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Calculating...

A ver, a ver, por dónde empiezo... Esta reflexión me da mucho que pensar, ¿sabes? Se me viene a la mente esa frase que dice: "Los días son largos, pero los años son cortos." ¡Qué verdad tan grande! Y es que, mira, la vida pasa volando, sobre todo cuando tienes hijos.

Hay un caso que me impactó mucho, el de Greg Sloan. El tipo era un crack, vicepresidente en Goldman Sachs, ¡imagínate! Dinero, respeto, una carrera brillante... Lo tenía todo. Pero un día, su hijo, que tenía como cinco años, le soltó una frase que le caló hondo. Resulta que en la guardería iban a hacer un evento de "Donuts con papá", pero Greg tenía un viaje de negocios y no podía ir. Y el niño, al enterarse, dijo: "No pasa nada, papá nunca está." ¡Uf!

Según cuenta, esas palabras le quemaron por dentro. Fue como la gota que colmó el vaso. Dejó su trabajo y, años después, decía que no se arrepentía para nada. El hijo ya tenía veintitantos años y mantenían una relación increíble.

Y es que, a ver, hay una etapa mágica, ¿no? Esos diez años en los que eres el centro del universo de tus hijos. Después, claro, tienen sus amigos, sus parejas... Pero esos diez años son cruciales. Se construye la base de la relación padre-hijo. Una base que puede ser sólida como una roca o endeble como un castillo de naipes.

Lo terrible es que, cuando tus hijos cumplen dieciocho, ¡ya has pasado la mayor parte del tiempo que vas a pasar con ellos! Y, para colmo, vivimos en una sociedad donde esos años coinciden con los momentos de mayor exigencia laboral. ¡Es un lío! Noches en la oficina, reuniones interminables, emails durante la cena, llamadas de trabajo los fines de semana... Y así, esos años especiales se esfuman en un abrir y cerrar de ojos.

Vi un comentario en internet, algo así como: "Dentro de veinte años, los únicos que se acordarán de que te quedaste hasta tarde en la oficina serán tus hijos." Y la gente respondía con cosas como: "El cementerio está lleno de gente 'irremplazable' e 'importante'" o "Me he perdido tantos cumpleaños, obras de teatro y eventos por el trabajo... Y ni siquiera recuerdo por qué. No sé en qué estaba trabajando, no sé por qué era importante. Pero sí sé cómo se sintieron mis hijos al no verme allí."

Yo estoy un poco dividido, ¿sabes? Por un lado, creo que estar presente y pasar tiempo con la gente que quieres es lo más importante al final. Pero, por otro lado, también creo que es valioso que tus hijos te vean trabajando duro en cosas que te importan. Eso les enseña un montón.

A veces, en todo este rollo del equilibrio entre trabajo y vida personal, se nos olvida lo importante que es ese segundo punto. La clave está en encontrar el equilibrio, en saber manejar esa tensión entre ambas cosas. No se trata de renunciar a tu carrera, a tu potencial, a dejar de crecer... Se trata de tener la claridad para elegir. De definir tu propio equilibrio y vivir según tus propias reglas, no según lo que te quieren vender.

Se trata de hacerte la pregunta y encontrar tu propia respuesta. Y entender que esos diez años son diferentes. Que quizás no sea el momento de aceptar ese ascenso o ese nuevo puesto de trabajo. O, al menos, ser consciente de lo que estás sacrificando si lo haces.

Greg Sloan lo tuvo claro. Sus compañeros se creían el cuento de que el éxito financiero resolvería todos sus problemas. Él eligió otro camino. Decía que dejar su trabajo le permitió entrenar los equipos de béisbol de su hijo y participar activamente en su pasión por el deporte. Y que, gracias a eso, tienen una relación increíble. ¡Incluso llegó a decir que probablemente se habría divorciado si se hubiera quedado en la empresa!

Claro que poder elegir es un privilegio. Requiere tener un cierto nivel de estabilidad. Pero para los que podemos elegir, es importante no dejar que la vida nos arrastre por el camino fácil. Hay que hacerse preguntas, pensar con claridad y sopesar las opciones.

Yo, por ejemplo, siempre me acuerdo de mi padre. Él supo equilibrar muy bien esas dos cosas. Llegaba a casa para cenar, jugaba conmigo en el jardín y luego se quedaba trabajando hasta tarde cuando yo me iba a la cama. Gran parte de mi disciplina y mi ética de trabajo se las debo a él, por verle trabajar duro en cosas que le apasionaban, pero sin dejar que eso se interpusiera en lo que era más importante para él: su familia.

Recuerdo que una vez me llevó a un viaje de trabajo al extranjero. Mientras yo veía películas y comía chuches en el avión, él se pasó doce horas seguidas trabajando en su presentación. Y cuando le pregunté, alucinado, cómo no había visto ni una sola película, me sonrió y me dijo: "Esto es lo que tengo que hacer, para cumplir con mis propias expectativas y para poder traerte conmigo en este viaje."

Siempre me sentí conectado con su trabajo, porque se tomaba el tiempo de explicarme el porqué. Por qué trabajaba duro en ciertas cosas y qué esperaba conseguir con ello. Y eso es muy bonito. Involucrar a tus seres queridos en tu camino. Así entienden por qué trabajas tanto, el valor que eso crea para ellos y para ti, y se sienten parte de tu crecimiento. Una ausencia por trabajo se entiende y se aprecia mucho más cuando hay contexto.

Así que, nada, los años mágicos son una llamada a la acción. Hay que pelear por ese equilibrio, estar presentes y disfrutar de ese tiempo tan corto que tenemos con nuestros hijos. Dejemos de vivir pensando en la felicidad diferida, en plan: "Bueno, ahora voy a trabajar muy duro para poder ser feliz y pasar tiempo con mis hijos cuando tenga sesenta años."

Porque cuando tengas sesenta años, tus hijos ya no tendrán tres.

Los años mágicos se desvanecen si les dejas. Rechaza lo que te viene dado, hazte preguntas, abraza la tensión y diseña el equilibrio que mejor se adapte a tu vida.

Y recuerda siempre: los días son largos, pero los años son cortos.

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