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Vale, a ver, vamos a hablar un poquito sobre el arte de la... ¿cómo le llamamos? ¿De la compraventa de empresas? Bueno, algo así. Mmm, sí, eso me vale. El tema es que, durante mucho tiempo, las fusiones, las compras de empresas, eran algo bastante... digamos, normalito, ¿no? Entre empresas del mismo sector, algo lógico. Pero, a partir de cierto momento, la cosa se empezó a complicar, a hacerse más grande, más... ambiciosa.
Se empezó a justificar con un montón de teorías, con la idea de que, bueno, "el todo es más que la suma de las partes". ¿Sabes? Como que si juntamos dos empresas, de repente, ¡boom!, creamos algo mucho más valioso.
Había un tipo, Tex Thornton, que fue clave en esto. Él había sido un crack en la Segunda Guerra Mundial, organizando la logística del ejército con números y estadísticas. Pues, al terminar la guerra, le ofreció sus servicios a Henry Ford II y, oye, ¡lo contrataron! Resulta que este hombre y su equipo eran unos cerebritos, unos “whiz kids” como les llamaban, y revitalizaron la empresa. Uno de esos “whiz kids” fue Robert McNamara, que luego fue presidente de Ford, ¡y hasta Secretario de Defensa! Imagínate.
Pero bueno, Thornton no se quedó mucho en Ford. Se fue, compró una pequeña empresa de electricidad llamada Litton y, a partir de ahí, ¡empezó a comprar empresas a lo loco! Litton se convirtió en uno de esos grandes conglomerados de los años 60, con la idea de que los grandes directivos podían aplicar sus habilidades a cualquier negocio. Ahí estaban también LTV, el imperio de Jimmy Ling, y Teledyne, de Henry Singleton.
Y, claro, siempre hay alguien que te justifica todo esto académicamente, ¿no? Un abogado de Chicago, Henry Manne, propuso una teoría sobre "el mercado del control corporativo". La idea era que, si había un mercado activo donde se compraban y vendían empresas, pues, eso significaba que los mejores gestores acabarían dirigiendo las mejores empresas. Algo así como que, si el mercado funciona bien, todo se coloca en su sitio, ¿sabes?
Pero, el gran conglomerado de esa época, sin duda, fue International Telephone and Telegraph, ITT. Ahí llegó Harold Geneen y empezó a comprar de todo: hoteles Sheraton, Avis Rent a Car, la aseguradora Hartford... ¡de todo! La empresa se metió en política, tuvo un papel oscuro en el golpe de estado de Chile... Un follón. Al final, echaron a Geneen y la empresa empezó a vender todo lo que había comprado. El rollo de los conglomerados se acabó.
Porque, a ver, al final, ¿qué pasó? Pues que muchas veces, las empresas se daban cuenta de que "las partes valen más que el todo". Jimmy Ling, por ejemplo, lo echaron de su propia empresa. LTV acabó en bancarrota. Litton también tuvo que venderse a cachitos.
Y es que, antes, las compras de empresas eran más... amistosas, ¿no? Pero, a partir de cierto momento, la cosa se puso agresiva. Apareció un financiero británico, Charles Clore, que se le atribuye la invención de la palabra "takeover", o sea, "adquisición". Él se dio cuenta de que, a veces, los activos de una empresa, como los terrenos, valían más que el propio negocio en sí. Y ahí es donde entraba la oportunidad.
Luego, hubo otra historia, la de Sir Ivan Stedeford, un tipo muy influyente en Inglaterra, que lanzó la primera gran OPA hostil de Europa. Intentó comprar British Aluminium contra la voluntad de sus directivos. ¡Menudo escándalo! Pero lo consiguió. Y a partir de ahí, las OPAs hostiles se hicieron cada vez más comunes.
Incluso una empresa como Imperial Chemical Industries, ICI, intentó comprar a su rival Courtaulds. Al final no salió bien, pero la cosa ya estaba cambiando.
Y bueno, todo esto llevó a una nueva era de "dealmaking", de hacer negocios. Aparecieron empresas como Slater Walker Securities, que se dedicaban a "desguazar" empresas, a vender sus activos. Otras, como Hanson Trust o BTR, duraron más. Pero, al final, todos estos conglomerados estaban ligados a la figura de un gran CEO, un líder fuerte.
Luego, la cosa evolucionó. Surgieron los fondos de capital riesgo, que compraban empresas ya establecidas, las sacaban de las grandes empresas o las sacaban de bolsa. Se financiaban con deuda, porque los intereses de la deuda desgravan. Y ahí tienes a Blackstone, por ejemplo, que ha comprado de todo, desde el Canal del Tiempo hasta el museo de cera Madame Tussauds.
Y luego, los "management buyouts", que permitían a los directivos de una empresa comprarla ellos mismos, endeudándose.
Vamos, que en los años 80 la cosa estaba que ardía. La operación más famosa fue la compra de RJR Nabisco, una empresa gigante de alimentación y tabaco. ¡Una locura!
Pero bueno, al final, todo esto tiene sus riesgos. A veces, el capital riesgo se dedica a sacar dinero de las empresas a corto plazo, recortando gastos a lo bestia y descuidando el negocio. Otras veces, puede ser una forma de dar capital y experiencia a empresas pequeñas que están creciendo. Pero, sinceramente, casi siempre, lo que más se ha visto es lo malo.
Y claro, después de todo esto, la cosa se calmó un poco en los años 90. Pero, al final, la euforia volvió a los mercados y se hicieron algunas de las operaciones más grandes y desastrosas de la historia.
Y, incluso después de la crisis financiera de 2008, la cosa siguió. En 2016, un tipo que decía que los negocios eran su "forma de arte" fue elegido presidente de los Estados Unidos. Hablaba de hacer "grandes negocios". Y bueno, al final, mucha "exuberancia irracional" y muchos "grandes negocios" acabaron destruyendo algunas de las empresas más importantes del siglo XX.
Así que, ya ves, el arte de la compraventa de empresas, un mundo fascinante, pero también peligroso.