vida, salud, estado de ánimo, etc. Y hacen pruebas físicas cada cinco años. Es considerado el estudio longitudinal más largo sobre la salud y la felicidad de las personas.
Y ¿qué han descubierto? Pues, la conclusión más importante es muy sencilla: ¡las relaciones lo son todo! En serio.
Uno de los directores del estudio, el Dr. Vaillant, lo dijo así de claro: "La clave para un envejecimiento saludable son las relaciones, relaciones, relaciones". El estudio ha demostrado que las relaciones fuertes y saludables son el mejor predictor de la satisfacción con la vida, superando a otros factores como la clase social, la riqueza, la fama, el coeficiente intelectual o la genética. Y, lo que es más importante, la satisfacción con las relaciones tiene un impacto directo y positivo en la salud física. El director actual del estudio, Robert Waldinger, lo explicó en una charla TED que ha sido vista por millones de personas. Dijo: "No eran sus niveles de colesterol lo que predecía cómo iban a envejecer, sino lo satisfechos que estaban con sus relaciones. Las personas que estaban más satisfechas con sus relaciones a los cincuenta años eran las más sanas a los ochenta". Imagínate.
O sea, que el factor más importante para predecir la salud física a los ochenta años era la satisfacción con las relaciones a los cincuenta. ¡Qué fuerte!
Por otro lado, la soledad resultó ser peor para la salud que el consumo regular de tabaco o alcohol. El Dr. Waldinger resumió: "Cuidar tu cuerpo es importante, pero cuidar tus relaciones también es una forma de autocuidado. Esa, creo, es la revelación".
Y siempre les preguntan a los participantes del estudio: "¿A quién podrías llamar en medio de la noche si estuvieras enfermo o asustado?". Las respuestas van desde una lista larga de nombres hasta "a nadie". Y eso sirve como una medida de la soledad. Los que responden "a nadie", pues, tienen un sentimiento de que nadie les apoya. Y eso tiene un coste enorme, te hace sentir no querido e inseguro, y a la larga, daña la salud.
Y ahora, bueno, hablando de soledad... Se dice que estamos viviendo una "pandemia de soledad". Y es que, a pesar de estar más conectados tecnológicamente que nunca, nos sentimos más solos que nunca. El cirujano general de los Estados Unidos publicó un informe sobre esto que es bastante preocupante. Dice que el uso de internet es altísimo, que la gente está conectada casi constantemente, pero que eso nos aleja de las interacciones humanas en persona. Es como una batalla en la que la tecnología siempre gana, y cuando eso pasa, pues aumentan los sentimientos de soledad y aislamiento social.
El tiempo que los estadounidenses pasan solos ha aumentado constantemente en la era de las redes sociales. ¿Te lo puedes creer? Y eso ha llevado a lo que algunos llaman una "recesión de la amistad". Los adolescentes y los jóvenes pasan un 70% menos de tiempo con sus amigos en persona que hace dos décadas. Y parece que la cosa está especialmente mal para los hombres. El número de hombres que dicen tener al menos seis amistades cercanas se ha reducido a la mitad. ¡A la mitad!
Así que, bueno, la pandemia de COVID-19 quizás haya amplificado la percepción de soledad, pero está claro que ya venía acelerándose desde hace mucho tiempo. Y creo que esto tiene mucho que ver con la cultura en la que vivimos, donde la optimización financiera se ha convertido en la norma. Y muchas veces, tomamos decisiones que agravan el problema de la soledad.
¿A qué me refiero? A ver, es que en una encuesta reciente, un tercio de las personas que se habían mudado recientemente expresaron cierto arrepentimiento por la decisión. ¿Y cuál era el motivo más común? Dejar atrás a amigos y familiares. ¡Toma ya!
Y esto plantea una pregunta importante: ¿de qué sirve toda esa optimización financiera si estás solo? ¿De qué sirve mudarse a un lugar con impuestos más bajos si luego te das cuenta de que no te sientes en casa sin tu familia y amigos? ¿De qué sirve viajar por el mundo y ver cosas increíbles si no tienes con quién compartirlas? ¿De qué sirve tener un trabajo bien pagado en un lugar nuevo si te sientes infeliz sin tu red de apoyo?
Conozco a un amigo que se mudó de Nueva York para evitar los impuestos de la ciudad. Al principio estaba contento porque ahorraba un montón de dinero. Pero al cabo de unos meses se dio cuenta de que había cometido un error. "Estaba ahorrando cientos de miles en el papel, pero no le había dado ningún valor a las relaciones y la vida social que eran tan importantes para mí", me dijo. Así que, al final, se mudó de vuelta a Nueva York y pagó todos los impuestos. Y, si me preguntas a mí, hizo lo correcto.
La soledad y el aislamiento social que a menudo siguen a una mudanza al extranjero por motivos financieros es un tema común en muchos foros. La gente dice que le gusta su trabajo y sus compañeros, pero que sufre de depresión y ansiedad y que le resulta muy difícil vivir solo. Y que acaba llamando a sus padres todas las noches.
Así que, bueno, creo que todo esto nos lleva a una conclusión muy clara: puedes ignorar la importancia del bienestar social, pero lo haces a riesgo de tu propia felicidad y satisfacción a largo plazo. Y, desde mi propia experiencia, nada mejoró nuestra calidad de vida más que vivir cerca de nuestra familia y amigos cercanos. La proximidad a las personas que amas vale más que cualquier trabajo que te puedan pagar.
Necesitas comida, agua y refugio para sobrevivir, pero es la conexión humana lo que te permite prosperar. Piénsenlo.