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Calculating...

A ver, a ver, por dónde empiezo… Uf, bueno, hay una historia que me fascina, que es sobre un tipo llamado Amós Tversky. ¡Vaya personaje!

Todo empieza con Amnón Rapoport, que con solo 18 años, ¡imagínate tú!, el ejército israelí lo consideró un líder nato. Lo mandaron a dirigir tanques, ¡tanques! Él mismo decía que ni siquiera sabía que existía una división de tanques. Y bueno, en una de esas, una noche de octubre del '56, lo mandaron a atacar Jordania en represalia por unas muertes de civiles israelíes. ¡Qué fuerte! En esos ataques, uno nunca sabe qué decisiones va a tener que tomar en el momento, ¿no? Disparar o no, matar o perdonar, vivir o morir… Un compañero de Amnón, de la misma edad, había sido capturado por los sirios meses antes y, antes de ser traicionado, prefirió quitarse la vida. ¡Qué horror! Le encontraron una nota escondida en la uña del pie que decía: "No he sido un traidor".

Volviendo a Amnón, esa noche de octubre, la primera decisión que tomó fue no disparar. Tenía que bombardear el segundo piso de una comisaría jordana, pero le daba miedo herir a los paracaidistas israelíes que estaban atacando el primer piso. ¡Claro, qué lío! Entonces, escuchó por la radio del tanque las voces de los que estaban en el terreno. Y ahí, ¡pum!, le cayó la realidad encima. Ya no era un juego de buenos y malos, era cuestión de vida o muerte. Los paracaidistas eran la élite del ejército israelí y estaban sufriendo muchas bajas en el combate cuerpo a cuerpo. Pero las voces que escuchaba Amnón eran tan calmadas, ¡casi indiferentes! "Sin pánico, con un tono lento, casi sin emociones", decía él. Era como si esos judíos se hubieran convertido en espartanos, ¡qué cosa! Amnón no sabía cómo reaccionaría él en un combate así, pero esperaba poder ser igual de valiente.

Un par de semanas después, Amnón se metió con su tanque en Egipto. ¡Imagínate! En medio del caos, tenía que esquivar los disparos de los egipcios y los bombardeos de los suyos. Una vez, un avión de combate egipcio, un MiG-15, se le vino encima directamente al tanque. Él estaba asomado por la torreta y tuvo que gritarle al conductor para que esquivara el avión, ¡uff!, por poco lo decapitan. Días después, los soldados egipcios se rindieron. Los beduinos los estaban persiguiendo para robarles las armas y las botas, y ahora les rogaban que les dieran agua y sombra. Amnón, que un día antes los estaba matando, ahora sentía compasión por ellos. "Qué fácil y rápido es pasar de ser una máquina de matar a una persona compasiva", pensaba. ¡Increíble!

Cuando terminó la guerra, Amnón solo quería alejarse de todo. "Dos años en la brigada de tanques me habían endurecido un poco", contaba. Quería irse lo más lejos posible, pero volar era demasiado caro para la época. ¡Qué tiempos aquellos! Los israelíes de los años 50 no sabían cómo combatir el estrés y la insatisfacción, solo se adaptaban. Entonces, encontró un trabajo en una mina de cobre en el desierto, ¡ahí es nada!, decían que era una de las minas del rey Salomón. La mayoría de los mineros eran presos, pero Amnón era bueno en matemáticas y lo hicieron bibliotecario de la mina. El lugar era muy precario, ¡imagínate!, no había ni baños ni papel higiénico. Un día, mientras… bueno, ya sabes, haciendo lo que tenía que hacer, leyó una noticia en un periódico. Decía que la Universidad Hebrea iba a abrir una carrera de psicología.

Tenía 20 años y solo había oído hablar de Freud y Jung. ¡Quién no! No había muchos libros de psicología en hebreo, pero el tema le llamaba mucho la atención. No sabía por qué, quizás era una llamada interna, algo que necesitaba. Era la primera vez que se abría la carrera de psicología en Israel y la competencia para entrar era altísima, más que en cualquier otra carrera de la universidad. Unas semanas después de leer la noticia, Amnón se unió a la fila de aspirantes frente al monasterio que hacía de universidad. Tenían que pasar una serie de pruebas raras, una de ellas diseñada por Daniel Kahneman. ¡Figúrate! Kahneman había escrito un ensayo en un idioma inventado y los aspirantes tenían que analizar la gramática. ¡Qué locura! Había cientos de personas queriendo entrar, pero solo había 20 plazas. Demasiados jóvenes israelíes buscando una oportunidad en 1957. Al final, los 20 que entraron eran súper inteligentes, ¡eh! 19 de ellos hicieron doctorados y la que no lo hizo era una mujer que había sacado la mejor nota en el examen de admisión, pero prefirió ser ama de casa. ¡En Israel la psicología era casi tan importante como el fútbol en Alabama!

En la fila, un chico pequeño estaba parado al lado de Amnón. Era pálido, con cara de niño, parecía que tenía 15 años, pero vestía de una forma extraña. Botas de goma, un uniforme impecable y una boina roja de paracaidista israelí. ¡Vaya pinta! Empezaron a hablar. Se llamaba Amós Tversky. Amnón no recuerda mucho de la conversación, pero sí recuerda lo que sintió: "Supe al instante que era más inteligente que yo".

Para los israelíes, Amós Tversky era una persona única, pero también era un modelo de israelí. Sus padres habían escapado de la Rusia antisemita en los años 20 y se habían unido al movimiento sionista. ¡A tope! Su madre, Guenia Tversky, era una política activa, miembro del primer parlamento israelí y reelegida cuatro veces. Había sacrificado su vida personal por la pública. Siempre estaba viajando. ¡Vamos, que la mujer no paraba! Poco después de que naciera Amós, se fue a Europa durante dos años a ayudar al ejército americano a rescatar a los supervivientes de los campos de concentración y a reubicarlos. Después, pasaba la mayor parte del tiempo en el parlamento en Jerusalén, lejos de casa.

Amós tenía una hermana 13 años mayor, así que prácticamente se crió como hijo único, cuidado principalmente por su padre, Joseph Tversky, un veterinario. Joseph era hijo de un rabino, pero no era religioso. Le encantaba la literatura rusa y las historias que contaban sus amigos y vecinos. Al principio fue médico, pero luego se cambió a veterinario porque, según Amós, "los animales sufren más que los humanos, pero se quejan menos". Era un hombre serio, pero cuando hablaba de su vida y su trabajo, sentaba a su hijo en su regazo y le contaba sus experiencias, los misterios de la existencia. "Este estudio está dedicado a mi padre, que despertó mi curiosidad por el mundo", escribió Amós en su tesis doctoral.

Amós decía que algunas personas tienen historias interesantes porque saben cómo convertir experiencias comunes en historias fascinantes. Él era un maestro contando historias y sus historias eran únicas e impactantes. Hablaba un poco gangoso, como si fuera catalán hablando español. Era muy pálido y se le veían las venas debajo de la piel. Sus ojos azules se movían constantemente, como si estuvieran tratando de capturar cada idea que se le cruzaba por la mente.

Incluso cuando hablaba, daba la sensación de estar siempre en movimiento. No era atlético, pero era ágil, corría muy rápido y era increíblemente flexible. Le encantaba subir a las montañas y correr como un salvaje. Uno de sus trucos favoritos era subirse a un lugar alto, una roca o un tanque, y lanzarse hacia abajo en paralelo al suelo, boca abajo. Siempre se enderezaba en el último momento, justo antes de tocar el suelo. Le encantaba la sensación de caer, la alegría de ver el mundo desde arriba.

Amós era igual de valiente, o al menos quería parecerlo, con su cuerpo. Poco después de mudarse con sus padres a la ciudad portuaria de Haifa, tuvo la oportunidad de ir a la piscina con otros niños. Había un trampolín de 10 metros y los otros niños lo desafiaron a saltar. Amós tenía 12 años y no sabía nadar. Durante la guerra de independencia israelí, la gente en Jerusalén no tenía ni agua para beber, ¡imagínate una piscina! Entonces, Amós eligió a un chico mayor y le dijo: "Voy a saltar, pero tienes que sacarme del agua cuando caiga". Y así, Amós saltó desde 10 metros y el chico lo sacó del agua justo antes de que se ahogara.

Cuando entró en el instituto, Amós, como otros chicos israelíes, tuvo que elegir entre ciencias y letras. El nuevo país animaba a los chicos a estudiar ciencias, porque se consideraban la clave del futuro. Amós era muy bueno en ciencias, quizás más que otros chicos. Pero, para sorpresa de todos, fue el único de los chicos más inteligentes de la clase que eligió humanidades. Al entrar en ese territorio desconocido, tomó una decisión audaz: podía aprender matemáticas por su cuenta, pero las humanidades le ofrecían una experiencia nueva. Amós decía que nunca olvidaría la fascinación que sintió en las clases de humanidades de Baruj Kurzweil. "Su clase fue la experiencia más maravillosa e impactante que he tenido, en comparación con otras clases aburridas y superficiales. Me mostró la belleza de la literatura y la filosofía hebrea", escribió Amós a su hermana, que se había mudado a Los Ángeles. Le escribió poemas a Kurzweil y declaró que quería ser poeta o crítico literario.

En secreto, Amós mantuvo una relación cercana, incluso un poco romántica, con una alumna nueva llamada Dahlia Ravikovitch. Dahlia era una chica melancólica que había llegado al instituto después de vivir en un kibutz que odiaba y pasar por varias casas de acogida donde no había sido feliz. Era una outsider, al menos para los israelíes de los años 50. Pero Amós, el chico popular del instituto, era amigo de ella. Nadie lo entendía. Amós parecía un niño y Dahlia era una jovencita. A él le gustaba estar al aire libre y hacer deporte; ella se sentaba en la ventana a fumar mientras las otras chicas hacían gimnasia. A Amós le gustaba estar con gente; ella siempre estaba sola. Más tarde, cuando Dahlia ganó el premio literario más importante de Israel por su poesía y se convirtió en una estrella mundial, la gente dijo: "Ah, claro, los dos son genios". En aquel momento, Baruj Kurzweil ya era el crítico literario más influyente de Israel. Amós había querido seguir estudiando con él, pero no pudo. Para todos, Amós siempre fue el más positivo y alegre. Dahlia, como Kurzweil, había intentado suicidarse (Kurzweil lo consiguió).

Como la mayoría de los chicos de Haifa en los años 50, Amós se unió a una organización juvenil de izquierdas llamada "Najal" y pronto fue elegido líder. "Najal" eran las siglas en hebreo de "Vanguardia Combatiente Juvenil", cuyo objetivo era enviar a jóvenes sionistas recién graduados a kibutz, donde servirían en el ejército, defenderían el kibutz y, después de unos años, se convertirían en agricultores.

En el último año de Amós en el instituto, el general israelí Moshe Dayan visitó Haifa con su séquito y dio un discurso a los estudiantes. Un chico que estaba presente recuerda: "Preguntó cuántos se habían unido a Najal. Un montón de gente levantó la mano. Dayan dijo: 'Sois unos traidores. No necesitamos que plantéis tomates y pepinos, necesitamos que luchéis'". Al año siguiente, Israel aprobó una nueva ley que exigía que todas las organizaciones juveniles eligieran a 12 de cada 100 miembros para unirse a la brigada de paracaidistas. El resto seguiría dedicándose a la agricultura. Amós no tenía la apariencia de un guerrero de élite, parecía un boy scout, pero fue el primero en apuntarse voluntario. Era demasiado delgado y tuvo que beber mucha agua para pesar lo suficiente.

En la escuela de paracaidistas, Amós y sus compañeros se convirtieron en un símbolo del nuevo país, en guerreros, en máquinas de matar. La cobardía no era una opción. Si se atrevían a saltar desde una altura de 5,5 metros y tenían la suerte de no romperse un hueso, los instructores les ordenaban subir a un avión de madera antiguo de la Segunda Guerra Mundial. Las hélices y la puerta estaban al mismo nivel, muy cerca. En el momento de saltar, era fácil que una ráfaga de viento te devolviera a la cabina. Había una luz roja en la puerta y, cuando los instructores revisaban el equipo de los soldados y la luz se ponía verde, tenían que saltar uno por uno. El que dudaba era empujado.

En los primeros saltos, la mayoría de los jóvenes tenían miedo y necesitaban que los empujaran. Hubo un chico en el grupo de Amós que se negó a saltar y eso lo marcó para siempre. ("El que no salta es el que realmente tiene valor", dijo un antiguo paracaidista más tarde). Pero Amós nunca dudó. "Siempre era el primero en saltar del avión", recuerda Yuri Shamir, que fue paracaidista con él. Saltó unas 50 veces, quizás más. Cerca de las líneas enemigas, en el '56, en la guerra del Sinaí. Una vez, saltó sin querer a un panal de abejas y lo picaron tanto que perdió el conocimiento. En 1961, cuando se graduó de la universidad y se fue a Estados Unidos a hacer un posgrado, voló por primera vez sin equipo de paracaidista. Cuando el avión aterrizó, miró el suelo y le dijo al pasajero de al lado: "Nunca había aterrizado así".

Poco después de unirse a la brigada de paracaidistas, Amós se convirtió en jefe de pelotón. Le escribió a su hermana en Los Ángeles: "Nunca pensé que me adaptaría tan rápido a esta nueva vida. Mis compañeros son como yo, solo que yo tengo dos rayas más en la manga. Ahora tienen que saludarme y obedecer mis órdenes: correr, tumbarse. Ahora todos están acostumbrados a esta relación y yo también. Incluso creo que nací para esto". Las cartas en el ejército eran censuradas, así que Amós no hablaba mucho de su vida en el frente. Había participado en misiones de venganza y ambos bandos habían sufrido muchas bajas. Había perdido compañeros y había salvado a otros. "En una misión de 'ojo por ojo', salvé a un compañero y me gané elogios", escribió a su hermana. "Pero no me considero un héroe, solo quería que mis compañeros volvieran a casa a salvo".

Había muchas cosas que no contaba en sus cartas y que rara vez contaba a nadie. Un oficial superior israelí con tendencias sádicas no les daba agua a los soldados durante mucho tiempo para ver cuánto aguantaban sin provisiones. La cosa terminó cuando uno de los hombres de Amós murió de deshidratación. Amós testificó contra el oficial en la corte marcial. Una noche, los soldados de Amós taparon la cabeza de otro oficial sádico con una manta y le dieron una paliza. Amós no participó en la agresión, pero aconsejó a los soldados para que no los acusaran en la investigación posterior. "Cuando te hagan preguntas, responde con muchos detalles irrelevantes hasta que se cansen y dejen de preguntar", les dijo. El método funcionó.

A finales de 1956, Amós no solo era jefe de pelotón, sino que también había recibido la medalla al valor más alta del ejército israelí. Durante un entrenamiento supervisado por el Estado Mayor General del ejército israelí, uno de sus hombres tenía que usar un barril de explosivos para destruir una alambrada con púas. Después de tirar del detonador, el soldado tenía 15 segundos para alejarse. Empujó el barril debajo de la alambrada, tiró del detonador y se desmayó encima del barril. El oficial superior de Amós ordenó a todos que se quedaran quietos y dejaran que el soldado inconsciente volara por los aires. Amós no le hizo caso. Salió de su escondite, agarró al soldado, lo levantó y corrió 10 metros. Lo tiró al suelo y se lanzó encima de él. Las esquirlas de la explosión se quedaron para siempre en el cuerpo de Amós. La medalla al valor del ejército israelí no se entrega fácilmente. Moshe Dayan presenció todo el incidente. Cuando le entregó la medalla a Amós, le dijo: "Hiciste algo estúpido y valiente. La próxima vez puede que no tengas tanta suerte".

A veces, Amós hacía cosas que hacían pensar que no le importaba su seguridad, sino más bien dar la impresión de ser un hombre de verdad. "Siempre lo daba todo", recuerda Yuri Shamir. "Creo que quizás quería compensar su complexión delgada y su palidez". Pero, en cierto modo, eso no es cierto: se obligó a ser valiente hasta que la valentía se convirtió en un hábito. Al final de su servicio militar, Amós notó un cambio en sí mismo. "Creo que te costaría reconocerme", escribió Amós a su hermana. "Las palabras no pueden describir el gran cambio que se ha producido en el chico de uniforme que está a punto de aparecerse ante ti. No tiene nada que ver con el chico que se despidió de ti en el aeropuerto hace cinco años con pantalones cortos caqui".

Aparte de unas pocas palabras en sus cartas, Amós rara vez mencionaba su vida militar en sus escritos o conversaciones. A menos que se tratara de algo gracioso o extraño. Por ejemplo, en la guerra del Sinaí, su unidad interceptó una caravana de camellos que usaban los egipcios para la guerra. Amós nunca había montado en camello. Después de 15 minutos, empezó a marearse y tuvo que subirse a un coche descapotable. Tardó seis días en salir del Sinaí. Pero, después de las operaciones militares, ganó una carrera de camellos de vuelta a casa.

O sus hombres. Incluso en combate, se negaban a usar cascos porque decían que hacía demasiado calor y que, si los alcanzaba una bala, al menos la bala llevaría su nombre. (Amós decía: "¿Y si todas las balas son 'no hay nadie con ese nombre'?"). Por lo general, las historias de Amós empezaban con anécdotas cotidianas. El matemático israelí Samuel Sattath recuerda: "Siempre que te encontraba, te preguntaba: '¿Te he contado esta historia?'. Pero la historia no tenía nada que ver con él. Por ejemplo, decía: '¿Sabes que en las reuniones de las universidades israelíes todo el mundo interrumpe porque temen que alguien se les adelante? Y en las reuniones de personal de las universidades americanas, todo el mundo se queda callado porque creen que los demás también quieren expresar la misma idea...’". Luego, Amós daba una conferencia sobre las diferencias entre Estados Unidos e Israel, como que los americanos creen que mañana será mejor y los israelíes creen que mañana será peor; los niños americanos se preparan para la clase y los israelíes nunca leen con antelación, pero siempre tienen las ideas más audaces; y así sucesivamente.

Los que conocían a Amós sabían que sus historias eran una forma de entretenerse. Como decía una amiga israelí de Amós: "La gente que lo conoce no habla de otra cosa. Lo que más nos gusta es juntarnos y hablar de él, una y otra vez". Algunas de las historias eran sobre cosas graciosas que había dicho Amós, normalmente dirigidas a gente que él consideraba engreída. Amós conoció a un economista americano que no paraba de llamar idiota a la gente. Amós le dijo: "Todos tus modelos económicos se basan en personas inteligentes y racionales, pero estás rodeado de idiotas". Amós también escuchó al ganador del Premio Nobel de Física Murray Gell-Mann dando un discurso como si lo supiera todo. Después de que Gell-Mann terminara, Amós le dijo: "Sabes, Murray, no hay nadie en el mundo tan convencido de su propia inteligencia como tú". En otra ocasión, Amós dio un discurso en una conferencia y un estadístico inglés se le acercó y le dijo: "Normalmente no me gustan los judíos, pero tú me caes bien". Amós respondió: "Normalmente me gustan los ingleses, pero tú no me caes bien".

Independientemente de cómo respondiera Amós a la gente, el resultado era siempre el mismo: más historias sobre él. Por ejemplo, una vez la Universidad de Tel Aviv organizó una fiesta para un físico que había ganado el Premio Wolf, el segundo premio más importante en física, un premio que suele ser un trampolín para el Premio Nobel. La mayoría de los mejores físicos de Israel asistieron a la fiesta, pero, por alguna razón, el ganador del premio terminó hablando apasionadamente con Amós, que acababa de interesarse por los agujeros negros. Al día siguiente, el ganador del premio llamó a los organizadores de la fiesta y les preguntó: "¿Cómo se llama el físico con el que hablé anoche? No me dijo su nombre". Después de varias confirmaciones, los organizadores se dieron cuenta de que estaba hablando de Amós y le dijeron que Amós no era físico, sino psicólogo. "Imposible", dijo el físico. "Es el físico más inteligente que he conocido".

Avishai Margalit, profesor de filosofía en la Universidad de Princeton, dice: "Amós siempre llegaba al núcleo de cualquier tema. Era una capacidad asombrosa. Ante cualquier problema, cualquier problema relacionado con el conocimiento, era capaz de interpretarlo con precisión y ofrecer una visión profunda en el primer momento. Era como si pudiera participar en cualquier discusión". El psicólogo de la Universidad del Sur de California Irv Biederman dice: "No tenía una apariencia llamativa. Si hubiera 30 personas en una habitación, sería el último en ser notado. Pero en cuanto abría la boca, todo el mundo se daba cuenta de que era increíblemente inteligente". Después de conocer a Amós, el psicólogo de la Universidad de Michigan Dick Nisbett inventó un test de inteligencia de una sola línea: Cuanto más rápido te das cuenta de que Amós es más inteligente que tú, más inteligente eres. Varda Lieberman, amiga íntima y colaboradora de Amós, recuerda: "Entraba en una habitación y no parecía nada especial. Vestía de forma normal. Se sentaba en silencio. Pero en cuanto empezaba a hablar, se convertía en el centro de atención, en la luz que las mariposas persiguen. En poco tiempo, todo el mundo levantaba la vista y esperaba escuchar su voz".

A pesar de todo, la gente no hablaba tanto de lo que decía Amós como de su estilo de vida poco convencional. Era un noctámbulo que se acostaba al amanecer y dormía hasta el atardecer. Desayunaba encurtidos y cenaba huevos. Intentaba reducir al mínimo las tareas cotidianas que consideraba una pérdida de tiempo. Por ejemplo, se afeitaba y se lavaba los dientes en el coche de camino al trabajo por la tarde, mirándose en el retrovisor. Su hija Donna dice: "Nunca sabía qué hora era, pero no importaba. Vivía en su propio mundo y tú simplemente te lo encontrabas allí". Nunca fingía estar interesado en cosas que los demás esperaban que le interesaran, como visitar museos o asistir a reuniones de la junta. "Para la gente a la que le gustan esas cosas, es una afición", le encantaba citar a Muriel Spark en "La primavera de la señorita Jean Brodie". Su hija dice: "Siempre se ausentaba de los viajes familiares, a menos que le interesara el lugar. No iba". A los niños no les importaba. Querían a su padre y sentían su amor. "Quería a la gente que le rodeaba", dice su hijo Oren. "Simplemente no le gustaba que lo ataran".

Cosas que la mayoría de la gente ni siquiera se atrevería a pensar, Amós las hacía realidad. Si quería correr, pues… se ponía a correr. Sin calentar, sin cambiarse de ropa, simplemente se quitaba los pantalones largos, se ponía unos pantalones cortos y salía corriendo por la puerta a toda velocidad, hasta que se caía rendido. "Amós creía que la gente sacrificaba demasiado para evitar una pequeña vergüenza", dice su amiga Avishai Margalit. "Y él lo entendió muy pronto. Sabía que no valía la pena".

Los que conocían a Amós sabían que tenía un talento especial para identificar sus objetivos. Varda Lieberman recuerda que una vez fue a visitar a Amós y vio una mesa llena de correo acumulado durante aproximadamente una semana. El correo estaba apilado ordenadamente por fecha, y cada pila contenía cartas de todo tipo: ofertas de trabajo, títulos honoríficos, invitaciones a entrevistas y conferencias, consultas sobre problemas difíciles y facturas. Cuando llegaba correo nuevo, Amós abría las cartas que le interesaban y dejaba las demás en la mesa. Cada día llegaba correo nuevo y la mesa se llenaba. Cuando ya no cabía más, Amós echaba directamente a la papelera el correo que nunca había abierto. Le gustaba decir: "Lo bueno de las cosas urgentes es que, si las dejas pasar el tiempo suficiente, dejan de ser urgentes". El viejo amigo de Amós, Yeshayahu Kolodny, recuerda: "Siempre que le decía a Amós que tenía que hacer esto y tenía que hacer aquello, él me decía: 'No tienes que hacerlo'. Y yo pensaba: '¡Qué suerte tienes!'".

Amós tenía una pureza: sus gustos y disgustos siempre se expresaban con precisión y directamente en sus palabras y acciones. Sus tres hijos recuerdan claramente las idas al cine con sus padres. Los dos conducían para ver la película que quería ver la madre. Veinte minutos después, el padre volvía solo y se sentaba en el sofá. Era capaz de juzgar en los primeros cinco minutos si merecía la pena ver la película o no. Si no, se iba a casa a ver "Hill Street Blues" (su serie favorita), "Saturday Night Live" (no se perdía ni un episodio) y partidos de la NBA (era un fanático del baloncesto). Cuando terminaba la película, volvía a buscar a su mujer. Le explicaba: "Ya me han quitado el dinero, ¿también quieren quitarme el tiempo?". Si participaba en alguna fiesta que no le gustaba, se convertía en invisible. Su hija Donna dice: "Cuando entraba en una habitación y se daba cuenta de que no le interesaba quedarse, se camuflaba en el fondo. Era como si tuviera un superpoder. Sus acciones demuestran su rechazo a la responsabilidad social. No reconoce esa responsabilidad social, aunque la lleva a cabo con decoro y propiedad".

A veces Amós ofendía a la gente, como era de esperar. Sus ojos azules parpadeantes eran suficientes para incomodar a los extraños. Su mirada siempre era errática. La gente pensaba que no los estaba escuchando, pero, de hecho, a menudo estaba escuchando con mucha atención. Avishai Margalit dice: "Para él, el mayor problema era que algunas personas no sabían lo que sabían y lo que no sabían. Si lo encontrabas aburrido, sin sentido, te interrumpía sin contemplaciones". Los que lo conocían habían aprendido a ver sus palabras y acciones con racionalidad.

A Amós no le importaba si a la gente que le gustaba no le gustaba él. Samuel Sattath dice: "Lo que más deseaba era conquistar a la gente con su encanto personal. Es un poco extraño para una persona tan inteligente". Yeshayahu Kolodny dice: "Quería que la gente lo admirara, que lo amara. En cuanto te tomaba cariño, era fácil que se entregara a ti. La gente a su alrededor 'competía' por ello. Sus amigos a menudo se preguntaban: Sé por qué me gusta él, pero ¿por qué le gusto yo a él?".

A Amnón Rapoport nunca le faltaron admiradores. Era conocido por su valentía en la guerra. Las mujeres israelíes que lo veían pensaban que era el hombre más guapo del mundo por su pelo rubio, su piel bronceada y sus rasgos definidos. Años después, obtuvo un doctorado en psicología matemática, se convirtió en un profesor de renombre y obtuvo una plaza en una universidad de primer nivel. Sin embargo, incluso él se sintió halagado cuando sintió la admiración de Amós. "Sé que su inteligencia me atraía mucho", dice Amnón. "Pero no sé qué le atraía de mí. Quizás el hecho de que todo el mundo pensara que era guapo". Sea cual sea la razón, los dos se atraían mucho. Desde que se conocieron, Amnón y Amós se convirtieron en un todo inseparable. En clase eran compañeros de mesa; en el apartamento eran vecinos; en verano hacían excursiones al campo. Eran conocidos como una pareja. "Supongo que algunas personas podrían haber pensado que éramos homosexuales", dice Amnón.

Mientras Amós decidía su futuro profesional, Amnón también estaba en la cima de su vida. A finales de los años 50, los estudiantes de la Universidad Hebrea tenían que elegir dos especialidades. Amós eligió filosofía y psicología. Pero adoptó un enfoque estratégico para entrar en el mundo del conocimiento, como si fuera a explotar un campo petrolífero. Después de pasar dos años en las clases de filosofía, declaró que no se podía sacar petróleo de ese terreno. Amnón recuerda: "Recuerdo sus palabras exactas. Dijo: 'No podemos hacer nada con la filosofía. Platón ya ha resuelto la mayoría de los problemas. No vamos a hacer nada en este campo. Hay demasiados santos sabios y muy pocos problemas. Y los pocos que quedan son irresolubles'". El problema de la relación entre la mente y el cuerpo es un buen ejemplo. ¿Cómo se relacionan las diversas actividades mentales, lo que creemos y pensamos, con nuestras reacciones corporales? ¿Qué relación existe entre nuestro cuerpo y nuestra mente? Estos problemas, como Descartes, son antiguos, pero la gente todavía no ha encontrado la respuesta, al menos no en el campo de la filosofía. Amós creía que el problema de la filosofía era que no seguía las leyes de la ciencia. Los filósofos, basándose en el examen de un único espécimen, él mismo, llegaban a teorías sobre la naturaleza humana. La psicología, al menos, fingía ser una ciencia, al menos siempre se basaba en datos concretos. Si un psicólogo tenía una hipótesis, elegía a un grupo de personas como muestra representativa para ponerla a prueba. Otras personas también podían poner a prueba su teoría, ya fuera para confirmar su punto de vista o para refutarlo. El camino de los psicólogos hacia la verdad era tortuoso, pero lo seguían.

Para los amigos israelíes más íntimos de Amós, su interés por la psicología era totalmente predecible. Preguntas como "¿Por qué la gente hace esto?" y "¿Por qué la gente piensa así?" impregnaban sus conversaciones con Amós. "Nunca hablaba de arte con nosotros", recuerda Avishai Margalit. "Solo hablaba de gente. Es un tema eterno, un misterio eterno: ¿por qué la gente toma tales o cuales decisiones? La respuesta quizás se esconda en la forma de pensar de los judíos. Los judíos son comerciantes tacaños, que están constantemente evaluando a los demás: ¿Quién es peligroso? ¿Quién es fiable? ¿Quién pagará las deudas? ¿Quién no las pagará? La gente suele dar las respuestas basándose en sus juicios psicológicos". Sin embargo, muchas personas no entendían por qué una persona tan lúcida como Amós se adentraba en el territorio oscuro y desconocido de la psicología. ¿Por qué una persona siempre optimista, con una mente clara y ordenada, e intolerante a las tonterías, acabaría cayendo en un campo plagado de misticismo y almas afligidas?

Amós rara vez hablaba de estos problemas. Y cuando lo hacía, siempre hacía creer que había entrado en ese campo por un capricho. Cuando Amós tenía cuarenta y tantos años, muchos jóvenes estudiantes brillantes de psicología querían ser sus alumnos. Se sentó a hablar con un profesor de psiquiatría de Harvard llamado Myers Shore. Shore le preguntó cómo se había convertido en psicólogo. Amós dijo: "Es difícil decir cómo la gente elige el camino de la vida. Muchas de nuestras decisiones importantes se toman al azar. En cambio, las pequeñas decisiones sin importancia pueden reflejar nuestra verdadera personalidad. El campo en el que entramos puede depender del profesor que nos encontremos en el instituto; la pareja que elegimos puede depender de la persona que esté a nuestro lado en el momento adecuado. Por el contrario, las pequeñas elecciones suelen ser sistemáticas. El hecho de que yo sea psicólogo no dice nada. El tipo de psicólogo que soy puede reflejar muchos problemas".

¿Y qué tipo de psicólogo se convirtió? Amós no estaba muy interesado en la mayor parte de la psicología. Después de tomar clases de psicología infantil, psicología clínica y psicología social, descubrió que la mayor parte de ella podía ser ignorada. También era sorprendentemente indiferente a las tareas que le asignaban los profesores. Emiya Leiblich era compañera de clase de Amós y fue testigo de su actitud despreocupada cuando el profesor le encargó que le hiciera un test de inteligencia a un niño de 5 años. "Justo antes de la fecha límite, Amós buscó a Amnón y le dijo: 'Amnón, túmbate en el sofá. Te voy a hacer algunas preguntas y tienes que imaginar que tienes 5 años'. ¡Y así es como hizo el trabajo!". En clase, Amós era el único que no tomaba apuntes. Cuando se acercaba el examen, echaba un vistazo a los apuntes de Amnón. "Solo necesitaba echarles un vistazo para entenderlo mejor que yo", dice Amnón. "Igual de increíble es que, si se encontraba con un físico en la calle, podía hablar con él durante media hora sin saber nada de física y luego le contaba al físico conocimientos de física de los que ni siquiera era consciente. Al principio pensé que solo sabía algunas cosas superficiales, como un truco de fiesta, pero me equivoqué. No era un truco en absoluto".

Demasiados profesores parecían enseñar siguiendo sus instintos, lo que no beneficiaba a los estudiantes. Hubo un tipo de Escocia que enseñaba historia de la psicología que fue enviado de vuelta a casa cuando se descubrió que había falsificado su doctorado. Y hubo un judío polaco que enseñaba test de personalidad, que se había salvado del Holocausto escondiéndose en el bosque, que salió corriendo de la clase llorando cuando Amós y Amnón lo interrogaron. "Básicamente, tuvimos que aprender psicología por nuestra cuenta", recuerda Amnón. En aquel momento, la investigación en psicología clínica estaba empezando a despuntar, y el campo que más interesaba a los compañeros de Amós era la medicina. La mayoría de ellos querían ser terapeutas. En el siglo XVII, si una persona enfermaba, ir al médico solo empeoraba las cosas. A finales del siglo XIX, ir al médico ya era una elección con riesgos y beneficios iguales: la posibilidad de que la enfermedad mejorara y la posibilidad de que empeorara eran del cincuenta por ciento. Amós hizo una comparación y dijo que la psicología clínica era como la medicina del siglo XVII. Tenía muchos ejemplos para demostrarlo.

Un día de 1959, cuando estaban en segundo año en la Universidad Hebrea, Amnón leyó por casualidad un artículo titulado "Teoría de la decisión", escrito por Ward Edwards, profesor de psicología en la Universidad Johns Hopkins. El artículo comenzaba así: "Muchos sociólogos, en lugar de psicólogos, intentan explicar las raíces de la conducta individual. Muchos economistas y algunos psicólogos examinan los problemas de la toma de decisiones individuales con muchas teorías y pocas pruebas empíricas. Esta teoría se centra principalmente en este tipo de problemas de decisión: Supongamos que hay dos situaciones, A y B, y que puedes elegir cualquiera de las dos, A o B. Por ejemplo, un niño está de pie frente a un mostrador de caramelos, indeciso entre elegir A o B. Si elige A, obtendrá 25 centavos, pero no podrá comer caramelos. Si elige B, obtendrá 15 centavos, más un caramelo de 10 centavos. La teoría de la decisión en economía sirve para predecir la elección final de la gente en este tipo de situaciones". Luego, Edwards señaló un problema: gran parte del contenido de la teoría de la decisión en economía, como la planificación del mercado y la política pública, se basa en la teoría de la decisión. Sin embargo, el grupo de psicólogos al que más le gusta

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