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Bueno, a ver, por dónde empiezo... Estaba leyendo sobre cómo, ay, Dios mío, cómo el tiempo parece que siempre se nos escapa de las manos, ¿no? Y encontré una cosa súper interesante. Un médico de hace mucho tiempo, George Miller Beard, él decía que el telégrafo era, en parte, culpable de que la gente estuviera tan nerviosa en Estados Unidos. Imagínate, ¡el telégrafo! Para nosotros eso es como, no sé, ¡la edad de piedra! Pero él decía que antes, como las noticias tardaban más en llegar en barco, las fluctuaciones de precios y todo eso no eran tan... inmediatas. Ahora, en cambio, todo el mundo sabe al instante lo que pasa en todas partes y eso, según él, estresaba mucho a los empresarios.
¡Qué loco, ¿no?! Y ahora, mmm... bueno, ahora el telégrafo nos parece lentísimo. Hoy en día, la información viaja a la velocidad de la luz. ¡A la velocidad de la luz! Una empresa de telecomunicaciones incluso hizo una cosa para quitarle cinco milisegundos al tiempo que tardan los datos financieros en ir de Londres a Nueva York. ¡Cinco milisegundos! Y dicen que en las transacciones financieras de alta frecuencia, con algoritmos automatizados, una milésima de segundo puede significar millones de ganancias. ¡Una locura!
Y es que, a ver, pensándolo bien, tu cerebro siempre está tratando de ir al ritmo del mundo, para no quedarse atrás con la información. Entonces, si sientes que tienes que correr para seguirle el paso, el mundo parece que va rapidísimo. Y la percepción del tiempo también influye mucho. Si crees que tienes poco tiempo para hacer algo, tu cerebro se pone a tope; si piensas que tienes tiempo de sobra, baja el ritmo. Es así, ¿no?
El caso es que la forma en que nos comunicamos sin tecnología es más lenta que con ella. Hablamos más despacio que como leemos, por ejemplo. Una conversación larga es más tranquila que un mensaje de texto rápido. Y cuando tenemos que dar información de inmediato, ya no contamos historias con todos los detalles. Las cartas que antes escribíamos se convirtieron en frases cuando llegó el email. Esas frases se hicieron palabras con la mensajería instantánea y ahora son emojis y abreviaturas en los mensajes de texto.
Y todo esto, bueno, todo esto hace que prefiramos los datos "pelados", sin adornos, en vez de análisis y narraciones. Podríamos pensar que cuanto más corto el mensaje, menos información tenemos que procesar y recordar, pero en realidad, ¡es al revés! Parece que es más difícil aprender y entender información si te la dan en pedacitos, como estadísticas sueltas, que si te la cuentan en una historia. O sea, que a veces "menos es más", pero otras veces, menos te hace pensar más.
Porque claro, entender el mundo lleva tiempo. Y si la información te llega a toda velocidad desde todas partes, te obligas a acelerar para seguirle el paso. Pero así, con el cerebro a toda marcha, no puedes prestar atención el tiempo suficiente para digerir bien la información. Estás como... hipervigilante, listo para pasar a lo siguiente antes de que lo anterior se registre bien. Al final, terminamos pensando de forma abreviada y eso, irónicamente, hace que trabajar mentalmente sea menos eficiente. Un mensaje de texto de tres palabras puede tomar menos tiempo para escribir y leer que un correo electrónico de tres oraciones, pero entender el significado del mensaje de texto drena muchos más recursos. ¡Qué fuerte!
Además, cuanto más urgente parece la información, más te sientes obligado a procesarla rápido. La urgencia exige velocidad. Y si recibes información justo en el momento en que sucede, sientes que es súper urgente, porque no sabes las consecuencias y tu cerebro se pone a trabajar a mil para resolver esa incertidumbre. Por eso, una noticia de "última hora" te alarma más que si la escucharas en un noticiero normal.
Cuando te enteras de algo en el mismo instante en que pasa, no solo te sientes cerca en el tiempo, también en el espacio. Cuanto menos tiempo pasa entre el evento y la información, más sientes que lo estás viviendo en directo, aunque esté pasando lejos. Es como si el tiempo y el espacio se encogieran.
Y claro, con la facilidad y rapidez con la que se transmite la información hoy en día, todo se comunica al instante, da igual si es importante o no. Y encima, muchas cosas vienen con "adornos" que las hacen parecer urgentes, aunque no lo sean. Al final, hay como una inflación de información, todo es "última hora" y te ahogas en un montón de emails urgentes cada hora. Y para procesar todo eso a la velocidad que exige (o sea, al instante), tu cerebro tiene que ponerse a toda marcha.
Una persona que conozco, una gerente en una empresa grande, me contó que intentó priorizar los emails que venían con la etiqueta de "alta importancia", pero como la gente se dio cuenta de que esos se respondían más rápido, ¡casi todos los emails empezaron a llegar con esa etiqueta! Después, dijo que si ponían "urgente" en el asunto, leería el email rápido. Pero claro, al poco tiempo, casi todos los emails tenían la palabra "urgente". Y entonces, la gente empezó a repetir "urgente" varias veces, ¡con signos de exclamación y todo! Y también empezaron a meter a más y más gente en la copia del email, para que "alguien" respondiera rápido. Pero al final, nadie respondía, porque todos pensaban que le tocaba a otro. ¡Un lío! Me dijo que ahora le presta más atención a los emails que tienen la acción que hay que hacer en las primeras palabras del asunto y que no usan la palabra "urgente". ¡Increíble! Porque claro, tanta "urgencia" nos pone en un estado de alerta constante y no podemos bajar el ritmo cuando necesitamos concentrarnos para trabajar bien.
Y es que el cerebro no funciona a una velocidad constante, como una cadena de montaje. Su ritmo va y viene, la atención sube y baja, así que el trabajo sale a rachas. Por eso, no se puede medir el trabajo mental con el tiempo objetivo. La percepción del tiempo cambia mientras trabajas. Cuando estás concentrado, el tiempo vuela; cuando estás aburrido, se arrastra. Y si mides el trabajo mental con el tiempo objetivo, crees que media hora de concentración intensa es lo mismo que media hora en una reunión aburrida. ¡Y no es así! Y las fechas de entrega frecuentes hacen que caigamos en ese error.
Además, las fechas de entrega ponen en peligro la creatividad. Si te obligan a acelerar, no puedes crear. La creatividad de los investigadores en Bell Labs, por ejemplo, fue posible en parte porque no tenían fechas de entrega fijas.
Y bueno, otra cosa es que al desaparecer los límites del tiempo y el espacio, con la comunicación instantánea y continua, el trabajo se ha convertido en una larga marcha de productividad constante, en la que tenemos que mantener la misma intensidad de atención durante mucho tiempo.
Y el trabajo que exige atención continua puede ser de dos tipos: activo, como si tuvieras que resolver un montón de problemas que te llegan uno tras otro, o pasivo, como si fueras un supervisor que vigila los errores mientras una máquina inteligente hace el trabajo.
El trabajo mental activo, intenso y continuo cansa mucho, y el rendimiento puede bajar en solo cinco minutos. Por eso, dicen, a veces tenemos "bloqueos mentales", porque el cerebro se siente sobrecargado y se detiene un momento para descansar. Y parece que hacer pausas cortas, de cinco segundos cada dos minutos, ayuda a mantener el rendimiento en este tipo de trabajo.
Cada vez más, en muchos trabajos, el que hace el trabajo es una máquina inteligente y el humano se convierte en supervisor que vigila continuamente. Y si el sistema funciona bien, los errores son pocos y el supervisor se aburre.
Y es que el rendimiento en este tipo de trabajo puede bajar en veinte minutos. Después de ese tiempo, la mente empieza a divagar, porque el cerebro se aburre o se cansa y necesita un descanso. Lo ideal es hacer pausas de tres a diez minutos; si te tomas un descanso más largo, el cerebro pierde el impulso. Y parece que es más importante la frecuencia de los descansos que la duración.
Además, este trabajo pasivo y continuo no te permite avanzar. No hay una meta clara, no recibes comentarios sobre tu progreso y no te sientes recompensado por tu esfuerzo. Si eres controlador aéreo y todo va bien, no has hecho nada en realidad. No recibes ninguna señal positiva. Por eso, este trabajo se siente tan pesado, aunque no exija mucha energía mental, porque no se cumplen las condiciones para sentir motivación intrínseca.
Y aunque sea muy aburrido, este trabajo suele ser muy importante, como el de un guardia de seguridad que vigila las cámaras o un científico que analiza datos meteorológicos en tiempo real para detectar señales de peligro. Y cuanto más pesado se sienta el trabajo, más probable es que te aburras y te distraigas, y que no veas las señales de alerta.
Hace tiempo, la Real Fuerza Aérea británica le pidió a un psicólogo, Norman Mackworth, que averiguara cuánto tiempo podían mantener la atención los operadores de radar antes de empezar a no ver los submarinos enemigos. Mackworth creó una prueba que se conoce como el "Test del Reloj de Mackworth". Tenías que mirar una aguja negra sobre un fondo blanco, que imitaba el segundero de un reloj, dando vueltas a un ritmo constante. Y de vez en cuando, la aguja daba un salto doble; si veías esos saltos, era una señal de que estabas atento. Y la mayoría de la gente empezaba a no ver los saltos después de unos treinta minutos.
Hoy en día, hay empresas que usan tecnología para monitorizar el cerebro de los trabajadores y mantenerlos alerta. En China, por ejemplo, los trabajadores de una empresa eléctrica usan gorros con sensores que miden sus ondas cerebrales y envían señales de alerta cuando el trabajador no está concentrado. Los supervisores usan esa información para evitar que el trabajador distraído haga tareas peligrosas y para darle descansos más largos a los que están más cansados. Y dicen que estas medidas aumentaron las ganancias en millones en solo cuatro años.
Y como parte del aburrimiento de este trabajo pasivo viene de la falta de motivación, introducir elementos como recibir información y tener metas puede hacerlo más interesante.
Recibir información hace que los trabajadores se sientan más comprometidos. El mundo parece más real e interesante cuando hablas con él y él te responde. Por eso, dar alguna señal de que tu acción tiene un resultado, aunque sea oír el clic del ratón al moverlo, puede hacer la diferencia. En un experimento con una simulación de control aéreo, el simple hecho de hacer clic en la pantalla para confirmar que los vuelos entraban en el espacio aéreo (en lugar de solo mirarlos) mejoró el rendimiento.
Y fijar una meta te ayuda a concentrarte durante más tiempo. Por eso, mucha gente que tiene problemas de atención se pone metas y listas de tareas, a veces en notas adhesivas pegadas en la pantalla del ordenador o en casa. Hace años, unos investigadores en California hicieron un estudio con veteranos militares que tenían problemas para controlar su atención por lesiones cerebrales. Les enseñaron un método que consistía en revisarse a sí mismos con frecuencia para ver si seguían enfocados en su meta o se estaban distrayendo. Y si se daban cuenta de que se estaban desviando, se decían a sí mismos: "Para, relájate, enfoca": para lo que estás haciendo, desconecta tu atención y vuelve a enfocarla en tu meta. Y los veteranos mejoraron mucho su capacidad de atención después de seguir este método durante unas semanas.
La monotonía del trabajo pasivo te hace bajar el ritmo, y eso hace que sea aún más difícil prestar atención y seguir trabajando. Por eso, otra estrategia es usar algo que te sorprenda y te obligue a acelerar. Por ejemplo, a los pacientes que tienen problemas de atención por daños en el cerebro, les ayuda escuchar ruidos fuertes a intervalos regulares. También puede ayudar hacer varias cosas a la vez, siempre que no sean tareas muy complicadas. Al exigir más recursos, te obliga a subir el ritmo.
Y bueno, creo que eso es todo lo que quería contar. ¡Espero que te haya resultado interesante!