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Calculating...

Ay, hola a todos! Bueno, hoy quiero charlar sobre algo que me parece súper importante, y es eso de la valentía, la audacia... o, mejor dicho, cómo llegar a ese punto donde el miedo no nos paraliza. En realidad, se trata de alcanzar el nivel más alto de buena energía, ¿no?

Mira, los humanos estamos hechos para sentir miedo, ansiedad, tristeza… ¡y vaya que lo sentimos! Y ojo, que hay una razón para esto: esas sensaciones nos ayudan a estar a salvo, a reaccionar ante una amenaza real. Si no fuéramos capaces de responder a los peligros, pues, ¡adiós muy buenas!

Históricamente, la mayoría de esas amenazas estaban a la vuelta de la esquina: un desastre natural, una serpiente en casa, una invasión... Pero, ¡ojo al dato!, en un siglo, nada más, la tecnología nos ha puesto al alcance de la mano los problemas de todo el mundo, las 24 horas del día, en una pantalla. ¡De golpe, los traumas y miedos de miles de millones de personas se han convertido en algo que nosotros también tenemos que procesar!

Y esto, sinceramente, creo que es de lo más raro que enfrentamos como humanos modernos, incluso más que la comida ultraprocesada, el sedentarismo, la luz artificial constante... Nuestro cuerpo y nuestra mente no están preparados para recibir mensajes aterradores sin parar, ¡y no podemos evitarlo! (anuncios, noticias, redes sociales, tele…). Y encima, no podemos dejar de mirar, porque estamos programados para prestar atención a las amenazas. Esta conectividad tecnológica nos ha metido de lleno en una era de terrorismo digital al que estamos, curiosamente, enganchados. Como dijo un director técnico de una cadena de noticias, "si hay sangre, hay audiencia". Cuando las noticias son morbosas, llaman la atención.

Y encima, todos vamos a tener nuestros propios problemas y traumas a lo largo de la vida, y con el estigma que hay sobre la salud mental, tenemos pocos recursos para superarlos. ¡Así, normal que estemos saturados!

Si no, mira las estadísticas: Casi el 40% de las mujeres en Estados Unidos han sido diagnosticadas con depresión en algún momento de su vida, y un tercio de los estadounidenses con algún trastorno de ansiedad. Tres cuartas partes de los jóvenes estadounidenses se sienten inseguros a diario. También, un estudio reveló que un alto porcentaje de adolescentes reportaron experimentar "sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza en el último año", un aumento significativo con respecto a años anteriores. Y por si fuera poco, un alto porcentaje de estadounidenses reportó problemas de salud relacionados con el estrés en el último mes, siendo las preocupaciones por la salud la principal causa de ese estrés.

A ver, es fácil pasar por alto estas cifras, pero párate un momento a pensarlo: en un momento en que la esperanza de vida y el nivel de vida parecen más altos que nunca, millones de personas en el país más rico del mundo, ¡incluidos niños!, sufren de tristeza, miedo y estrés. Siempre ha habido sufrimiento, sí, pero ahora lo vemos a una escala nunca vista, todo a la vez, en las pantallas que tenemos en la cama y en la mesa.

Y entonces, ¿qué hacemos? Pues buscar consuelo y distracción donde sea, algo que nos dé un chute de dopamina: azúcar procesada, alcohol, refrescos, carbohidratos refinados, cigarrillos electrónicos, tabaco, marihuana, pornografía, apps de citas, correos, mensajes, sexo casual, apuestas online, videojuegos, redes sociales… Como dijo un autor, "hemos creado una cultura donde muchísima gente no soporta estar presente en su día a día y necesita medicarse todo el tiempo". El resultado de esta realidad psicológica moderna –y de las malas estrategias para afrontarla– es que la capacidad de nuestras células para producir buena energía disminuye, y eso nos roba todo nuestro potencial.

Imagínate: una célula que vive en un cuerpo con miedo crónico no puede prosperar del todo. Cuando nuestras células detectan peligro constante, desvían recursos a la defensa y a las alertas, en lugar de a las funciones normales que generan salud. Así que, da igual lo buena que sea tu dieta, lo mucho que te muevas, el sol que tomes o las horas que duermas... si tus células están bañadas en un caldo de estrés, provocado por cómo la psicología se traduce en bioquímica (hormonas, neurotransmisores, inflamación, señales neurológicas), todo lo demás no servirá de mucho.

Por eso, es fundamental identificar qué cosas nos dan miedo de forma constante y trabajar para curarlas o limitar nuestra exposición a ellas. ¿Cómo? Pues con terapia, meditación, ejercicios de respiración, pasando tiempo en la naturaleza, y muchas otras cosas.

Pero ¡ojo!, no confundas poner límites a lo que entra por tus ojos y oídos con esconder la cabeza bajo tierra; se trata de entender y proteger tu biología para no explotar. Así podrás tener la energía para tener un impacto positivo en el mundo.

Y claro, cada uno tiene sus propios detonantes. Puede ser estrés crónico en el trabajo, un trauma infantil, la sensación de inseguridad en casa, una noticia sobre un asesinato lejos de aquí, el miedo a un virus, una guerra en otro continente, o la preocupación por no ser lo suficientemente bueno, guapo o inteligente. Identifica los tuyos para proteger tus células del daño psicológico constante y crear un ambiente de paz para ellas.

Y hay otra cosa: muchas veces, el sistema médico nos mete miedo para que consumamos más. Nos dicen que tenemos que hacernos chequeos, tomar pastillas, operarnos... y si no lo hacemos, ¡podemos morir! Y claro, el miedo a la muerte hace que la gente haga cualquier cosa: más medicamentos, procedimientos, operaciones, especialistas. El mensaje es que, si dices que no, si retrasas el tratamiento o buscas algo más natural, ¡te mueres antes! Y esto es especialmente fuerte en Occidente, donde no hablamos de la muerte, donde no somos curiosos sobre la muerte, y lo que hace que sea un miedo existencial para muchos.

A mí, la muerte me daba pánico desde niña, y tuve que enfrentarme a ese miedo para liberarme y tener buena energía. Me pasé muchísimos años preocupándome por cómo podíamos morir yo o mi familia. ¡Por eso estudié medicina!

Pero ciertas experiencias me cambiaron la perspectiva para siempre. Preocupada por los niveles altos de glucosa y colesterol de mi madre, me la llevé a un sitio especial para ayudarla a mejorar su salud metabólica: ayuno, baños de agua fría, ejercicio, caminatas al amanecer... Esto fue antes de que supiéramos que tenía cáncer de páncreas.

Un día, después de no comer durante tres días, y con un subidón de cetonas, me sentía eufórica viendo con mi madre las imponentes montañas rojas. Habíamos subido a una cresta en la oscuridad para un círculo de tambores a la luz de la luna, y bailamos juntas con alegría.

Y mirando esas rocas, no podía dejar de pensar que las montañas y yo estábamos hechas de lo mismo. Los átomos de mi cuerpo han estado en la Tierra desde su creación, hace miles de millones de años. Y por un breve instante, mis mitocondrias producen energía para organizar esos átomos en mis tejidos, órganos y, en última instancia, en mí.

Allí, mi madre y yo hablamos de cómo la idea del "yo" y el final de la muerte son ilusiones. En realidad, gran parte de nuestro cuerpo muere continuamente: perdemos un montón de células cada día. En la facultad, me sorprendía ver bajo el microscopio el ciclo de vida y muerte dentro de un cuerpo "adulto". A nivel celular, morimos y renacemos trillones de veces en una "vida". La materia desechada vuelve a la tierra y crea cosas nuevas. Los combustibles fósiles, que nos dan energía, son restos de animales y plantas de hace millones de años. ¡Estamos alimentando nuestros coches y casas con los átomos de nuestros antepasados!

Es una limitación de nuestros ojos que no veamos esas reacciones constantes en nuestro cuerpo y la creación y recreación que forman nuestro mundo.

Incluso llegué a pensar que mis restos podrían acabar convertidos en un brócoli que alimente a un niño, o en un diamante, o en polvo atómico que ayude a formar nuevas montañas... ¡o en todo a la vez!

El impacto que tenemos en los demás –la gente que amamos, a quien tratamos mal, a quien enseñamos, quienes leen lo que escribimos– cambia su biología y sus vidas para siempre. Al bailar y abrazarnos bajo la luz de la luna, pensé que esa experiencia de amor estaba cambiando las conexiones neuronales y la biología de mi cuerpo mediante neurotransmisores y hormonas. Lo que vivo con mi madre –y con todos con quienes elijo interactuar– se graba físicamente en mí.

Un día, mi madre me llamó por Facetime, llorando, para decirme que se estaba muriendo, que tenía que dejarme y que no conocería a mis futuros hijos. Me contó que le habían diagnosticado cáncer de páncreas en fase avanzada, con tumores por todo el abdomen.

En los últimos días de consciencia de mi madre, recibió cientos de cartas sobre el impacto que había tenido en la vida de la gente. Nunca olvidaré su gratitud y emoción al leerlas. Cada nota era de alguien que había cambiado bioquímicamente gracias a ella. Justo como habíamos hablado, sentí que era inmortal por su impacto en los demás y por su energía en el universo, al que todos estamos conectados. No tenía miedo al tomar mi mano y decirme que sentía que su fuerza vital se retiraba.

Después de morir, la enterramos en un cementerio natural junto a la costa. Qué fuerte llevar su cuerpo a un pequeño trozo de tierra junto al océano. Esa mujer –en cuyo interior habíamos vivido mi hermano y yo, nuestra fuente, quien construyó mi cuerpo y consciencia, quien viajó por el mundo e impactó a miles de personas– se desintegró en la tierra para alimentar los árboles, las flores y las setas. De pronto, preocuparse por los años que su cuerpo había estado en la Tierra me pareció irrelevante. Todos mis años de ansiedad por mi mortalidad y la de mi familia habían sido energía desperdiciada. La muerte es incontrolable, y está bien. Lo sé porque cuando la abracé en su último suspiro, ella estaba bien. En sus últimos momentos, me susurró que estamos aquí para proteger la energía del universo. Que todo –la vida, la muerte– era perfecto.

Al dejarla en la tierra, sentí que mi madre y yo –y todo y todos– estábamos inextricablemente entrelazados, y que nada podía cambiar eso. A pesar de las fuerzas creadas por el hombre que generan la percepción de separación, escasez y miedo para ejercer poder, crear dependencia y sacar dinero de los humanos y la naturaleza, podemos resistirnos y adoptar una verdad diferente de conexión total e ilimitación. Recordé las palabras de un poeta que dicen: "No te aflijas. Lo que pierdes vuelve de otra forma" y "¿Por qué pensar por separado en esta vida y en la siguiente cuando una nace de la anterior?". Y al creer en eso, sentí que se abría una nueva capa de buena energía en mí: la valentía, la audacia.

La preocupación existencial y el miedo crónico que me habían acompañado desde niña empezaron a desaparecer, y sentí que mi salud mejoraba y que tenía que seguir el camino para empoderarme con mi verdadera naturaleza como un proceso dinámico y eterno, algo que nunca me habían enseñado en la facultad. Mi mente se relajaba y mis células podían hacer su mejor trabajo.

Y es que, en muchos sentidos, nuestra mente controla nuestro metabolismo. Cuando se trata de buena energía y del cerebro, es un círculo vicioso: unos malos hábitos debilitan las defensas del cerebro ante el estrés crónico, y el estrés crónico y el miedo pueden causar problemas metabólicos que empeoran el estado de ánimo y la resiliencia. Ten en cuenta que un alto porcentaje de las enfermedades humanas están relacionadas con la activación de la biología relacionada con el estrés, y hay muchas pruebas de que existe una conexión entre los factores de estrés psicológicos y los problemas metabólicos. Tus células "escuchan" todos tus pensamientos a través de señales bioquímicas, y el mensaje que reciben del estrés crónico es que detengan la producción de buena energía. De hecho, el estrés agudo intenso y el estrés crónico desencadenan todas las características de la mala energía:

Inflamación crónica: Pensamientos estresantes provocan inflamación en el cerebro. Esa inflamación lleva a problemas metabólicos en el cerebro y nos predispone a enfermedades metabólicas, como la depresión y la neurodegeneración. También afecta a todo el cuerpo al activar la parte "estrés" del sistema nervioso, lo que impulsa la resistencia a la insulina, el azúcar alto en la sangre y la movilización de células inflamatorias en todo el cuerpo.

Estrés oxidativo: Hay estudios que demuestran que el estrés laboral también contribuye al estrés oxidativo.

Disfunción mitocondrial: El estrés crónico disminuye la capacidad de las mitocondrias para producir energía y altera su forma.

Niveles altos de glucosa: El estrés hace que el cuerpo movilice una fuente de energía "rápida" y potente, por lo que las hormonas del estrés provocan la descomposición rápida de la glucosa almacenada en el hígado y aumentan la producción de glucosa a partir del hígado. Los investigadores creen que las respuestas repetidas al estrés agudo podrían "inducir la exposición repetida a la hiperglucemia transitoria, la hiperlipidemia y la resistencia a la insulina, lo que podría evolucionar hacia la aparición de la diabetes tipo 2 a largo plazo".

Peores biomarcadores metabólicos: El estrés crónico se asocia con la obesidad, el colesterol bueno bajo, la grasa abdominal, el aumento de la circunferencia de la cintura y la presión arterial alta, el colesterol malo, la frecuencia cardíaca, los niveles de insulina y los triglicéridos.

Y, claro, los traumas también dañan la buena energía. Los eventos traumáticos durante la infancia, como el abandono emocional o físico, el maltrato, la disfunción familiar, los insultos, el acoso, la delincuencia, la muerte de un ser querido, las enfermedades graves, los accidentes y los desastres naturales, pueden tener efectos a largo plazo en la regulación de las hormonas del estrés en nuestro cuerpo y aumentar el riesgo de desarrollar obesidad, diabetes, enfermedades cardíacas y síndrome metabólico.

Por eso, es importante sentirse seguro para estar lo más sano posible. "Estar seguro" es una ilusión: todos vamos a morir. Pero sentirnos seguros es algo que podemos cultivar en nuestra mente y cuerpo a través de la práctica intencional. Este es un trabajo de por vida, y no habrá un único camino para todos. Lo primero es ser consciente del impacto de las cosas que nos dan miedo y de los traumas en nuestra salud. Luego, tenemos que mejorar el "hardware" (la estructura física y la función del cuerpo) y el software (la psicología y las herramientas). Para mejorar el hardware, hay que adoptar buenos hábitos de energía: alimentación y estilo de vida que creen una realidad biológica en el cuerpo que favorezca la salud mental. Para mejorar el software, hay que buscar formas de gestionar y curar los factores de estrés, los traumas y los patrones de pensamiento que nos limitan y contribuyen a nuestros problemas metabólicos.

Comer sano, dormir bien y hacer ejercicio puede parecer poca cosa si tienes miedo o depresión, pero te prometo que, si haces ejercicio y sigues los principios de alimentación, notarás una mejora y tu cerebro estará mejor preparado para afrontar el estrés. Si duermes lo suficiente, el mundo te parecerá más increíble. Céntrate en los hábitos, y los resultados llegarán. Al principio, puede ser muy difícil motivarse para hacer todo esto. Lo mejor es empezar por algo que te inspire y darle una oportunidad, porque las pequeñas victorias llevan a más victorias.

Ahora mismo somos como animales en jaulas, rodeados de amenazas que entran en nuestros hogares a través de la tecnología, los productos químicos y demás. Y como el cerebro consume una gran parte de la energía del cuerpo, los problemas a nivel celular le afectan especialmente. Así que, céntrate en los buenos hábitos y, poco a poco, la buena energía se apoderará de tu vida.

¿Y cómo se hace todo esto? Pues aquí van algunas ideas que pueden ayudar:

Tener un terapeuta: ¡Es una de las mejores inversiones que puedes hacer! Si te da cosa lo de la "salud mental", piénsalo como un "entrenador cerebral".

Medir tu variabilidad de la frecuencia cardíaca (VFC) y trabajar para mejorarla: Usa dispositivos para controlar tu VFC e identificar los factores que la reducen.

Ejercicios de respiración: Son una forma muy eficaz de estimular el nervio vago y activar el sistema nervioso parasimpático, que te calma rápidamente.

Meditación de atención plena: Meditar con regularidad puede reducir los biomarcadores metabólicos y mejorar el estado de ánimo, la ansiedad y la depresión.

Practicar yoga, taichí o qigong: Mejoran la depresión, la ansiedad y el estrés, y también cambian la genética, lo que puede solucionar problemas metabólicos.

Pasar tiempo en la naturaleza: Reduce las hormonas del estrés y mejora el estado de ánimo.

Leer libros que te inspiren y te hagan reflexionar sobre la mentalidad, los traumas y la condición humana.

Usar aromaterapia: Los aromas naturales pueden relajar. El aceite de lavanda es muy útil para minimizar el estrés y ayudar a dormir.

Escribir: Ayuda a canalizar la creatividad y a conectar con una perspectiva más amplia.

Centrarte en el asombro y la gratitud: Empieza el día anotando las cosas por las que estás agradecido.

Practicar el amor propio: Cambia la narrativa. Háblate con amabilidad y apoyo, como si hablaras a un bebé.

Estar menos ocupado: Di no a lo que no te entusiasme.

Cultivar la comunidad: La soledad puede contribuir a problemas metabólicos.

Hacer una desintoxicación digital: El uso excesivo del teléfono puede afectar a la salud mental.

Considerar la terapia asistida con psilocibina: Hay pruebas de que esta terapia psicodélica puede ser muy útil para algunas personas.

Y después de todo esto, solo queda confiar en el proceso. No tenemos control sobre muchas cosas. Ante la mortalidad inevitable, los factores de estrés crónico en nuestro entorno y las experiencias traumáticas en la infancia, una sensación de seguridad inquebrantable puede ser difícil de alcanzar. Por supuesto, debemos tomar precauciones razonables por nuestra propia seguridad y la de nuestra familia, pero vivir con estrés o miedo crónico no es óptimo ni racional.

El camino hacia el bienestar humano no está pavimentado con más fármacos y procedimientos para una lista cada vez mayor de enfermedades aisladas. Para mejorar nuestra salud, tenemos que entender que estamos conectados con todo lo demás en el universo, como el suelo, las plantas, los animales, las personas, el aire, el agua y la luz del sol. Para prosperar, debemos volver a asombrarnos de nuestra relación con la naturaleza. También debemos reconocer que todas las partes de nuestro cuerpo están interconectadas. Cuanto más avanzamos en las ciencias de la vida, más convencido estoy de que alcanzar nuestro máximo potencial implica volver a muchos aspectos básicos de los que la vida moderna nos ha separado. Esto no significa rechazar la modernidad o recrear una época pasada, sino utilizar herramientas y tecnología para comprender mejor nuestra relación con el mundo y alinear nuestras elecciones con las necesidades metabólicas de nuestras células. Tenemos las herramientas para vivir la vida más larga, feliz y saludable. Y la base de esto es ayudar a nuestras células a producir buena energía. ¡Hasta la próxima!

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