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Calculating...

A ver, a ver, por dónde empiezo… Bueno, hay una teoría, ¿no?, así como un poco loca, que la propuso un señor, un matemático, Roger Penrose, que ganó un premio Nobel y todo. Y la teoría es que, antes del Big Bang, ¡había otro universo!, igualito al nuestro, que también había nacido de otro Big Bang. O sea, un universo antes, otro antes, y así… ¡hasta el infinito! Imagínate.

Y esta idea, ¿sabes?, conecta con la forma en que algunas culturas ven el tiempo, como los Ju’/hoansi de Botswana. Ellos piensan que el tiempo es como un ciclo, sin principio ni fin. La vida, para ellos, es un montón de ritmos que se repiten, como las estaciones, el sol, las estrellas… Todo sigue un ritmo natural. Y, claro, no puedes acelerar el ritmo del sol, ¿verdad? ¡Imposible!

Entonces, dentro de cada ciclo, el tiempo va a su propio ritmo. Se alarga cuando no hay mucho que hacer y se acorta cuando estás a tope. ¿Alguna vez te ha pasado eso? Que si no tienes reloj, parece que el tiempo vuela o se arrastra, dependiendo de lo que estés haciendo. Pues eso. En un mundo así, el trabajo no dicta el tiempo; al revés, ¡el trabajo moldea tu percepción del tiempo!

Y lo curioso es que, quizás, esta percepción del tiempo influye más de lo que creemos en nuestro cuerpo y mente. Hubo un experimento, ¡qué fuerte!, en Harvard. Pusieron a voluntarios frente a relojes que iban más rápido, más lento o a la velocidad normal. ¡Y las heridas sanaban más rápido cuando creían que el tiempo pasaba más rápido! ¡Increíble!

También hay estudios de cómo vivían los cazadores-recolectores. Trabajaban intensamente por un rato y luego descansaban más tiempo. Si un día cazaban, los siguientes días eran de relax. No se obligaban a trabajar más si ya habían terminado lo necesario. Un antropólogo checo, Leopold Pospisil, decía que trabajaban un día sí y otro no para “recuperar la energía y la salud”. ¡Qué sabios!

Otro antropólogo, Martin Gusinde, hablaba de los Yámana, un pueblo de Tierra del Fuego. Decía que no eran capaces de trabajar duro todos los días, que trabajaban a ratos y luego necesitaban descansar un montón. Como que trabajaban con energía un tiempo y luego ¡adiós!, a descansar.

Y en general, muchos estudios muestran ese patrón: un pico de trabajo intenso seguido de descanso. Es como una ley de potencia, una relación matemática donde si una cosa cambia, la otra también cambia, pero de una forma específica. En este caso, si el trabajo es más duro, le dedicas menos tiempo, y al revés.

Parece que este patrón es común en muchas comunidades de cazadores-recolectores, ¡independientemente de dónde estén! Como si tuvieran una forma natural de trabajar así.

En 2013, unos investigadores pusieron GPS a unos cazadores-recolectores de Tanzania, los Hadza. Y resulta que casi la mitad de sus recorridos seguían un patrón de "paseo de Lévy", que significa que caminaban distancias cortas más a menudo y distancias largas mucho menos. ¡Y eso no dependía del terreno! Lo hacían porque querían, no porque tuvieran que hacerlo. Y otros grupos, como los Me’Phaa de México y los Cariri de Brasil, también hacen lo mismo.

Tal vez este instinto de buscar comida así, con ese patrón, les daba una ventaja a nuestros antepasados. Si no conoces el terreno, lo más eficiente es buscar primero cerca y solo aventurarte lejos si es necesario, ¿no? Así ahorras energía. Pero claro, con la agricultura y la industria, eso se perdió un poco. Las cadenas de montaje necesitaban un ritmo constante.

Pero, ¿sabes qué?, ese instinto de trabajar a ratos, con ese patrón, sigue ahí dentro de nosotros. Buscar un recuerdo es como buscar comida para la mente, y nuestro cerebro usa ese mismo patrón.

Por ejemplo, los bebés recién nacidos. Para ellos, estar despiertos es un trabajo muy duro. ¡Están aprendiendo y creando conexiones neuronales a toda velocidad! Por eso necesitan dormir. Al principio, duermen y se despiertan al azar, pero después de unas semanas, ¡empiezan a seguir ese patrón! Duermen siestas cortas más a menudo y siestas largas menos. ¿Te suena?

Incluso los adultos, que vivimos en un mundo super tecnológico, tendemos a movernos y descansar siguiendo ese patrón. Hacemos descansos cortos más a menudo y descansos largos menos.

Entonces, si este patrón está presente en todos lados, si influye en cómo exploramos el mundo y nuestra propia mente, si define cómo trabajamos y descansamos… ¿Podría ser la clave para trabajar mejor con nuestro cerebro?

Unos investigadores estudiaron las cartas de Darwin, Freud y Einstein, ¡tres genios!, para ver si había un patrón en cómo respondían. En esa época, las cartas eran como el email de ahora. Y resulta que no respondían a las cartas según llegaban, sino que trabajaban a ratos, con ese ritmo de ley de potencia. A veces respondían rápido, otras tardaban más.

Y es que las leyes de potencia están en todas partes: en el clima, en las olas, en los volcanes, en los terremotos… ¡Hasta en las ciudades y en internet! Es muy probable que esos patrones hayan influido en nosotros durante la evolución y que hayan inspirado ese ritmo en nuestro cerebro y en nuestro comportamiento.

Pero, a ver, la tecnología… La tecnología está cambiando el tiempo. Cuando usamos la tecnología para mejorar algo, queremos acelerar lo que va más lento para que todo vaya a un ritmo constante. Como las cadenas de montaje de Ford. Y como el ritmo influye en nuestra percepción del tiempo, ahora parece que el tiempo pasa siempre igual.

La tecnología crea un nuevo tipo de tiempo: el tiempo tecnológico. Un tiempo lineal, regular, marcado por el ritmo de las máquinas. Y en muchas oficinas, los trabajadores intentan seguir ese ritmo. ¡El tiempo tecnológico te persigue hasta en casa con el correo, las llamadas y los mensajes!

Para darte una idea de cómo es este efecto, viajé a las montañas de Cerdeña, en Italia. Conocí a un explorador que trabaja con gente que vive más de 100 años, y muchos de ellos vivían en un pueblo llamado Seulo. ¡Un montón de centenarios!

Allí la gente trabaja duro, cuidan cabras en las montañas desde que amanece. Luego bajan a comer y por la tarde charlan con los vecinos. No tienen tele ni internet, y la señal del móvil es mala. Además, no saben lo que va a pasar, si lloverá o no. Pero no parecen estresados.

Me di cuenta de que su vida seguía ese patrón de trabajar a ratos. Momentos de trabajo intenso, seguidos de descanso. Por ejemplo, perseguían una cabra por la montaña y luego se quedaban horas mirando el paisaje. Sin tecnología, los humanos definen el ritmo del tiempo. Y cuando el trabajo termina, el tiempo también se relaja.

La gente de Seulo tiene mejor salud que el resto de la gente de Cerdeña. ¿Será que su forma de trabajar y de vivir contribuye a su salud mental y a su longevidad?

El trabajo mental intenso agota más rápido que el trabajo ligero. Trabajar a ratos, con descansos entremedio, te protege del estrés mental crónico. Pero claro, trabajar así no garantiza que vayas a ser un genio. Para que el trabajo a ratos produzca resultados excepcionales, cada rato de trabajo duro tiene que ser de la mejor calidad. Y para eso, necesitamos una cosa más.

¿Te acuerdas de Eliud Kipchoge, el corredor que rompió el récord del maratón? Pues usó una herramienta para lograrlo. ¡Un coche eléctrico con un láser que le marcaba el ritmo! El láser le decía a qué velocidad tenía que correr para ser lo más eficiente posible. Si iba más rápido, se cansaba; si iba más lento, no llegaba al objetivo. Y gracias a eso, ¡lo logró!

De alguna manera, la pista era para Kipchoge lo que la información es para nuestro cerebro. La eficiencia mental es como la eficiencia al correr: tienes que ir lo suficientemente rápido para avanzar, pero no tan rápido como para agotarte. Hay un punto óptimo donde la eficiencia es máxima.

Pero aquí viene el problema. Trabajar a ratos es, por definición, diferente a trabajar a un ritmo constante, aunque sea eficiente. Y la calidad y la eficiencia no siempre van de la mano. Puedes ser un programador muy rápido que hace programas mediocres, o puedes tener una idea genial después de años de intentarlo sin éxito. Entonces, ¿cómo podemos trabajar para no sacrificar ni la calidad ni la eficiencia, sino para combinarlas y trabajar de una forma super eficiente?

Para lograrlo, necesitamos combinar el trabajo a ratos con la herramienta de Kipchoge. Primero, la herramienta adaptaría el ritmo a lo que estemos haciendo. Y segundo, la herramienta cambiaría el ritmo siguiendo ese patrón de ley de potencia, con picos de velocidad cortos y periodos de descanso más largos. Así mantendríamos los momentos de genialidad y los haríamos lo más eficientes posible. Y resulta que nuestro cerebro ya tiene algo así incorporado.

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