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A ver, a ver, vamos a hablar un poquito sobre los ritmos de la mente. ¿Alguna vez te has preguntado por qué a veces parece que no rindes igual trabajando tres horas seguidas que si trabajas dos y te tomas un respiro? Pues parece que hay una explicación para eso, ¿eh?
Mira, un tal Cyril Northcote Parkinson ya observó en 1955 que el trabajo, digamos, tiende a "expandirse para llenar el tiempo disponible para su finalización". O sea, que si tienes todo el día para escribir una postal, te puedes tirar todo el día con ella. ¡Qué fuerte! Y esto tiene que ver con la forma en que funciona nuestro cerebro, ¿sabes?
Resulta que nuestro cerebro, mientras dormimos, se balancea como un péndulo entre diferentes estados. Más o menos cada noventa minutos, pasamos por fases de sueño profundo y sueño REM, donde soñamos. Un investigador, Nathaniel Kleitman, sugirió que este ciclo de noventa minutos también está presente cuando estamos despiertos, aunque de forma más sutil. Él lo llamó el "ciclo básico de reposo-actividad", o BRAC.
Claro, como es tan sutil, es difícil de estudiar. Pero unos investigadores en México hicieron un experimento interesante. Estudiaron a un grupo de jóvenes con falta de sueño y vieron que les costaba mantener la atención en una actividad por más de noventa minutos. ¡Qué curioso! Parece que, cuando estamos bien descansados, podemos "anular" ese ciclo, pero cuando estamos privados de sueño, se hace más evidente.
Entonces, ¿qué significa todo esto para nuestra productividad? Pues que trabajar sin descanso durante más de noventa minutos suele ser agotador. Después de un buen descanso, podemos estar concentrados durante unos noventa minutos más, y luego la fatiga vuelve a aparecer. Y es que, cuando nos cansamos mentalmente, nuestro cerebro trata de compensarlo, ¿sabes?
Incluso, fíjate, algunas cosas de nuestra vida ya están diseñadas con esa idea en mente. Las primeras películas de Hollywood solían durar noventa minutos. Los partidos de fútbol y rugby también duran eso. Y hasta los descansos en el trabajo y en las escuelas suelen dividir el día en segmentos de noventa minutos. ¡Qué fuerte!
Entonces, ¿cómo podemos aprovechar este conocimiento? Pues, una idea es estructurar nuestras sesiones de trabajo en bloques de noventa minutos, más o menos. Aunque, ojo, este tiempo puede variar dependiendo de cómo te sientas, la hora del día y el tipo de trabajo que estés haciendo. Si estás trabajando a última hora de la tarde y ya estás cansado, quizás sea mejor hacer sesiones de sesenta minutos.
Y otra cosa importante: intenta hacer las tareas más difíciles al principio de cada sesión, cuando tu mente está más fresca. Si tienes varias tareas, ordénalas de más difícil a más fácil y hazlas en ese orden.
¡Ah! Y recuerda que es importante tomar descansos. Unos diez minutos entre sesiones suele ser suficiente. Y, en general, no deberías dedicar más de cuatro horas al día a trabajos mentales intensos. Si trabajas más tiempo, tu mente puede quedar tan cansada que no se recupera con una noche de descanso.
Eso sí, el trabajo creativo es diferente. Si estás en plena inspiración, no te pongas límites ni estructuras. ¡Déjate llevar!
Pero bueno, independientemente del tipo de trabajo que hagas, lo importante es tener en cuenta ese ritmo natural de la mente. Y si eres jefe, puedes ayudar a tu equipo a evitar el agotamiento estructurando los proyectos de esta manera.
Ahora, ¿qué pasa cuando nos sentimos mentalmente cansados? Pues, en general, no nos damos cuenta de que necesitamos parar. A ver, si estás levantando pesas, es evidente que te estás cansando, ¿no? Pero con el trabajo mental no hay señales tan claras.
Cuando hacemos trabajo mental intenso, una red de células cerebrales en la corteza prefrontal se activa. Y cuando nos cansamos, esa actividad disminuye. ¿Por qué? Pues hay varias teorías. Una es que el trabajo intenso agota los recursos del cerebro. Otra es que las células cerebrales producen "residuos" como subproducto de su actividad, y esos residuos hacen que el cerebro se ralentice. ¡Imagínate!
Así que, básicamente, la fatiga mental es una señal de que se están acumulando residuos tóxicos en nuestro cerebro. Y cada vez que ignoramos esa señal y seguimos trabajando, estamos obligando a nuestro cerebro a soportar una acumulación de basura tóxica. ¡Qué barbaridad!
Además, se ha descubierto que el trabajo mental intenso hace que las rutas de información en el cerebro sean menos eficientes. Así que, cuando las rutas óptimas están comprometidas por la acumulación de residuos, el cerebro se reorganiza y utiliza rutas alternativas, pero menos eficientes.
Por lo tanto, la fatiga mental es una señal de que nuestro cerebro necesita reponer recursos o deshacerse de los residuos acumulados. Y el mecanismo natural para lidiar con esto es ralentizar el ritmo. Cuando te sientes desconectado del trabajo, es porque tu cerebro está bajando la marcha para recuperarse.
La motivación también juega un papel importante. Cuando estamos motivados, subimos la marcha, y cuando no lo estamos, la bajamos. Así que, si te sientes cansado y no tienes ganas de seguir trabajando, es porque tu motivación está disminuyendo.
En el pasado, probablemente hubiéramos parado de trabajar si nos sentíamos cansados o desmotivados. Pero hoy en día, tendemos a seguir adelante, haciendo un esfuerzo extra. Y cuando hacemos eso, nuestro cerebro moviliza recursos adicionales y sube a una marcha superior.
Pero ojo, que depender de esa marcha superior para seguir trabajando durante horas puede provocar un agotamiento que tarde semanas en recuperarse. ¡Mucho cuidado con eso!
Entonces, ¿qué podemos hacer? Pues tomar descansos, claro. Un descanso entre series en el gimnasio te ayuda a recuperar el aliento. Y con el trabajo mental pasa algo parecido. Un descanso puede devolverte a un estado de concentración, o puede ayudarte a relajarte y recuperarte.
De hecho, un estudio con niños daneses demostró que el rendimiento en los exámenes empeoraba con cada hora de trabajo mental. Pero un descanso de veinte a treinta minutos no solo compensaba ese deterioro, sino que incluso mejoraba el rendimiento. ¡Qué maravilla!
Así que, como regla general, no deberíamos pasar más de noventa minutos sin tomar un descanso, a menos que estemos inmersos en un trabajo creativo. Y ese descanso debería ser de unos quince a veinticinco minutos.
Y la forma en que programamos los descansos depende del tipo de trabajo que estemos haciendo. Si el trabajo es muy intenso, la pausa debería ser más corta y más frecuente. A veces, la frecuencia de los descansos es más importante que su duración.
Podemos pensar en los descansos de dos maneras: como estaciones de carga y como estaciones de descanso. Un descanso puede servir para "cargarnos" y devolvernos a un estado de concentración, o puede servir para relajarnos y rejuvenecernos.
Si el trabajo es aburrido o monótono, un descanso puede ayudarnos a volver a activarnos. Y si el trabajo es demasiado estimulante, un descanso puede ayudarnos a relajarnos. En ambos casos, simplemente dejar de trabajar o escapar del entorno puede ser suficiente para volver a un estado de equilibrio.
También podemos incorporar actividades a los descansos que contrarresten el cambio de marcha. Por ejemplo, un poco de ejercicio puede contrarrestar la pereza, y un ejercicio de respiración puede contrarrestar la tensión.
Y cuando queramos descansar y recuperarnos durante un descanso, es importante evaluar cómo nos sentimos: ¿estamos cansados pero relajados, o estamos cansados y tensos?
Si estamos cansados y tensos, tenemos que relajar la mente de forma activa. Una forma de hacerlo es distrayéndonos con algo que nos absorba por completo, ya sea algo físico o mental. Otra opción es ralentizar la mente con ejercicios de respiración o yoga.
Y si estamos cansados pero no tensos, simplemente podemos relajarnos y dejar que la mente vague libremente. Dar un paseo tranquilo, leer una novela relajante o simplemente no hacer nada puede ser suficiente para recuperarnos.
Y la mejor opción de todas, ¡es echarse una siesta! Una siesta de quince minutos suele ser suficiente para mejorar la alerta, pero una siesta un poco más larga es mejor para obtener beneficios cognitivos.
Eso sí, es importante despertarse gradualmente después de una siesta, para evitar sentirse aturdido. Y para dormir mejor, intenta tumbarte lo más horizontalmente posible. ¡Cuanto más plano estés, mejor será la calidad de tu sueño!
Y bueno, eso es todo por ahora. ¡Espero que estos consejos te ayuden a aprovechar al máximo los ritmos de tu mente! ¡Hasta la próxima!