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A ver, por dónde empiezo... Bueno, pues quería hablarles de algo que me ha estado rondando la cabeza últimamente, algo que creo que es súper importante para todos nosotros, especialmente en estos tiempos que corren, ¿no? Se trata de abrazar la imperfección, ser intencionalmente imperfecto.
Y esto viene a colación porque, bueno, la vida es un caos, seamos honestos. Y a veces nos machacamos mucho por intentar ser perfectos, ¿verdad? Como Shonda Rhimes, ¿la conocen? La creadora de "Grey's Anatomy", "Scandal", un montón de series exitosas. Pues bien, ella misma dice que no puede con todo. Que cuando está triunfando en una cosa, seguro que está fallando en otra. Y ¿saben qué? ¡Está bien! Si está cosiendo los disfraces de Halloween de sus hijos, a lo mejor se le escapa una revisión de guion. Si está terminando un guion, quizás se pierde la hora del cuento con sus hijos. Y ella misma lo dice: "Si estoy sobresaliendo en algo, algo más se está cayendo. Y eso está completamente bien".
El tema es que nos metemos una presión terrible por ser perfectos en todo: ser el mejor padre, el mejor profesional, el mejor amigo, estar siempre impecables, tener la casa perfecta… Y claro, ¡eso es imposible! Esa presión, muchas veces, viene de experiencias pasadas, de familias muy exigentes, de haber recibido alabanzas solo por nuestros logros y no por nuestro esfuerzo... Y todo eso nos lleva a pensar que nunca somos suficientes, que siempre tenemos que dar más.
Pero ¿qué pasa? Que al final, ese perfeccionismo nos paraliza, nos da miedo equivocarnos, nos impide ser creativos. Y la verdad es que los errores son parte fundamental del crecimiento, ¿no creen? Como decía Stephen Hawking, "Una de las reglas básicas del universo es que nada es perfecto. La perfección simplemente no existe. Sin imperfección, ni tú ni yo existiríamos". ¡Imagínense!
Entonces, ¿qué podemos hacer? Pues, abrazar la imperfección intencional. Y aquí viene la parte interesante. Miren, en Italia, por ejemplo, tienen esta idea de la "dolce vita", ¿no? La vida dulce. Disfrutar de las cosas sencillas, un paseo tranquilo, una buena conversación. Pero también tienen su lado "agrio". Esos plazos que parecen sugerencias, la burocracia interminable, los trenes que siempre llegan tarde... Y aún así, Italia es un país que destaca en muchísimas cosas: el diseño, la moda, la gastronomía. ¿Por qué? Pues porque se enfocan en lo que realmente les importa.
Es como si dijeran, "No podemos ser perfectos en todo, así que vamos a elegir dónde vamos a invertir nuestra energía". Y eso es la imperfección intencional. No se trata de conformarse con menos, sino de ser conscientes de que no podemos estar al 100% en todo momento y en todas las áreas de nuestra vida. Se trata de buscar la excelencia sostenible, no la perfección fugaz.
Me acuerdo de un gestor de fondos, Ben Trosky, que era súper exitoso. Él decía que nunca intentaba que su fondo fuera el número uno en un año concreto. ¿Por qué? Porque los que llegaban a ese puesto, normalmente, lo hacían tomando riesgos enormes. Y aunque tuvieran suerte un año, al final, la cosa no salía bien. Así que él prefería estar entre el 10% de los mejores a largo plazo. Pequeños movimientos constantes, equilibrando el riesgo y la recompensa. Él lo llamaba "mediocridad estratégica". ¡Qué curioso!
Es que a veces, por querer ser perfectos, arriesgamos nuestra salud mental. Nos quemamos. Y la clave está en ser selectivos, en preguntarnos: ¿Qué es lo más importante ahora mismo? ¿En qué área voy a elegir la mediocridad a corto plazo para lograr la excelencia a largo plazo?
Al final, es mejor hecho que perfecto, ¿no creen? Aceptar nuestras limitaciones. No podemos pretender destacar en todo a la vez. Es como el dicho: "Tienes que dejar el patito si quieres tocar el saxofón".
Yo, por ejemplo, cuando estaba escribiendo este libro, me propuse dedicarle al menos cinco horas a la semana. Y ya está. A veces eran más, pero esa era mi base. Pero claro, también estaba haciendo el doctorado. Así que tuve que hablar con mis tutores y decirles: "Este año no voy a dar muchas clases, no voy a ser mentor de estudiantes en verano, no voy a presentar todos mis resultados en congresos". Y ya está. Elegí enfocarme en lo que era prioritario para mí.
Piotr Synowiec, otro ejemplo, quería aprender a programar, pero también tenía su estudio de diseño. Así que decidió enfocarse en el estudio, que era su prioridad, y dedicarle un poquito de tiempo a la programación cada semana. A veces diez minutos, a veces una hora. Le tomó dos años aprender a programar y tres años más crear su primera aplicación. Pero lo hizo sin sacrificar su salud mental.
Así que, ¿cómo podemos poner en práctica la imperfección intencional? Primero, identifica tus patrones perfeccionistas. ¿Cuándo te exiges demasiado? ¿En qué áreas de tu vida? Luego, desafía esas metas poco realistas. ¿De verdad tienes tiempo para hacer todo lo que te propones? ¿O estás renunciando a otras cosas importantes? Y por último, elige el progreso sobre la perfección. Decide en qué áreas vas a bajar el ritmo para poder sobresalir en otras.
Aceptar que no todo tiene que ser perfecto nos lleva a una vida menos estresante y más satisfactoria. La frustración se convierte en calma, los contratiempos en oportunidades.
Piensen en el kintsugi, ese arte japonés de reparar la cerámica rota con oro. En lugar de ocultar las grietas, las resaltan. El resultado es una pieza única, que celebra la belleza que surge de la imperfección.
Así que ya saben, en lugar de arriesgar su salud mental en una carrera loca por la perfección, disfruten del camino hacia la excelencia, por imperfecto que parezca.