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A ver, a ver... ¿por dónde empiezo? Mmm... Digamos que tuve una especie de... ¿sueño? Bueno, no sé si llamarlo sueño, fue más bien... una visión, algo así. ¿Me explico?
Imagínate que, de repente, el sol se apaga, ¡zas! Se va la luz, como cuando hay un apagón, ¿sabes? Y las estrellas ahí, dando vueltas en el cielo, como si nada. ¡Qué cosa, eh!
Todo esto me recuerda a lo que pasó hace un tiempo, bueno, hace bastante tiempo. En Indonesia, en la isla de Sumbawa, había un volcán, el Tambora, que era precioso, super tranquilo, como dormido. Pues un día, ¡bum!, explotó a lo grande. Una erupción que ni te imaginas. La lava, el tsunami... una catástrofe que se llevó por delante la vida de un montón de gente, unos 100.000, ¡una barbaridad!
Nadie vivo había visto algo igual, ¡qué va! Fue la erupción más fuerte en 10.000 años. Para que te hagas una idea, fue 150 veces más potente que la del Monte Santa Helena en Estados Unidos. ¡Como si detonaran 60.000 bombas de Hiroshima! ¡Una locura!
Claro, en aquella época las noticias no viajaban tan rápido como ahora. Tardaron meses en enterarse en Europa. El Times de Londres publicó una nota, pero ya la gente estaba notando los efectos de la explosión. ¿Sabes por qué? Pues porque 240 kilómetros cúbicos de polvo y ceniza se esparcieron por toda la atmósfera, tapando el sol y bajando la temperatura.
Los atardeceres eran rarísimos, como oscuros y apagados. Un pintor inglés, Turner, estaba encantado, le flipaba pintar esos paisajes. Pero para la mayoría de la gente, era un horror, una oscuridad asfixiante. ¡Qué mal rollo! Dicen que esa oscuridad inspiró a un poeta, Byron, a escribir unos versos sobre el fin del mundo.
Y es que... la primavera no llegó ese año, el verano no calentó... Ese año, lo llamaron "el año sin verano". Las cosechas se perdieron por todas partes. En Irlanda, la gente se moría de hambre y de tifus. En Estados Unidos, lo llamaron "el año en que murió congelado el siglo XIX". Heladas hasta en junio, las semillas no germinaban, el ganado se moría o lo mataban antes de tiempo porque no había comida. ¡Un desastre! Y todo porque la temperatura bajó menos de un grado. Imagínate...
Esto les enseñó a los científicos que el clima de la Tierra es muy delicado, que con nada se desequilibra.
Pero bueno, el siglo XIX ya de por sí no era muy cálido. Antes, durante doscientos años, hubo una mini Edad de Hielo en Europa y América del Norte. La gente patinaba sobre el Támesis, ¡imagínate!, y hacían competiciones de patinaje en Holanda. Ahora eso es impensable. Estaban acostumbrados al frío.
Por eso, los geólogos del siglo XIX tardaron en darse cuenta de que, en realidad, vivían en un mundo bastante cálido comparado con el pasado. Que gran parte de la tierra que pisaban había sido moldeada por glaciares gigantescos y un frío que dejaba cualquier festival de hielo en ridículo.
Sabían que algo raro había pasado. En Europa encontraban cosas extrañas: huesos de renos árticos en el sur de Francia, rocas enormes donde no deberían estar. Intentaban explicarlo como podían. Un tipo, De Luc, decía que las rocas habían salido volando de las montañas como balas de una pistola de juguete. ¡Qué ocurrencia! Pero en esa época, lo importante era que la explicación sonara lógica, no que fuera verdad.
Un geólogo inglés decía que si Hutton, el padre de la geología, hubiera visitado Suiza, habría visto enseguida las señales de los glaciares: los valles tallados, las rocas pulidas, las marcas en las piedras... Pero Hutton no viajaba mucho. Aún así, él decía que esas rocas no las había arrastrado una inundación, porque nada puede hacer flotar piedras tan grandes. Fue uno de los primeros en hablar de glaciares gigantes, pero nadie le hizo mucho caso. Durante años, la gente pensaba que las marcas en las rocas las habían hecho los carros o las botas de los caminantes.
¡Qué va! Los campesinos de la zona sabían más que los científicos. Un naturalista suizo, De Charpentier, contó que un leñador le dijo que las rocas venían de un glaciar lejano, que se había extendido hasta el pueblo de Berna. ¡Toma ya!
Charpentier se puso contentísimo, porque él pensaba lo mismo. Pero cuando lo contó en una reunión de científicos, nadie le creyó. Su mejor amigo, Agassiz, al principio no se lo creía, pero luego se convenció y se convirtió en el principal defensor de la idea.
Agassiz era profesor de historia natural. Un amigo suyo, Schimper, un botánico, fue el que inventó la palabra "Edad de Hielo" en 1837. Decía que había pruebas de que una capa de hielo había cubierto los Alpes suizos y gran parte de Europa, Asia y América del Norte. ¡Una idea revolucionaria! Le prestó sus notas a Agassiz, pero luego se arrepintió, porque Agassiz empezó a apropiarse de la idea. Charpentier acabó peleado con su amigo.
Un tal Humboldt decía que los descubrimientos científicos pasaban por tres fases: primero, la gente se niega a creerlos; luego, se niega a darles importancia; y al final, se atribuyen el mérito a otro. Decía esto pensando un poco en Agassiz, ¿eh?
Pero bueno, Agassiz se dedicó en cuerpo y alma a esto. Iba a todas partes a estudiar los glaciares, se metía en grietas peligrosas, escalaba montañas altísimas. Pero casi nadie le creía. Humboldt le pedía que dejara de obsesionarse con los glaciares y volviera a estudiar peces fósiles, que era lo que se le daba bien. Pero Agassiz estaba convencido de su idea.
En Inglaterra, casi nadie le apoyaba, porque los científicos no habían visto glaciares y no entendían su fuerza. ¿Cómo iba a ser que los glaciares hubieran raspado las rocas? Un tal Murchison se burlaba de la idea, pensando que era una capa de escarcha lo que había hecho las marcas. El jefe de la Sociedad Geológica decía que la idea de que los glaciares movieran rocas era absurda desde el punto de vista de la mecánica.
Pero Agassiz no se rindió. Viajó por todas partes, defendiendo su teoría. En 1840, presentó un estudio en una conferencia, pero un tal Lyell le criticó duramente. Al año siguiente, la Sociedad Geológica de Edimburgo dijo que quizás había algo de cierto en la teoría de Agassiz, pero que no se aplicaba a Escocia.
Lyell acabó cambiando de opinión. Un día se dio cuenta de que un montón de rocas que había visto cerca de su casa, una morrena, solo podían haber sido llevadas allí por un glaciar. Pero aún así, no se atrevió a apoyar públicamente la teoría de la Edad de Hielo. Para Agassiz, fue una época durísima. Se separó de su mujer, Schimper le acusó de plagio, Charpentier no le hablaba, y Lyell, el geólogo más importante del mundo, le apoyaba a medias.
En 1846, Agassiz fue a dar unas charlas a Estados Unidos y allí recibió el reconocimiento que tanto deseaba. Le contrataron como profesor en Harvard y le crearon un museo de zoología comparada. Se instaló en Nueva Inglaterra, donde los inviernos largos hacían que la gente simpatizara con las teorías sobre épocas de frío extremo. Seis años después, Agassiz hizo su primera expedición científica a Groenlandia. Allí descubrieron que casi toda la isla estaba cubierta de hielo, como él decía que había sido en la antigüedad. Su teoría empezó a tener seguidores de verdad.
Pero la teoría de Agassiz tenía un fallo: no explicaba por qué se producían las Edades de Hielo. Y la solución vino de donde menos se esperaba.
En la década de 1860, los periódicos y revistas científicas inglesas empezaron a recibir artículos de un tal James Croll, de la Universidad de Anderson de Glasgow. Los artículos trataban sobre hidrostática, electricidad y otras cosas. Uno de ellos decía que los cambios en la órbita de la Tierra podían ser la causa de las Edades de Hielo. El artículo fue publicado en 1864 y se consideró un trabajo de altísimo nivel. Pero cuando se supo que Croll no era profesor de la universidad, sino un simple bedel, la gente se quedó alucinada, bueno y quizá un poquito avergonzada.
Croll nació en 1821 en una familia muy humilde. Dejó la escuela a los 13 años y trabajó de carpintero, vendedor de seguros, dueño de un bar... Luego, consiguió un puesto de conserje en la Universidad de Anderson. Convenció a su hermano para que le ayudara con el trabajo y así podía pasar las noches estudiando física, matemáticas, astronomía e hidrostática en la biblioteca de la universidad. Poco a poco, empezó a escribir artículos, sobre todo sobre el movimiento de la Tierra y su influencia en el clima.
Croll fue el primero en proponer que los cambios periódicos en la forma de la órbita de la Tierra, de elíptica a casi circular y vuelta a empezar, podían ser la causa de las Edades de Hielo. Nadie antes había explicado los cambios climáticos desde un punto de vista astronómico. Gracias a la teoría de Croll, los ingleses empezaron a aceptar la idea de que algunas partes de la Tierra habían estado cubiertas de hielo en el pasado. Croll fue reconocido por su talento, consiguió un puesto en el Servicio Geológico de Escocia y recibió muchos honores.
Pero justo cuando la teoría de Agassiz empezaba a ser aceptada en Europa, él se dedicó a hacer expediciones en lugares remotos de América. En todas partes encontraba huellas de glaciares, incluso cerca del ecuador. Acabó convencido de que el hielo había cubierto toda la Tierra y había destruido toda la vida que Dios había creado. Ninguna prueba apoyaba esta idea. Aún así, en Estados Unidos, su fama crecía tanto que cuando murió, en 1873, Harvard tuvo que contratar a tres profesores para sustituirle.
Pero la teoría de Agassiz pronto pasó de moda. Estas cosas pasan. Diez años después de su muerte, el nuevo jefe del departamento de geología de Harvard escribió que "la llamada Edad de Hielo... que hace unos años era tan popular entre los geólogos que estudiaban los glaciares, ahora es rechazada por todos".
En parte, el problema era que los cálculos de Croll situaban la última Edad de Hielo hace 80.000 años, pero las pruebas geológicas indicaban que la Tierra había sufrido cambios importantes mucho más recientemente. Sin una explicación razonable para la causa de las Edades de Hielo, la teoría no se sostenía. Y ahí es donde apareció un tal Milutin Milankovitch, un serbio que no tenía nada que ver con la astronomía. Era ingeniero mecánico, pero de repente se interesó por el tema a principios del siglo XX.
Descubrió que el problema de la teoría de Croll no era que fuera incorrecta, sino que era demasiado simple. La Tierra, al moverse por el espacio, no solo cambia la forma de su órbita, sino también su inclinación y su orientación con respecto al sol. Todo esto afecta a la cantidad de luz solar que llega a cada punto de la Tierra y durante cuánto tiempo. En concreto, la Tierra experimenta tres tipos de cambios de posición a lo largo de periodos muy largos: la oblicuidad, la precesión y la excentricidad. Milankovitch pensó que estos cambios periódicos y complejos podían estar relacionados con la aparición y desaparición de las Edades de Hielo.
El problema era que estos cambios tenían periodos muy diferentes, desde 20.000 años hasta 100.000. Para determinar cómo se cruzaban a lo largo del tiempo, había que hacer cálculos casi infinitos. Milankovitch tenía que calcular cómo cambiaba la cantidad de luz solar que llegaba a cada latitud de la Tierra en cada estación durante un millón de años.
A Milankovitch le encantaba este tipo de trabajo. Durante veinte años, incluso de vacaciones, no paró de calcular con lápiz y regla sus ciclos. Lo que ahora se hace con un ordenador en uno o dos días. Lo hacía en su tiempo libre, pero en 1914, de repente tuvo mucho tiempo libre. Estalló la Primera Guerra Mundial y le detuvieron por ser militar reservista del ejército serbio. Pasó la mayor parte de los siguientes cuatro años confinado en Budapest. No le vigilaban mucho, solo tenía que presentarse a la policía una vez a la semana. El resto del tiempo lo pasaba trabajando en la biblioteca de la Academia de Ciencias de Hungría. ¡Quizás fue el prisionero de guerra más feliz de la historia!
El resultado de su trabajo fue un libro publicado en 1930: "Climatología matemática y teoría astronómica de las variaciones climáticas". Milankovitch tenía razón: las Edades de Hielo estaban relacionadas con los cambios en la órbita de la Tierra. Pero él pensaba, como la mayoría de la gente, que los inviernos fríos eran la causa de las épocas de frío extremo. Fue un meteorólogo ruso-alemán, Köppen, el suegro del geólogo Wegener, quien descubrió que el proceso era más complejo y aterrador.
Köppen pensaba que la causa de las Edades de Hielo eran los veranos fríos, no los inviernos fríos. Si una zona tiene veranos muy fríos, la luz del sol se refleja en la superficie, lo que aumenta el frío y hace que nieve más. Al final, la nieve se convierte en hielo para siempre. A medida que la nieve se convierte en hielo, la zona se vuelve más fría y se acumula más hielo. Como dijo un glaciólogo: "La formación de una capa de hielo no depende de cuánta nieve caiga, sino de cuánta nieve no se derrita, por poca que sea". Una Edad de Hielo empieza con un verano excepcionalmente frío, en el que la nieve no se derrite y refleja el calor. Es un proceso que se alimenta a sí mismo y, una vez que se forma la capa de hielo, empieza a moverse. Y así se forma un glaciar y se entra en una Edad de Hielo.
En la década de 1950, la tecnología para fechar los materiales antiguos no era muy buena y los científicos no podían comparar los datos sobre las Edades de Hielo con los ciclos calculados por Milankovitch. Por eso, Milankovitch y sus cálculos dejaron de interesar. Cuando murió, en 1958, no había logrado demostrar que sus ciclos eran correctos. Hasta la década de 1970, con la mejora de los métodos para fechar los sedimentos del fondo del mar, la teoría de Milankovitch no se confirmó.
Pero los ciclos de Milankovitch no son suficientes para explicar las Edades de Hielo. Hay que tener en cuenta otros factores, como la distribución de los continentes, sobre todo la existencia de masas de tierra en los polos. Pero no sabemos mucho sobre esto. Se dice que si moviéramos América del Norte, Eurasia y Groenlandia 500 kilómetros hacia el norte, estaríamos en una Edad de Hielo permanente. Parece que tenemos mucha suerte de tener el clima que tenemos.
Tampoco entendemos muy bien los ciclos de las épocas cálidas que hay dentro de una Edad de Hielo, las llamadas épocas interglaciares. Es un poco deprimente, pero toda la historia de la civilización humana, con la agricultura, las ciudades, las matemáticas, la literatura, la ciencia y todo lo demás, ha ocurrido durante una época de clima excepcionalmente bueno. Las últimas épocas interglaciares duraron solo 8.000 años y nosotros ya llevamos 10.000.
En realidad, seguimos en una Edad de Hielo, aunque sea una Edad de Hielo más pequeña. Durante la última Edad de Hielo, hace unos 20.000 años, el 30% de la superficie terrestre estaba cubierta de hielo. Ahora solo lo está el 10%. Y el 14% es permafrost. Tres cuartas partes del agua dulce del planeta están congeladas, hay capas de hielo en los polos. Esto es muy raro en la historia de la Tierra. Que nieve en invierno en muchos lugares del mundo y que haya capas de hielo permanentes en zonas templadas como Nueva Zelanda es algo que nos parece normal, pero es muy poco común en la historia de nuestro planeta.
Durante la mayor parte del tiempo, la temperatura de la Tierra ha sido mucho más alta y no ha habido glaciares permanentes. La Edad de Hielo actual, en realidad un periodo glacial, empezó hace unos 40 millones de años y se ha ido haciendo menos extrema. Nosotros vivimos en uno de los pocos periodos menos extremos. Las nuevas Edades de Hielo siempre borran las huellas de las anteriores, así que cuanto más retrocedemos en el tiempo, menos información tenemos. Pero parece que en los últimos 2,5 millones de años hemos tenido al menos 17 Edades de Hielo. Durante este tiempo, vivieron los homínidos africanos y luego nosotros.
Se dice que los dos culpables de la Edad de Hielo actual son la elevación de los Himalayas y la formación del istmo de Panamá. El primero interrumpió el flujo del aire y el segundo cambió las corrientes oceánicas. Hace 45 millones de años, la India, que era una isla, chocó con Asia, elevando los Himalayas y formando la meseta tibetana. Se cree que la altura de la meseta enfrió el clima y cambió la dirección del viento, haciendo que soplara hacia el norte y hacia América del Norte, favoreciendo el frío extremo. Luego, hace unos 5 millones de años, la zona de Panamá se elevó del mar y unió América del Norte y América del Sur. Esto cambió las corrientes cálidas entre el Pacífico y el Atlántico y la distribución de las lluvias en medio mundo. Una de las consecuencias fue la sequía en África, que hizo que los simios bajaran de los árboles y buscaran nuevas formas de vida en la sabana.
Con los océanos y los continentes en su posición actual, parece que vamos a tener una larga Edad de Hielo. Según un tal John McPhee, tendremos unos 50 periodos glaciares de unos 100.000 años cada uno antes de tener un periodo de deshielo muy largo.
Hace 50 millones de años no había periodos glaciares regulares. Pero cuando empezaron, fueron enormes y duraron mucho. La primera Edad de Hielo a gran escala fue hace unos 2.200 millones de años. Luego hubo un periodo cálido de unos 1.000 millones de años. La siguiente Edad de Hielo fue aún mayor. Tanto que algunos científicos la llaman "Tierra Bola de Nieve" o "Super-Edad de Hielo".
Pero "Bola de Nieve" no describe lo dura que era esa época. Se cree que la Tierra se congeló por completo, incluyendo el ecuador. La temperatura bajó 45 grados. Toda la superficie se congeló, con capas de hielo de 800 metros de espesor en los polos y de varios metros en los trópicos.
El problema es que, desde el punto de vista geológico, toda la Tierra, incluyendo el ecuador, estaba cubierta de hielo. Pero, desde el punto de vista biológico, está claro que tenía que haber agua sin congelar en algún sitio. Las algas verdeazuladas sobrevivieron e hicieron la fotosíntesis. Para hacer la fotosíntesis se necesita luz, pero la luz se atenúa muy rápido al pasar por el hielo.
Hay dos posibles explicaciones. Una es que algunas zonas de agua no se congelaron, quizás por alguna fuente de calor local. La otra es que algunos tipos de hielo son translúcidos.
Si la Tierra se congeló por completo, ¿cómo se volvió a calentar? Es una pregunta difícil. Una bola de hielo refleja tanta luz que se quedaría congelada para siempre. Parece que la solución vino del interior de la Tierra. ¡Gracias a la tectónica de placas! Se cree que los volcanes nos salvaron. Sus erupciones rompieron el hielo y liberaron calor y gases que cambiaron la atmósfera. Curiosamente, este periodo de frío extremo terminó con la Explosión Cámbrica, la primavera de la vida. Claro, una primavera muy bestia, con tormentas terribles y lluvias torrenciales.
Los gusanos marinos y otros animales que viven en los respiraderos volcánicos del fondo del mar siguieron viviendo como si nada. Pero el resto de la vida en la Tierra estuvo a punto de extinguirse. Este periodo está muy lejos en el tiempo y no sabemos mucho sobre él.
Comparadas con la época de la "Tierra Bola de Nieve", las últimas Edades de Hielo parecen pequeñas, pero siguen siendo enormes. La capa de hielo que cubrió Europa y América del Norte tenía 3 kilómetros de espesor en algunos sitios y avanzaba 120 metros al año. ¡Incluso en los bordes tenía 800 metros de espesor! ¡Qué pasada! Imagínate estar al pie de una pared de hielo tan alta, con millones de kilómetros cuadrados de hielo detrás. La tierra se hundía bajo el peso del hielo y todavía no se ha levantado por completo, 12.000 años después de que el hielo se retirara. Los glaciares movían rocas enormes y dejaban montones de piedras y tierra. No es de extrañar que los geólogos anteriores a Agassiz no entendieran el poder de los glaciares para cambiar la superficie de la Tierra.
Si los glaciares volvieran, no tendríamos forma de detenerlos. En 1964, hubo un terremoto de magnitud 9,2 en la bahía del Príncipe Guillermo de Alaska, la zona de glaciares más grande de América del Norte. El suelo se elevó 6 metros. El terremoto fue tan fuerte que el agua de los estanques de Texas se salió. Pero, ¿qué pasó con los glaciares de la bahía del Príncipe Guillermo? Nada. El hielo amortiguó el terremoto y siguió su camino.
Durante mucho tiempo, pensamos que la Tierra entraba y salía de las Edades de Hielo poco a poco, a lo largo de cientos de miles de años. Pero ahora sabemos que no es así. Gracias a los estudios de los núcleos de hielo de Groenlandia, tenemos un registro detallado de los cambios climáticos de los últimos 100.000 años. Y el resultado no es muy alentador. El registro muestra que la Tierra no ha sido un lugar tranquilo y estable, sino que su clima ha oscilado bruscamente entre el calor y el frío.
Hace unos 12.000 años, la Tierra estaba saliendo de la última gran Edad de Hielo. El clima se estaba calentando muy rápido. Pero, de repente, volvió a hacer un frío extremo durante unos 1.000 años. A este periodo se le llama Dryas Reciente. Al final de este periodo frío, la temperatura volvió a subir de repente, 4 grados en solo 20 años. Puede que no parezca mucho, pero fue suficiente para que el clima de Escandinavia se pareciera al del Mediterráneo en solo 20 años. En algunas zonas, el cambio fue aún más rápido. Los núcleos de hielo de Groenlandia muestran que la temperatura cambió 8 grados en 10 años. Los cambios de temperatura cambiaron las lluvias y la vegetación. Esto ya era preocupante en el pasado, cuando había poca gente, pero hoy en día las consecuencias serían inimaginables.
Lo más preocupante es que no sabemos qué causa estos cambios tan rápidos de temperatura. No hay ninguna fuerza externa conocida, ni siquiera hipotética, que pueda causar los cambios que muestran los núcleos de hielo. Debe haber algún tipo de ciclo de retroalimentación muy potente y aterrador. Es probable que tenga que ver con los cambios en las corrientes oceánicas, pero todavía nos queda mucho por aprender.
Una teoría dice que durante el Dryas Reciente, la gran cantidad de agua dulce que llegó al océano Atlántico redujo la salinidad del agua del norte (y su densidad). Esto hizo que la corriente del Golfo se desviara hacia el sur, como un coche que cambia de dirección para evitar un choque. Sin el calor de la corriente del Golfo, el clima de las zonas del norte volvió a ser frío. Pero esto no explica por qué, cuando la Tierra se volvió a calentar 1.000 años después, la corriente del Golfo no volvió a desviarse. En cambio, entramos en un periodo excepcionalmente estable llamado Holoceno, que es el periodo en el que vivimos ahora.
No hay ninguna razón para pensar que este periodo de estabilidad vaya a durar mucho. De hecho, algunos expertos creen que nuestro clima está empeorando. Es lógico pensar que el calentamiento global dificulta la vuelta a una Edad de Hielo. Pero, como alguien dijo, cuando te enfrentas a cambios climáticos impredecibles, lo último que quieres hacer es empezar a manipular el clima a gran escala. Algunos incluso piensan que el aumento de la temperatura podría provocar una Edad de Hielo. Parece contradictorio, pero tiene sentido. Un ligero aumento de la temperatura aumenta la evaporación y la formación de nubes, lo que hace que nieve más en las zonas del norte. De hecho, el aumento de la temperatura global podría enfriar algunas zonas de América del Norte y del norte de Europa. Es lógico, aunque parezca una paradoja.
El clima es el resultado de muchas variables: el aumento y la disminución del dióxido de azufre, el movimiento de los continentes, la actividad solar, los cambios en los ciclos de Milankovitch... Por eso, entender el pasado es tan difícil como predecir el futuro. Hay muchas cosas que no entendemos. Por ejemplo, después de que la Antártida se desplazara al Polo Sur, no tuvo hielo durante al menos 20 millones de años. Estaba cubierta de vegetación. Suena a ciencia ficción.
Aún más increíbles son los lugares donde vivieron algunos dinosaurios tardíos. Un geólogo descubrió que los bosques que rodeaban el Ártico eran el hogar de animales grandes como el Tiranosaurio Rex. Es algo que no tiene sentido, porque en esas latitudes hay tres meses de oscuridad al año. Y ahora hay pruebas de que los inviernos en esas latitudes también eran fríos. Estudios de isótopos de oxígeno muestran que el clima de Fairbanks, Alaska, era similar al actual a finales del Cretácico. ¿Qué hacía allí un Tiranosaurio Rex? O migraba estacionalmente a largas distancias o pasaba gran parte del año en la oscuridad y con nieve. En Australia, que estaba más cerca del Polo Sur que ahora, no se podían retirar a lugares más cálidos. ¿Cómo sobrevivieron los dinosaurios en esos entornos? Solo podemos especular.
Hay que recordar que si, por la razón que sea, se vuelven a formar capas de hielo, esta vez hay mucha más agua disponible. Los Grandes Lagos, la bahía de Hudson y los innumerables lagos de Canadá no existían la última vez que hubo una Edad de Hielo. Son producto de la última Edad de Hielo.
Por otro lado, en la siguiente fase de nuestra historia, veremos que se derriten muchas capas de hielo, no que se forman. Si se derritieran todas las capas de hielo, el nivel del mar subiría 60 metros, como un edificio de 20 pisos. Todas las ciudades costeras del mundo quedarían inundadas. Es más probable que, al menos a corto plazo, se derrumbe la capa de hielo de la Antártida Occidental. En los últimos 50 años, la temperatura del agua que rodea la Antártida ha aumentado 2,5 grados y el derrumbe de la capa de hielo se ha acelerado. La estructura geológica de esta zona hace que sea más probable un derrumbe a gran escala. Si esto ocurre, el nivel del mar subirá entre 4,5 y 6 metros de media en todo el mundo. Y lo hará muy rápido.
Lo que está claro es que no sabemos si el futuro será de frío extremo o de calor extremo. Solo hay una cosa segura: vivimos al borde del abismo.
Por cierto, a largo plazo, las Edades de Hielo no son malas para la Tierra. Los glaciares trituran las rocas y dejan suelos fértiles. Excavan lagos de agua dulce que proporcionan alimento a cientos de especies. Facilitan la migración de animales y plantas, llenando la Tierra de vida. Como dijo un tal Tim Flannery: "Para saber el destino de un lugar, solo tienes que preguntarle: '¿Has tenido una buena Edad de Hielo?'".
Y bueno, ten esto presente mientras nos adentramos en la historia de un tipo de homínido que logró adaptarse a estas condiciones.