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Calculating...

Ay, Dios mío, bueno, a ver, déjenme ver de qué les voy a platicar hoy. Mmm, ¡ah, ya sé! Vamos a hablar de cómo encontrar esa... esa chispa interior, esa... esa "llama interior", ¿saben? Esa cosa que te hace levantarte con ganas de comerte el mundo.

Hay una frase que me encanta, de un tal Howard Thurman, que dice: "No preguntes qué necesita el mundo. Pregunta qué te hace sentir vivo y hazlo. Porque lo que el mundo necesita es más gente que se sienta viva." ¡Qué profundo, eh? Y tiene toda la razón.

Resulta que, en estos tiempos donde las máquinas están haciendo cada vez más trabajo, especialmente en trabajos de conocimiento, el panorama laboral se está volviendo... como un terreno accidentado, con subidas y bajadas, ¿me entienden?

Imagínense ir en bici, ¿no? No es lo mismo ir en plano que subir una cuesta. En la cuesta, tienes que pedalear con todas tus fuerzas, te cansas mucho más. Pero, ¡ay, qué rico! cuando llegas a la cima, puedes dejar de pedalear y bajar sin hacer nada de esfuerzo. Pues así es la vida, amigos.

En este nuevo mundo laboral, aprender cosas nuevas y resolver problemas son como esas cuestas. Necesitas un buen empuje para subir. Pero lo bueno es que, si tienes un ritmo de trabajo adecuado, puedes aprovechar esas bajadas para descansar y recargar energías. Es como... pedalear en segunda o tercera cuando subes, y luego pasar a primera para bajar y descansar.

Ahora, para navegar bien por este terreno, necesitas tres cosas importantes: metas, motivación y feedback, o retroalimentación. Una meta te marca el camino. La curiosidad y el interés te dan la energía para subir la cuesta. Y el feedback te ayuda a bajar y te da impulso para seguir adelante.

El problema es que muchos trabajos no están diseñados para esto. No son interesantes, no tienen significado, las metas de productividad no te dejan descansar, y las metas son inflexibles. ¡Qué horror! Pero no se preocupen, que podemos cambiar eso. Podemos convertir esos trabajos en lugares donde te guste trabajar, donde puedas crecer. ¿Cómo? Pues, con un ritmo de trabajo adecuado, metas claras pero flexibles, motivación interna, y buscando siempre la manera de mejorar poquito a poquito.

Ahora, vamos a hablar de las metas. Imagínense que el trabajo se está convirtiendo en una carrera de obstáculos. Cuando corres en una pista, sabes exactamente por dónde tienes que ir. Pero en una carrera de obstáculos, hay sorpresas, hay que tomar decisiones rápidas. Tienes que estar atento, concentrado, y formular un plan de acción. A veces, este plan puede ir en contra de tu meta a largo plazo. Por ejemplo, si tienes que bajar una cuesta llena de barro, quizás tengas que ir más lento para no caerte, aunque tu meta sea llegar a la meta lo más rápido posible.

Entonces, si te aferras demasiado a tu meta a largo plazo, no vas a tomar las mejores decisiones en cada momento. Pero si te olvidas por completo de esa meta, te puedes perder. Lo importante es encontrar un equilibrio, ¿no?

Este mundo laboral, que cambia tan rápido, está lleno de obstáculos imprevistos. Una nueva habilidad que tienes que aprender, un problema que tienes que resolver... Para superar estos obstáculos, necesitas una meta que te mantenga enfocado. Pero esta meta no puede ser demasiado rígida. Tienes que estar preparado para cambiar de dirección en cualquier momento. Tienes que ser capaz de cambiar entre metas a corto y largo plazo, sin perder de vista tu objetivo general.

Y ahora, hablemos de la motivación. Cuando te encuentras con un obstáculo, necesitas energía para superarlo. Y esa energía te la da la motivación. La motivación es como... si le metieras una marcha más a tu mente, ¿no? Y la motivación puede venir de dentro de ti o de fuera. Y de dónde venga, depende de qué tipo de recompensas busques.

Cuando tu motivación viene de dentro, buscas metas intangibles. Quieres aprender algo, mejorar en algo, superar un reto. No te importa tanto el resultado material, sino la sensación del proceso. Esta motivación interna es mágica. Te convierte en... como un coche que se conduce solo. No tienes que obligarlo a moverse, se mueve solo, como si flotara en su propia energía. ¡Es lo que te hace sentir vivo!

Pero cuando tu motivación viene de fuera, buscas metas tangibles. Hace miles de años, queríamos comida y recursos. Ahora, nos motiva más el sueldo, el trabajo, el estatus social. Estas metas las aprendemos, nos las inculcan. Y están ligadas al resultado del proceso, no al proceso en sí.

Y esto es importante en este mundo laboral impulsado por la inteligencia artificial. Porque la tecnología está cambiando la relación entre el trabajo y las recompensas tangibles. En este nuevo mundo, aprender cosas nuevas y resolver problemas se siente como obstáculos en el camino hacia tu meta. Por eso, tu motivación tiene que estar basada en el proceso, en las cosas intangibles de tu trabajo. Y la motivación interna es el combustible perfecto para el trabajo del conocimiento en la era de la inteligencia artificial.

Por ejemplo, el campeón de rugby Jonny Wilkinson contaba que, cuando jugaba, se sentía en un estado de flujo, disfrutando del juego. Pero, ¡ojo!, en el momento en que el árbitro pitaba un penalti, se le venía el mundo encima. Pensaba en las consecuencias de fallar, en lo que diría la gente... Y ahí, la motivación interna se apagaba y se encendía la motivación externa. Ya no jugaba por placer, sino para demostrar su valía.

La mayoría de los trabajos usan la motivación externa porque es fácil de manipular. Incentivos económicos, recompensas materiales, ascensos... El miedo a perder algo también funciona como motivador externo. Pero, en el fondo, todo depende del resultado. Y como los resultados son inciertos, la motivación externa genera tensión.

Las personas que rinden mejor bajo presión suelen funcionar bien con la motivación externa. Pero si eres una persona sensible, la motivación externa te puede llevar al estrés. Por eso, a veces, un estudiante que resuelve un problema de matemáticas sin problemas en clase, se bloquea en el examen.

Ahora, una motivación externa puede ser un reto o una amenaza. Los dos te activan, pero la amenaza te activa más, porque excita las áreas del cerebro que procesan las emociones. Imagínate que empiezas en un trabajo nuevo y el jefe dice que va a pasar tiempo con tu equipo. Puedes verlo como una oportunidad para ganarte su respeto, o como una amenaza y preocuparte por dar una mala impresión.

Una amenaza te hace jugar a no perder. Un reto te hace jugar a ganar. Y hay un ingrediente mágico que puede convertir una amenaza en un reto: el control. En el momento en que encuentras algo que puedes controlar, la amenaza se convierte en un reto.

Está comprobado que los futbolistas marcan más goles cuando piensan en ganar que cuando piensan en no perder. El miedo a perder te lleva al estrés, y ahí pierdes el control.

Por eso, los entrenadores siempre dicen a los deportistas que "jueguen a ganar". Pero es difícil mantener esa mentalidad cuando llevas mucho tiempo ganando y no quieres perder tu reputación. Lo mismo pasa en el trabajo. Al principio, queremos avanzar y conquistar nuevos territorios. Pero cuando llegamos a la cima, nos volvemos defensivos y queremos proteger lo que tenemos.

Un ambiente de trabajo donde se culpa a los demás obliga a los trabajadores a evitar el fracaso. La gente "intenta no fallar" en lugar de "intentar ganar", y el miedo al castigo puede llevar a muchos al estrés. Y como el pensamiento creativo se bloquea en el estrés, los trabajos que castigan las ideas o proyectos fallidos destruyen el espíritu de innovación.

La competencia también puede ser un problema. Si no se gestiona bien, puede generar un ambiente tóxico. Pero si hay justicia, seguridad y transparencia, la competencia puede ser un motivador. Una persona que trabaja en una empresa de software me dijo que "la competencia puede generar ideas innovadoras, siempre y cuando todos jueguen con las mismas reglas, el sistema sea transparente, se dé crédito a quien lo merece, y no se tolere el plagio". Dice que lo importante es proteger la autoestima de las personas. "Cuando la gente se siente valorada, siente que tiene más control". Y este control te permite disfrutar del trabajo y convertir la competencia en un motivador en lugar de una amenaza.

Pero, vamos, que no siempre es fácil encontrar esa motivación interna. A veces, te levantas un lunes por la mañana y no te apetece hacer nada. Pero si encuentras una pequeña chispa de interés, hasta el trabajo más aburrido se vuelve más llevadero. Esa chispa es lo que hace que el trabajo "cobre vida".

Un investigador que se llamaba Claude Elwood Shannon decía que la motivación interna es lo que distingue a las personas que tienen las ideas más importantes. Decía que el talento es importante, pero no es suficiente. Lo que realmente importa es "el deseo de encontrar la respuesta, el deseo de saber cómo funcionan las cosas".

Es fácil motivar a alguien con dinero, pero el deseo interno de hacer algo por el simple hecho de hacerlo es algo que no se puede "encender" desde fuera.

Pero, ¡ojo!, hay una estrategia que sí parece funcionar: convertir el trabajo en un camino de mejora continua. Que cada día aprendas algo nuevo, que te sientas que estás avanzando.

El mundo está en constante cambio. Y donde hay cambio, hay incertidumbre. Y a nadie le gusta la incertidumbre, ¿verdad? Pues, aprendiendo, reducimos esa incertidumbre. Ya sea aprendiendo conocimientos o desarrollando habilidades, hacemos que el mundo sea un poco más controlable.

Por eso, es importante sentir que estamos progresando. La sensación de avanzar nos da energía y nos motiva. Piensen en la diferencia entre aprender y progresar. Aprender cosas aisladas no te da esa sensación de progreso. Necesitas ver que estás avanzando hacia una meta.

Por ejemplo, en Gran Bretaña, en el siglo XVIII, hubo un auge de la innovación porque la gente "adoptó una mentalidad de mejora". Querían mejorar sus habilidades, querían controlar la incertidumbre.

Los bebés aprenden jugando, sin pensar en una meta o una recompensa. Si le atas un juguete al pie a un bebé de tres meses, al principio, el bebé dará patadas al azar. Pero cuando se da cuenta de que cada patada hace que el juguete se mueva, tiene un momento de ¡ajá! Se da cuenta de que puede hacer que el mundo se mueva. Y esto le da un sentido de agencia. A partir de ahí, el bebé deja de dar patadas al azar y empieza a hacerlo con un propósito.

Esta conexión entre la acción y el resultado no solo satisface al bebé, sino que le da ganas de repetir la acción. Con cada nueva patada, aprende algo nuevo. Y todo esto, sin que nadie le obligue o le ofrezca una recompensa. Al bebé le encanta explorar y aprender.

La clave es el progreso. Si la actividad es demasiado difícil, no vas a progresar. Si es demasiado fácil, no vas a tener la oportunidad de progresar. El nivel óptimo de dificultad está en un punto intermedio.

El progreso te ayuda a mantenerte enfocado en el siguiente paso, en lugar de en la meta final. Esto hace que el camino sea menos desalentador y más eficiente.

Entonces, ¿cómo podemos usar esto en el trabajo? Imagínate que estás en tu ordenador un miércoles por la mañana, mirando un informe aburrido que te ha mandado tu jefe. ¿Cómo encuentras esa motivación? Pues, aquí te van dos estrategias:

Primero, busca el progreso. Examina todo el informe hasta que encuentres algo que te interese, por pequeño que sea. Empieza por ahí. Usa el impulso de tu progreso para encontrar otro punto de interés en otra parte del informe, y así sucesivamente. No sigas el informe en orden, sino que ve avanzando poco a poco, guiándote por el progreso.

Segundo, si no encuentras nada que te interese, fabrica el progreso. Divide el informe en una serie de acciones que puedas medir. Añade una señal de feedback al final de cada acción, como una casilla que puedas marcar. Esta señal de progreso te inspirará una sensación de progreso.

También, se dice que el nivel de dificultad ideal para aprender algo nuevo es cuando aciertas el 80% de las veces, pues si aciertas siempre, es demasiado fácil y si aciertas solo la mitad, es demasiado dificil y te frustras.

Por último, recordemos que nuestros antepasados, hace miles de años, la calidad de la presa que cazaban era directamente proporcional al esfuerzo que hacían. Cuanto más grande era el animal, más difícil era cazarlo, pero más carne proporcionaba. Esto estableció una conexión directa entre el esfuerzo y la recompensa.

La industrialización ha complicado esta relación. Ahora, una sola pulsación de tecla puede tener consecuencias en todo el mundo. Y horas de trabajo pueden resultar en una mejora que casi nadie nota.

Pero esa conexión entre el esfuerzo y la recompensa sigue estando en nuestra mente. Aunque el esfuerzo no siempre tenga un impacto directo en la recompensa tangible, sí afecta a cómo nos sentimos después. Los estudios demuestran que disfrutamos más de una recompensa si nos ha costado trabajo conseguirla.

Es más, si recompensamos constantemente el esfuerzo, el esfuerzo en sí se convierte en una recompensa. Poner empeño en algo genera la misma alegría que una recompensa. Un estudio demostró que cuando se recompensa a las personas por el esfuerzo mental que hacen, es más probable que elijan trabajos que requieran esfuerzo en el futuro, incluso si ese esfuerzo no les da una recompensa.

Y una vez que aprendes a disfrutar del esfuerzo, el propio esfuerzo genera motivación interna, y la tensión desaparece.

Así que, ya saben, si quieren encontrar su llama interior, busquen actividades que les permitan progresar, que sean un reto pero no demasiado difíciles, y que les den una sensación de satisfacción después del esfuerzo. Si combinan estos ingredientes en la proporción adecuada, pueden crear un estado mental donde la motivación interna alcanza su punto máximo: el flujo.

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